Minae Mizumura.
En la lengua del ubicuo Haruki Murakami, las mujeres tal vez no sean la regla, pero están lejos de ser la excepción: al fin de cuentas clásicos medievales como La historia del Genji o El libro de la almohada salieron de plumas femeninas (Murasaki Shikibo y Sei Shōnagon). A nombres recientes como el Hiromi Kawakami, que responde a la melancólica languidez que el lugar común asocia con lo oriental, se le puede oponer la densidad artística de Minae Mizumura (1951), una escritora que hizo de la tensión entre la influencia occidental y su parcial rechazo la materia de su libro más importante: Una novela real. Mizumura, que pasó su adolescencia en Estados Unidos y podría haberse convertido en una autora en inglés, narra en el prólogo narrativo de su extensa novela la supuesta ocasión autobiográfica que decidiría el destino de su propio libro y que la lleva a otra historia (toda novela real es, paradójicamente, ficticia, sugiere). En este novelón oriental hay un intertexto clásico y occidental: Cumbres borrascosas. Tal vez no haya manera más justa de cerrar el bucle de esta nota que ese reenvío a la novela que en el siglo XIX, en un apartado pueblo minero del norte de Inglaterra, labró una muchacha genial y algo inconsciente, que viviría apenas treinta años y se llamaba Emily Brontë. •