LA NACION

El irlandés shane Lowry salió de las sombras y ganó con autoridad el open británico, su primer Major

Salió de las sombras a los 32 años, hizo que se olvidara la decepción del norirlandé­s Mcilroy y se adueñó del torneo de punta a punta

- Gustavo S. González

La tormenta duró poco, molestó solo relativame­nte, y el final del British Open se mantuvo en los cánones de los primeros días, cuando hubo escasa lluvia y el viento fue benévolo. Shane Lowry, puntero siempre, se recuperó de un comienzo tétrico, en el hoyo 1, donde la pelota se le fue al pasto alto y terminó en bogey, algo de lo que estuvo liberado en su sábado inmaculado, con ocho birdies y sin subir ninguno.

Pero no fue solamente su propia virtud la que le dio el triunfo que tanto esperó. Los rivales, que no pudieron estar a la altura, también hicieron su aporte: el inglés Tommy Fleetwood había empezado el domingo cuatro golpes abajo del líder y quedó en el par en el 1, el mismo que había subido Lowry. El escenario pintaba para una lucha espectacul­ar. El escolta descontaba un golpe de movida. La tarde con cinco hoyos sobre par del líder le daba la oportunida­d, pero nunca se puso a tiro de la pelea por el campeonato, salvo por la sensación generada por el día irregular del candidato que por los aciertos propios.

En el 14 se terminó de sellar la tendencia. El irlandés hacía un bogey en ese par 4 y el inglés no solo no podía aprovechar­lo, sino que caía con un doble bogey a -9, para quedar a seis golpes con cuatro por jugar. Ya no llovía en Royal Portrush, apenas el viento fuerte, pero no tan intenso como se había pronostica­do. Fleetwood, que les había tirado con todo a las banderas desde el comienzo, se relajó un poco, sin buscar el objetivo firmemente, a riesgo de perder calibre. En el15, el líder volvió a bajar y Fleetwood ya no reaccionó: todos pares en los cuatro finales.

El estadounid­ense Brooks Koepka se quedó sin combustibl­e cuando se esperaba que mejorara en el green lo hecho el sábado, que de todas formas había finalizado con un largo y auspicioso birdie. Ni su caddie, oriundo de Portrush, pudo ayudarlo. El día fue difícil para él y para todos los que salieron por la tarde: Rickie Fowler, Justin Rose, Jordan Spieth, entre los favoritos. Ninguno estuvo a la altura de lo que requería el desenlace ante un dominador tan consistent­e, tan serio, como Shane Lowry.

Su camino hacia el 18, entonces, fue el camino hacia la Claret Jug, el trofeo más deseado. Contaba con seis golpes de ventaja sobre el segundo; había pasado el momento de duda, que en rigor solo duró dos hoyos, los que necesitó para poner en línea los sueños con la realidad. La presión ya no estaba. Un irlandés de la República ganaba en Irlanda del Norte y un pueblo acompañó el final con gritos, mientras su héroe pegaba con la soltura que demandaba el momento. No había caído la pelota en el green del 18 que ya estaba la ovación sonando y Lowry no esperó para darle un abrazo a su caddie, Bo Martin. Su esposa y su hija estaban allí, mientras los cantos no tenían fin, como la sonrisa de Lowry. Tenía margen para hacer cuatro putts y aún así lograr el título. Anotó 72 (+1).

Fleetwood terminó en par y le dejó el escenario al campeón en ciernes. Irlanda festejó.

Ya había dicho Lowry que era otra persona desde 2016, el año en que se casó con Wendy Honner. Y fue justamente ese año en el que vivió una de las mayores frustracio­nes en el golf. Ocurrió en el US Open, a cuya vuelta final había llegado con cuatro golpes de ventaja y no pudo obtener el título, que quedó en poder de Dustin Johnson, mientras él hacía 76 (+6) y compartía la segunda posición, a tres golpes del ganador. Un hecho que quiso minimizar, pero no olvidar.

“Obviamente aprendí mucho ese día. Aprendí mucho sobre mí y voy a aprender el domingo”, había dicho antes de encarar la cuarta vuelta de The Open. “Había aprendido que para jugar la última vuelta de un Major en la punta hay que estar alerta hasta el último golpe. Uno nunca sabe qué puede pasar. Aquello fue hace mucho tiempo, no creo que sea un golfista muy distinto ahora, pero sí que soy una persona diferente, y eso me ayudó a terminar primero esta tarde”.

También dijo que sí se imaginó con la Claret Jug en sus manos, porque “cuanto más uno trata de evitar pensar en algo termina pensando más aún, por lo que lo mejor es hablar de ello”. Uno de sus interlocut­ores fue su coach, Neil Manchip. “Es natural, somos humanos, no robots. No podemos evitar imaginar ciertas cosas”.

Hay muchas personas a las que agradecer, según Lowry. Su caddie, su entrenador, sus amigos, los voluntario­s en Portrush, el público .“Esto es para ustedes”, exclamó. Pero se quebró cuando habló de su familia. “Su sacrificio por mí fue enorme cuando era muy joven y estoy feliz de ofrecerles el trofeo esta noche”.

El aprendizaj­e terminó para Shane Lowry. Ya puede olvidar que aquel infausto US Open de 2016 fue un motor.

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Ap Lowry dijo que para el triunfo de ayer fue vital el aprendizaj­e que logró tras perder en 2016 el us open

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