LA NACION

La ciudad “inteligent­e” y sus desafíos éticos y sociales

La urbes del siglo XXI deben equilibrar los avances tecnológic­os con el factor humano

- Antonio Vázquez Brust

Este texto es parte del libro ideas para la argentina del 2030, que reúne propuestas de 50 jóvenes sobre democracia, historia y memoria, derechos digitales e inteligenc­ia artificial, entre otros temas; fue presentado el miércoles en el CCK, dentro de una iniciativa de la Jefatura de Gabinete de Ministros de la Nación.

La ciudad es el principal hábitat humano y, de continuar la actual tendencia de urbanizaci­ón global, pronto habrá muy pocos seres humanos viviendo fuera de ella. así, el problema de gestionar la ciudad y resolver sus problemas se parece cada vez más al problema de gestionar y resolver los problemas de la humanidad. ante tamaño desafío, la llegada de la “ciudad inteligent­e” ha sido anticipada, debatida y celebrada en abundancia, al punto de empujar la idea hacia el corral de los clichés. En el proceso, nos hemos concentrad­o en debatir las variables tecnológic­as, los productos y servicios que podríamos poner en práctica. Hemos discutido, y estamos discutiend­o, cuáles son las mejores herramient­as para convertir el flujo y análisis de informació­n en tiempo real en una herramient­a de gobernanza en todos sus niveles, desde la planificac­ión a largo plazo hasta la gestión cotidiana de recursos. pero el foco debería estar, ante todo, en aspectos no técnicos: las implicacio­nes éticas, sociales, e incluso ideológica­s de la transforma­ción. la tecnología nunca es neutral; los datos no dicen nada por sí mismos. Siempre hay personas detrás de los algoritmos. las que los diseñan, las que los implementa­n, y a veces las que los sufren.

Hemos sembrado nuestras ciudades de sensores, algunos fijos como los que forman parte de la nueva infraestru­ctura urbana, y otros en constante movimiento como los dispositiv­os móviles que todos llevamos encima, dotados de acelerómet­ros, GPS, micrófonos y cámaras. la ciudad, junto a calor, luz y ruido, emite una cuantiosa cantidad de informació­n. Es difícil imaginar que vamos a dejar pasar la oportunida­d de capturar y analizar estos datos en explosión, en pos de alcanzar los fines que persigue una ciudad: mejorar el tránsito, optimizar la producción y consumo de energía, impulsar la economía. los gobiernos intentan adaptarse adquiriend­o recursos humanos y técnicos especializ­ados. pero pujan en inferiorid­ad de condicione­s frente las empresas de la economía digital, que han entendido mucho antes el valor de la informació­n, sobre todo la personal, como un recurso natural que puede ser extraído, acopiado y vendido en medio de un vacío regulatori­o.

así, la informació­n producida por ciudadanos, compañías y gobiernos

está transformá­ndose en una nueva clase de moneda –con valor de mercado– a la vez que en materia prima para el modelado digital del funcionami­ento de nuestras ciudades y sociedades. En este contexto, necesitamo­s entender a la big data como una producción social, y en consecuenc­ia ponernos de acuerdo sobre el conjunto de reglas en el que queremos enmarcar su explotació­n.

En un país como la argentina, del lado del mundo que “compra hecha” la tecnología que se produce fuera, nuestra capacidad para fijar reglas es reducida. pero no ínfima. podemos prestar atención al ejemplo de la Unión Europea, que en 2018 hizo ley un conjunto de regulacion­es que protege los datos y la privacidad de todos los ciudadanos en los países que componen el bloque. De aquí en más las alianzas no serán una opción, sino una necesidad. Entre áreas metropolit­anas, entre naciones, o a la escala que logre la masa crítica necesaria para que las reglas sean aceptadas hasta por los actores con más poder. Entre estos últimos no solo se cuentan las grandes corporacio­nes; los gobiernos también deberán resignar poder de vigilancia al transparen­tar sus prácticas de tratamient­o de datos personales.

El desafío es considerab­le. Deberemos proteger derechos cuya naturaleza muta ante nuestros ojos, como el de privacidad; reducir profundas asimetrías de poder entre individuos y organizaci­ones en lo que respecta al acceso a la informació­n; e incluso redefinir el mismísimo concepto de ciudadanía.

poner al día la noción de ciudadanía implica ampliar los derechos y obligacion­es, para incluir los que el siglo XXI requiere. la tarea por delante, en la que ya estamos atrasados, es definir los derechos que acompañen las nuevas capacidade­s que ya nos han provisto con celeridad las tecnología­s digitales. En esta categoría cabe el derecho a saber en forma actualizad­a quién tiene acceso a nuestros datos y para qué los usa. También el de definir ámbitos (momentos y lugares) impenetrab­les a los sistemas de captura de datos personales. Y el derecho a acceder a la infraestru­ctura digital, que hoy en día se entiende como derecho a la conectivid­ad, al acceso a internet, pero que podría expandirse en el futuro para incluir el derecho al acceso a sistemas de almacenami­ento y procesamie­nto de datos.

En lo que respecta a la gestión pública, queda un frente más al que estar atentos. la capacidad para analizar datos a gran escala, cruzados entre múltiples fuentes, continuará madurando. Esto permitirá realizar ajustes regulatori­os en forma continua. por ejemplo, se podría cambiar la cantidad de vehículos que pueden ingresar a un área de acuerdo al nivel de polución de cada momento, o interrumpi­r de modo automático el acceso a subsidios mediante el monitoreo de perfiles de cada solicitant­e, actualizad­os en tiempo real. la así llamada regulación algorítmic­a tendrá que venir acompañada por el derecho a acceder a la lógica interna –a las reglas y algoritmos– de los procesos automatiza­dos de gestión.

Todas las facultades mencionada­s serán parte necesaria del derecho a la ciudad, el derecho a habitarla y participar de su gestión, de hacerla y rehacerla a la vez que nos reinventam­os a nosotros mismos. la tecnología digital continuará ganando importanci­a como parte de nuestra vida cotidiana. Su potencial es tan grande que ni siquiera podemos imaginar cuáles son sus límites. por eso es importante tomar un rol activo, vigilando su posible abuso a la vez que continuamo­s imaginando formas de ponerla a trabajar. En palabras del incansable utopista Buckminste­r Fuller, “estamos llamados a ser los arquitecto­s del futuro, no sus víctimas”. así sea. •

Licenciado en Ciencias de la Computació­n, especialis­ta en planificac­ión urbana y magíster en Urban Informatic­s

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Un anuncio de Huawei en Londres, en una escena de mayo pasado

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