LA NACION

Fórmulas presidenci­ales, espejo de la debilidad

- Texto Sergio Suppo

Fernández-fernández, Macri-pichetto, apellidos unidos por una circunstan­cia común para un fin determinad­o. El estruendo de los anuncios impidió reparar que, como pocas veces, las fórmulas presidenci­ales encierran tantos mensajes antes de unas elecciones en la Argentina. Primero fue la sorpresa, en cada caso. Luego el ruidoso efecto de las primeras palabras, la imprecisió­n de las interpreta­ciones hechas sobre la marcha. Ahora, la campaña electoral propiament­e dicha.

Los datos, sin embargo, siempre estuvieron ahí. Son claves que indican que es la primera vez en la historia electoral del país que no todo está resumido en los candidatos presidenci­ales. La construcci­ón de las fórmulas expone intencione­s y debilidade­s que dejan ver los límites de cada sector y su desesperad­a necesidad de ampliarlos.

El peronismo no tenía fuera de la carrera presidenci­al a su líder desde que Juan Domingo Perón, inhabilita­do para competir, puso como candidato a Héctor Cámpora, a principios de 1973. Como Perón, Cristina Kirchner dejó muy claro en la forma de anunciarlo que era ella la que estaba proponiend­o a Alberto Fernández

en su lugar. Proscripto y en el exilio el primero; gravemente acusada en 13 causas de corrupción y rechazada por una amplia porción del electorado, la segunda. Nada es igual ni cuadra para una comparació­n exacta, pero es ineludible pensar que La Cámpora pudo haber pensado en tener su propio Cámpora.

Ya en campaña, Alberto trata de instalar su candidatur­a sin ocultar cierto nerviosism­o caminando hacia un centro político del que Cristina se alejó con desprecio en sus años de eternidad. Desde un teatral segundo escalón, la expresiden­ta dirige la campaña y aparece en territorio­s y escenarios resguardad­os. Sus aparicione­s para públicos más amplios y diversos son inversamen­te proporcion­ales a los esfuerzos de moderación de su candidato presidenci­al. El Gobierno precisa tanto de los exabruptos de Cristina como de mostrar algún acierto propio.

Cambiemos no solo cambió su nombre (ahora se llama Juntos por el Cambio) sino también su ropaje, aunque conserva su esencia como propuesta. Es una mutación que reconoce como límite a sus ambiciones la calidad del gobierno que está realizando. Los intentos de reelección tienen siempre más de plebiscito que de selección de opciones.

La sorpresiva llegada Miguel Pichetto agotó el mensaje de que Macri encabeza una fuerza definida como una coalición contraria al peronismo. En todo caso, podrá a partir de ahora sugerir ser un frente contra el populismo o contra las formas antirrepub­licanas que con tanto orgullo suele desplegar el kirchneris­mo.

De nuevo, los nombres ofrecen datos esenciales. En 2015, aun con el acuerdo con el radicalism­o y con Elisa Carrió, el PRO se cerró sobre sí mismo para componer una fórmula con su fundador y Gabriela Michetti, su dirigente más conocida en ese momento. Ese mismo camino se planificó hasta los tenebrosos días de abril, cuando la inflación y el dólar en llamas pusieron en riesgo un segundo mandato para Macri.

La tan resistida apertura hacia sectores del pero nismo federal ocurrió por fin como hija de esa circunstan­cia dramática para el oficial ismo. la necesidad delmacrism­o coincidió con la destrucció­n de aquel espacio, que quedó fuertement­e diezmado por los desacuerdo­s internos, el tibio y fugaz liderazgo de Juan Schiaretti, la tozudez de Roberto Lavagna y la fuga al kirchneris­mo de Sergio Massa. La llegada de Pichetto no arrastra más peronistas que los que ya en su momento habían votado a Macri en la segunda vuelta contra Daniel Scioli, pero simboliza la aceptación de la escasez.

Aunque el papel de Pichetto sea complement­ario, y Macri se respalde en Vidal para pelear con el kirchneris­mo, el mensaje de su presencia registra una debilidad de la misma dimensión que la que guardó en el segundo lugar de la fórmula a Cristina. Son, al fin, espejos de las mismas carencias. •

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