Nachman Blumental. El hombre que descifró el doble discurso de los nazis
En la posguerra, el filólogo judío se empecinó en descubrir los eufemismos con que los alemanes se referían a la muerte
No esperaron a que terminara la guerra. En agosto de
1944, en cuanto los soldados soviéticos arrasaron a los nazis y los expulsaron del este de Polonia, un grupo de intelectuales judíos fueron de inmediato a Lublin, Lodz y otras ciudades para comenzar a recolectar y registrar información, con la intención de preservar cualquier rastro del horror aún reciente que se había llevado a muchos de sus seres queridos. Querían pruebas.
Entre ellos estaba Nachman Blumental, un filólogo obsesionado con el uso y el abuso de la lengua. Había escapado a la Unión Soviética en
1939 y vuelto para enterarse de que habían asesinado a María, su esposa, y a Ariel, su pequeño hijo. Muchos lugares que antes habían estado llenos de vida judía ahora se encontraban destruidos. Todo su mundo había desaparecido.
Para darle algún sentido a la pérdida, Blumental se puso a trabajar. Junto con un grupo de historiadores, etnógrafos y lingüistas, estableció la Comisión Histórica Judía Central. Entre 1944 y 1947, estos intelectuales transcribieron tres mil testimonios de sobrevivientes, buscaron documentos nazis en oficinas abandonadas de la Gestapo y preservaron meticulosamente fragmentos de la vida cotidiana en los guetos, como el cuaderno escolar de un niño o un vale para recibir una ración de comida.
Blumental, por su parte, con su sensibilidad hacia el lenguaje, registró palabras desde el principio.
En todos los documentos nazis con los que se encontró, el filólogo marcó y subrayó términos en apariencia inocuos como
abgang(salida) o evakuierung (evacuación). El verdadero significado de esas palabras se revelaba en realidad cuando aparecían en memorandos y formularios burocráticos nazis: eran eufemismos para referirse a la muerte. Muy pronto su misión tomó forma: develar las maneras en que los nazis habían usado la lengua alemana para disimular el
mecanismo de los asesinatos masivos y hacer que el genocidio fuera más tolerable para ellos.
Ahora, décadas después, es posible echar un vistazo a la mente de Blumental y de sus colegas historiadores sobrevivientes. El Instituto YIVO de Investigación Judía, que contiene la colección más grande sobre el Holocausto en Estados Unidos, adquirió en febrero los artículos personales de Blumental, compuestos por más de 200.000 documentos. De acuerdo con el director de YIVO, Jonathan Brent, se trata de “uno de los últimos grandes archivos que aún se conservan del Holocausto”.
Su importancia radica también en su extensa variedad de objetos, guardados en treinta cajas que acumularon polvo y fueron roídas por ratones a lo largo de los años tras la muerte de Blumental, ocurrida en 1983. Ahora todo ese material, que incluye sus colecciones compiladas durante la posguerra, se revela por primera vez: desde sellos de Hitler y artículos de propaganda antisemita hasta una carpeta gruesa llena de cientos de poemas y canciones antes desconocidos que los judíos compusieron en los guetos y los campos de concentración, que Blumental transcribió de voz de los sobrevivientes. Algunos artículos son más personales, como un pedazo de cuero del zapato de su hijo muerto.
Sin embargo, estos objetos se ven eclipsados por miles de tarjetas de notas llenas de su minúscula caligrafía. Cada una de ellas contiene una serie de oraciones de textos nazis y la etimología de una palabra alemana específica, con la indicación de su significado original y su sentido alterado. Se trata de parte de la investigación para la tarea orwelliana que se había impuesto Blumental: un diccionario nazi.
“Para él, lidiar con la experiencia de la guerra era un asunto personal, pero también extrapersonal”, señala Brent. “Como resultado, sus documentos contienen lo más íntimo que podamos imaginar y, al mismo tiempo, la red lingüística del nazismo”.
Blumental obtuvo un título de maestría de la Universidad de Varsovia con una tesis llamada “Sobre la metáfora”, y hablaba casi una decena de idiomas, desde el hebreo hasta el francés y el ucraniano. Consideraba que las palabras y su uso eran la ventana más transparente para observar la cultura. Después de la guerra, recorrió las ruinas como un arqueólogo; era un hombre austero con anteojos que lo hacían parecer un búho. Compilaba además los chistes y las expresiones en yiddish que contaban los judíos polacos que se enfrentaban a la muerte.
Su diccionario de palabras nazis fue, de algún modo, una iniciativa desesperada: si podía descifrar el uso de la lengua, quizá también sería capaz de averiguar cómo se había destruido todo lo que había conocido y amado. Sin embargo, el proyecto también tenía funciones más prácticas. Esperaba que su glosario fuera útil para los fiscales durante los juicios de posguerra, a finales de la década del 40. A tres de ellos asistió como testigo experto, incluido el juicio de Rudolf Höss, el comandante del campo de concentración de Auschwitz. Blumental también pensaba en el futuro, en una época en que quizá las pruebas documentales del genocidio pudieran resultar indescifrables sin algún tipo de clave lingüística para interpretarlas. En 1947, publicó Slowa niewinne (Palabras inocentes), que cubre de la letra A a la I, el primero de los dos volúmenes planeados de su diccionario. Casualmente, ese mismo año, otro filólogo sobreviviente, Viktor Klemperer, publicó Language of the Third Reich (El idioma del Tercer Reich), un proyecto similar que analiza el uso que daban los nazis a su idioma. Blumental jamás terminó su segundo volumen, y sus documentos muestran cómo el proyecto se desvió y se extendió a lo largo del tiempo, sobre todo conforme obtenía acceso a nuevo material de referencia de archivos nazis recién abiertos.
Como otros miembros de la comisión que integraba, Blumental llevó a cabo su investigación de posguerra de manera científica y metódica. Sin embargo, su trabajo jamás fue una indagación histórica distante de la tragedia: también se trataba de conmemorar a los muertos.
“Los historiadores sobrevivientes como Blumental quedaron atrapados entre el ‘yo’ y el ‘nosotros’, y tuvieron que mediar entre las experiencias que ellos mismos vivieron y las comunidades a las que pertenecían”, dice Katrin Stoll, una académica alemana especialista en el Holocausto que ha estado ayudando a procesar los documentos de Blumental. “Cada uno tuvo que averiguar cómo relacionar sus propias experiencias con la experiencia más amplia de la guerra. Nachman Blumental optó por la separación”.
Precisamente, la mezcla de lo conmemorativo y la investigación histórica hizo que los historiadores profesionales posteriores desdeñaran la obra de la comisión. Académicos como Raul Hilberg y Lucy Dawidowicz –la primera generación en escribir libros sobre el genocidio, en la década de los 60– consideraban que los primeros historiadores sobrevivientes estaban sesgados por su cercanía con los sucesos y las víctimas. Además, asir la experiencia vivida durante el Holocausto, como pretendía la comisión, no era tan importante para ellos como entender los motivos y los métodos de los perpetradores.
“Tiene algo de sentido que la investigación académica comenzara con el régimen y la ideología nazis, pero durante décadas se ignoraron las experiencias de los judíos, las fuentes judías”, afirma Laura Jockusch, profesora de Estudios del Holocausto en la Universidad Brandeis y autora de Collect and Record!: Jewish Holocaust Documentation in Early Postwar Europe. “Actualmente –agregó– podemos ver el valor del tipo de preguntas que se plantearon Blumental y la comisión, así como de las fuentes que estudiaron”. •