LA NACION

Embajada alemana

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En 1976 y 1977 fui honrado por Alemania con una beca en ese país. Además de la capacitaci­ón que fui a realizar, con mi familia aprendimos la responsabi­lidad con que se trabaja, el orden que beneficia a todos, el respeto por las cosas comunes. Volví varias veces, pero hace un par de años hicimos un viaje extenso a Alemania. Al llegar adonde habíamos vivido (Hürth bei Köln) nuestra sorpresa fue mayúscula. Encontramo­s los juegos usados por mis hijos destrozado­s, el edificio pintarraje­ado, ropa colgando en las ventanas a la calle y muchas otras cosas que nunca se nos hubiera ocurrido que allí podrían pasar. Nos volvimos muy tristes.

Y ahora, paso a referirme a la embajada alemana, que ocupa un lugar de privilegio en la ciudad (la manzana comprendid­a entre las calles Luis M. Campos, Gorostiaga, Villanueva y olleros). En 1982, el entonces embajador me invitó a un desayuno en su casa, ubicada en ese predio, y pude apreciar tanto la belleza de la construcci­ón como la del parque alrededor. Era la joya del barrio. Actualment­e, y desde hace años, esa manzana se asemeja al barrio que mencioné en la Alemania actual. oficinas montadas en contenedor­es, veredas rotas o cortadas, jardines desechos, en fin, parece parte de una obra en construcci­ón que no va a terminar nunca en un barrio residencia­l. Muy desagradab­le.

¿La embajada es el reflejo de lo que vi allá cuando regresé?

Antonio C. Lechtaler arcl@arnet.com.ar

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