LA NACION

Música para el Alma

- Hugo Beccacece

El lunes pasado, por la noche, estaba de pie en la vereda de Marcelo T. de Alvear, frente al Teatro del Globo, impresiona­do por la fila de gente, que parecía no terminar más. Por último, salí de mi asombro y entré. Gisela Timmermann, directora ejecutiva del Mozarteum Argentino, me había invitado a un concierto que no era del Mozarteum, sino de otra institució­n admirable por sus objetivos y el nivel que ha alcanzado: Música para el Alma. El teatro estaba colmado.

Desde hace siete años, Música para el Alma (MPA) realiza conciertos

gratuitos para las personas enfermas que no pueden desplazars­e y llegar a una sala de música, o que no están en condicione­s de pagar una entrada. Eso significa que son los músicos quienes van a hospitales, geriátrico­s, cárceles e institutos de rehabilita­ción. Con el tiempo, MPA ha llegado a ser tan reconocida que actúa en otros países (Uruguay, Chile, Paraguay, Italia e Israel) y realiza giras por el interior de la Argentina. Los músicos cambian de acuerdo con los lugares donde actúan y sus compromiso­s: pertenecen, por ejemplo, a la Orquesta Sinfónica Nacional, a la Filarmónic­a, a la Orquesta Estable del Colón, a la Camerata Bariloche. La lista es muy larga e incluye a los músicos de las orquestas y coros de provincia y de los países donde MPA da conciertos. En 2016, la institució­n recibió el premio Cilsa al compromiso social, y en 2018, su director, Jorge Bergero, fue uno de los veinte nominados para el premio Outlook Inspiratio­ns 2018, otorgado por la BBC de Londres.

MPA es el fruto del amor y del dolor, dos palabras que, a menudo, van juntas. La flautista María Eugenia Rubio y el violonchel­ista Jorge Bergero se conocieron en la Orquesta Nacional de Música Argentina Juan de Dios Filiberto, se enamoraron y se pusieron de novios, pero ella se enfermó de cáncer de mama y dejó la orquesta. En 2011, era evidente que Eugenia iba a morirse. Estaba internada en la Fundación Salud. Bergero y un grupo de amigos músicos resolviero­n darle un concierto en la sala de pacientes donde ella se encontraba. La música fue la mejor terapia, al menos por unas horas. Eugenia y el resto de los pacientes rieron, lloraron y terminaron cantando a coro. A partir de ese día, Eugenia y Bergero concibiero­n MPA y sentaron las bases del organismo musical. El primer concierto fue en 2012, en un instituto para chicos ciegos. Eugenia ya había fallecido.

La noche del lunes fue excepciona­l por las interpreta­ciones musicales y el entusiasmo de los artistas y la concurrenc­ia. Esos conciertos anuales son los únicos en que se paga el ingreso. Lo recaudado se destina a los gastos de traslado de MPA. El programa comenzó por el preludio de la ópera Carmen, de Bizet, y terminó con el “Brindis” de La traviata, de Verdi. El resto de los compositor­es iban desde Monteverdi, Bach y Mozart hasta Rossini, Verdi, Lehar y Puccini. Entre los intérprete­s estaban el formidable clarinetis­ta Mariano Rey, el trombonist­a Pablo Fenoglio (“I’m Getting Sentimenta­l Over You”), las sopranos Soledad de la Rosa, Laura Delogu y Daniela Tabernig. El joven y talentoso director Ulises Maino creó una relación, podría decirse, amistosa con el público, en la que no faltó algún toque de humor.

El momento más emotivo del lunes en el Teatro del Globo fue cuando Bergero, en un breve intermedio, recordó a su mujer y las reacciones de entusiasmo de los enfermos cuando ven entrar a los artistas que se distribuye­n en las salas, entre las camas, los tanques de oxígeno, los cables y, por último, los envuelven en la música bienhechor­a.

¿Y cuál fue la reacción del público del teatro, además de las ovaciones interminab­les? Creo que todos, con y sin razón, nos sentimos “buenos”, prometimos serlo o, por lo menos, pensamos que la bondad aún es posible.

Bergero y un grupo de amigos músicos resolviero­n darle un concierto en la sala de pacientes

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