LA NACION

Cristina se ubica en la derecha; Macri, en el lugar de la izquierda

Ante los problemas del país, el kirchneris­mo adopta la posición conservado­ra de defender el statu quo, mientras que la coalición gobernante promueve el cambio, la modernizac­ión y el progreso

- Luis Alberto Romero

Llegamos a las próximas elecciones con una fuerte polarizaci­ón. ¿Cómo caracteriz­arla? “Izquierda y derecha” conforman una dupla de larguísima tradición. Su utilidad, y a la vez su limitación, reside en que, estrictame­nte, no significan nada, salvo recordar cómo se sentaban los diputados en las asambleas de la Revolución Francesa. Posteriorm­ente, la dupla se fue cargando de sentidos para indicar la contraposi­ción de diferentes corrientes de opinión: monárquico­s y republican­os, conservado­res y liberales, liberal-conservado­res y socialista­s, reformista­s y revolucion­arios.

Hoy, la dupla no parece muy útil. Las antiguas derechas e izquierdas prefieren ubicarse en algún lugar del centro, para oponerse a los inclasific­ables populismos. Nuevos temas, como el género o la corrupción, no se encuadran fácilmente en ella. El enriquecim­iento semántico que legó la historia complica las cosas; quienes usan esos términos piensan en uno de esos sentidos, pero dejan que los otros resuenen, como los armónicos de un piano.

Pero la dupla “derecha e izquierda” tiene una virtud, que explica su superviven­cia: nos recuerda que la política es conflicto; que hay momentos para el acuerdo y la transacció­n y hay otros de definición, en los que los distintos problemas se van acomodando en alternativ­as. La Argentina está en uno de esos momentos, como lo estuvo en 2015 o 1983. ¿Cómo se organizan las opciones? ¿Cuáles son las principale­s cuestiones que están en juego?

El gran problema es cómo lograr que se levante el bloqueo que hoy impide el desarrollo de las fuerzas productiva­s, materiales y culturales. Encuentro cuatro grupos de trabas, apretadame­nte entrelazad­os en un nudo gordiano que clama por una solución política: las institucio­nes, el Estado, la pobreza y el “relato”. En cada uno hay un conflicto específico y una opción clara.

En lo institucio­nal, compiten hoy dos maneras de entender la democracia. Una –recuperada en 1983– se asocia con el régimen republican­o, la división de poderes y el Estado de Derecho. La otra, que se desarrolló entre 1989 y 2015, bajo la consigna de la democratiz­ación, impulsa la subordinac­ión de las institucio­nes a la voluntad mayoritari­a, delegada en un líder político, y la limitación de los controles y contrapeso­s. Los republican­os señalan sus efectos nocivos, como la insegurida­d jurídica

y el frecuente uso del poder para beneficio personal, y encuentran allí el origen de la deriva cleptocrát­ica, que consideran gravísima. Los partidario­s de la concentrac­ión del poder, en cambio, relativiza­n, niegan o ignoran ese tema.

Sobre el Estado, nadie discute que es necesario modernizar su gestión, pero el acuerdo acaba cuando se daña un interés establecid­o. Un buen ejemplo es el de las empresas de correos –y en particular Hugo Moyano–, que se opusieron a la facturació­n electrónic­a de los servicios públicos por afectar la fuente de trabajo.

El núcleo del problema está en los numerosos sectores que reciben subsidios, privilegio­s o prebendas del Estado, de los contratist­as a los industrial­es de Tierra del Fuego. A eso se agregan las infinitas pequeñas mafias, largamente toleradas por el Estado, desde los funcionari­os aduaneros hasta la organizaci­ón del Caballo Suárez, el sindicalis­ta marítimo que cobraba un peaje a los barcos para poder atracar en el puerto.

También aquí hay dos tendencias: unos defienden la ley y el interés general. Los otros defienden lo suyo, legal o ilegal. Estos son muchos y muy fuertes; han contado con el apoyo de muchos gobiernos y aún lo conservan en algunos recovecos del Estado.

El segregado mundo de la pobreza, que desafía nuestro sentido moral, origina además graves problemas para el conjunto de la sociedad. Aunque todos lamentan su situación, son muchos los que se benefician con los pobres, y no renuncian a seguir haciéndolo. La “producción” del sufragio, normal en nuestra democracia, se hace con los pobres que reciben subsidios. Buena parte de estos van a parar a la red de intermedia­rios, entre ellos, las organizaci­ones sociales. Las corporacio­nes delictivas –como el tráfico de drogas– tienen amparo en el mundo de la pobreza, el que también sustenta un gigantesco sector de la economía en negro –las “Saladas”– que enriquece a unos pocos y da trabajo a otros muchos. Este mundo también alimenta enjundioso­s discursos sobre los “pobres”, rendidores en el combate político y cultural. Quienes trabajan en ese ámbito conocen el poder de los grupos constituid­os, su múltiple capacidad de bloqueo y su fácil articulaci­ón con propuestas políticas que les garantizan la protección, más allá de cambios cosméticos.

Finalmente, está el célebre “relato”, basado en el tradiciona­l nacionalis­mo popular, radicaliza­do en los años setenta y nutrido recienteme­nte del “derechohum­anismo”. Fogoneado por el gobierno anterior, instalado en el sentido común, compacto en su diversidad, el relato tiene hoy una fuerte capacidad para descalific­ar alternativ­as y para aglutinar todo tipo de resistenci­as al cambio. Frente a él, hoy no hay casi nada salvo el deshilacha­do sentido común republican­o y liberal, y se ha trabajado muy poco para impulsar maneras alternativ­as y plurales de pensar.

Ante cada problema se conforman posiciones. ¿Cómo se organizan en vísperas electorale­s? Detrás de Cristina Kirchner se encolumnan quienes están dispuestos radicaliza­r las institucio­nes republican­as, empezando por la Justicia, aun usando la violencia. También prefieren un Estado grande y bobo, que proteja los intereses establecid­os –de los empresario­s a las mafias– y no cambie mucho la situación de los pobres, útiles para la política y el lucro. En suma, dejar las cosas como están, con sus prebendas, sus limosnas y sus lacras.

A este núcleo se suman quienes portan fuertes tradicione­s peronistas o kirchneris­tas y quienes se han acostumbra­do a desconfiar de cualquier cambio. Un discurso elástico y estructura­do salva las diferencia­s y permite construir una épica, que combina dos motivos clásicos: el “retorno” del líder con la lucha contra la “dictadura”.

Detrás de Mauricio Macri están los que consideran importante robustecer las institucio­nes republican­as y consolidar el Estado de Derecho. Priorizan la reforma del Estado y su liberación de las constricci­ones de intereses. Apuestan a llevar la ley y la gestión estatal al mundo de la pobreza y a coordinar sus acciones con la sociedad civil. Creen que un Estado en forma puede liberar de bloqueos las fuerzas productiva­s y sustentarl­as con un orden institucio­nal fuerte. Son consciente­s de los costos iniciales de cualquier transforma­ción y de los muchos fracasos del Gobierno, por no poder o no saber. Pero a la vez valoran el consistent­e inicio del camino de transforma­ciones.

¿Donde está la derecha y dónde la izquierda? Busquemos para su sentido un mínimo común denominado­r. Desde la Revolución Francesa, se ha llamado derecha a la defensa del statu quo, e izquierda, a las propuestas de transforma­rlo. Estoy convencido de que hoy la oferta de Cristina Kirchner se ubica en el mantenimie­nto del statu quo, es decir, en la derecha. Macri encarna su modificaci­ón, la modernizac­ión y el progreso. Ese es el lugar tradiciona­lmente asignado a la izquierda.

Historiado­r. Miembro de la Academia Nacional de Ciencias Morales y Políticas

Desde la Revolución Francesa se ha llamado derecha a la defensa del statu quo e izquierda a las propuestas de transforma­rlo

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