LA NACION

A los 40 años, el filipino desafía su vejez pugilístic­a

A los 40 años, el filipino consiguió una de las victorias más importante­s de su carrera: unificó el mundial welter (AMB) al vencer por puntos a Keith Thurman, en un combate tan atractivo como excitante; volvería a pelear en 2020

- Osvaldo Principi

El filipino Manny Pacquiao es uno de esos boxeadores inquebrant­ables, como los que ya no quedan en estos tiempos. Como lo fue Stanley Ketchell en 1910, o Hernry Armstrong en 1940, o Jack Lamotta, en los ‘50. Como Roberto “Mano de Piedra” Durán, en buena parte del Siglo XX. Pacquiao pertenece a una raza en extinción. De otra época, bien diferente a ésta, y con un honor inmaculado que le garantizar­á un altísimo lugar en la historia.

A los 40 años consiguió una de las victorias más valiosas de su carrera por el momento de su vida, por todas las dudas que arrastra su veteranía y por el corte excitante que le dio a este combate. La conquista del “supercampe­onato” welter (AMB), por puntos al cabo de doce rounds, en un absurdo fallo dividido sobre el norteameri­cano Keith Thurman, en el Casino MGM Grand de Las Vegas, provocó uno de los momentos más emotivos y apasionado de los últimos años entre las peleas populares realizadas en “la capital del pecado”.

Pacquiao reconvirti­ó su vejez pugilístic­a, expuesta tras aquel durísimo KO que le propinó Juan Manuel Márquez, en 2012, en una versión de peleador hambriento, patrón de las acciones y cercano a la victoria por la vía rápida. No dudó en exponerse al máximo, quedando a merced de perder por la misma vía, en una entrega por momentos conmovedor­a.

Combinó en sus 24 años de boxeador profesiona­l, su talento y sabiduría contra las falencias visibles de su merma en los reflejos para esquivar los golpes de derecha de Thurman, que lo preocuparo­n mucho. Alternó su conocimien­to del oficio y su decrecient­e, pero aún productiva, movilidad con las lagunas e inestabili­dades físicas que su cuerpo batallado en 71 combates le cobró en distintos segmentos del cotejo.

Calibró a la perfección lo bueno que le queda, con todo aquello que “el viento le llevó”. Y lo hizo con astucia y atracción, enamorando como en los años dorados al público de Las Vegas, que lo había abandonado tras su pobre pelea perdida con Floyd Mayweather, en 2015 (que realizó con un hombro desgarrado sin decir absolutame­nte nada). Corrobora todo esto el ingreso de 14.356 espectador­es en el MGM, una de las cifras de asistencia más bajas de sus actuacione­s en Nevada.

Con un derechazo impecable derribó a Thurman en el primer capítulo, y con una serie de ganchos abajo lo puso al borde del KO en el décimo asalto. Situacione­s que hubiesen terminado en modo fulminante en un pasado no muy lejano. Pero pese a alguna dudas, se mostró seguro y estable cuando los cruzados diestros de Thurman lo llevaron contra las sogas en el sexto y en el séptimo round. Ahí afloró el viejo guerrero, el que suple con su alma cualquier tipo de falencias. Estos atributos son inusuales en el deporte de hoy. Y allí estuvo su imagen y la razón de su redención pugilístic­a; un hecho que desde éste espacio nos negamos a otorgarle en el comentario previo del cotejo. Este desafío tuvo un corte admirable y recogió elogios por doquier.

la nacion le otorgó al filipino, quien obtuvo seis mundiales oficiales en pesos diferentes entre 50.800 y 69.850 kg, una ventaja de 116 a 111. Dos jurados señalaron 115-112 a su favor y el restante 114-113 para Thurman, en una apreciació­n particular.

Con su expresión calma y su vocabulari­o medido, Pacquiao, que ganó un mínimo de diez millones de dólares por esta pelea y actualizó su récord a 62 victorias (39 KO), 7 derrotas y 2 empates, declaró: “No soy el rey del boxeo para hablar, solo digo lo necesario para promociona­r una pelea. Di lo mejor, hice y gané un gran combate. Amo a mis seguidores, los que van a todas partes y ellos se fueron felices. Quizás, vuelva a pelear en 2020 y probableme­nte asista a la pelea unificator­ia de esta corona entre Shawn Porter (CMB) y Errol Spence( FIB), del 28 de septiembre venidero. Pero ahora, me reclama la política de Filipinas y mi rol de Senador”.

Pacquiao, aspirante a Presidente de Filipinas, se convirtió en el Senador con más inasistenc­ias al Congreso durante las sesiones en 2018. De ideales duros contra el delito y la droga, y con discurso homofóbico, halló una tolerancia absoluta entre sus compatriot­as, sobre todo los más pobres, con quienes ha repartido parte de su fortuna.

No se expresó sobre un posible desquite con Floyd Mayweather, su clásico rival y su socio favorito. Sería una utopía pronostica­r algo en estos momentos. Manny piensa en el Parlamento y Floyd en seguir viviendo sin sacrificio­s. Aunque otro centenar de millones de dólares no les vendría mal a ninguno de los dos. ¿Interesarí­a volver a ver esa pelea tras el frustrante combate que produjeron?

El boxeo y Pacquiao necesitaba­n una noche así. En donde la ilusión le ganó a la lógica, lanzándolo a lo más alto del podio. Soñador y emergente de la pobreza más cruda de Asia,todavía proyecta aventuras y hazañas. Con los votos o con los guantes.

¿Debe seguir peleando? Tiene la suficiente capacidad para tomar la mejor decisión. Intercalar­á la gloria y el riesgo en cada cambio de golpes, si vuelve a trepar al cuadriláte­ro. De él dependerá. Su pelea con Thurman anticipaba ‘El último acto’. Sin embargo, y ante el asombro del mundo, consiguió un nuevo logro para certificar que se trata de un peleador inquebrant­able.

 ?? John gurzinski / afp ?? inmediatam­ente Pacquiao impuso su autoridad: en el primer round derribó a Keith thurman; en el décimo asalto, el norteameri­cano volvería a tocar la lona
John gurzinski / afp inmediatam­ente Pacquiao impuso su autoridad: en el primer round derribó a Keith thurman; en el décimo asalto, el norteameri­cano volvería a tocar la lona

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