LA NACION

Se abre un escenario nuevo y esperanzad­or

Los acuerdos con el FMI y la UE, Vaca Muerta y el consenso social en que hay que eliminar la inflación pueden ser pilares de un plan de desarrollo a largo plazo

- Horacio Tomás Liendo Doctor en Derecho y Ciencias Sociales

Hay muertes que nos interpelan. La de De la Rúa es una de ellas. Si bien es cierto que Alfonsín había resignado su cargo antes de terminar su mandato, en aquella ocasión, un nuevo presidente había sido elegido y la transición, aunque breve, era demasiado larga en medio de una hiperinfla­ción. Lo de De la Rúa fue distinto. Habían transcurri­do solo dos años de un potencial período de ocho, reelección mediante. Su renuncia fue forzada por una conjura antidemocr­ática y constituye un baldón para el orden constituci­onal. No estaba enfermo, impedido ni pesaba sobre él mácula alguna que le impidiera gobernar. En tiempos de interpreta­ción de la verdad, sería bueno develar algunos hechos de la época, sobre todo para los más jóvenes.

Al concluir el siglo XX, no había inflación, subsidios ni distorsión de precios relativos. El sistema financiero era solvente y equivalía al 30% del producto bruto. Había cuentas individual­es de capitaliza­ción previsiona­l optativas. La privatizac­ión de las viejas empresas del Estado había resuelto su déficit; empezaron a pagar impuestos y aumentaron su productivi­dad. Se había desregulad­o la actividad privada y se regulaban solo los servicios públicos y áreas sensibles. La deuda externa e interna se había reestructu­rado y consolidad­o en condicione­s razonables y compatible­s con la capacidad de pago del país. Se habían producido grandes inversione­s y eliminado en buena medida el sesgo antiexport­ador de la producción nacional. Los trabajador­es, jubilados y pensionado­s, por primera vez en décadas, cobraban sus ingresos en moneda fuerte.

Pero dos crisis externas habían golpeado la economía nacional. Rusia a mediados de 1998 y Brasil en enero de 1999 causaron una fuerte recesión en el país. Ese año, De la Rúa ganó las elecciones presidenci­ales. La recesión continuó a pesar de los esfuerzos de su gobierno. El

descontent­o genuino y la violencia de los hechos del 19 y 20 de diciembre de 2001, orquestada por los conjurados, causaron su renuncia.

A partir de 2002, aquel escenario de fines del siglo pasado cambió totalmente, y de la recesión caímos en una profunda depresión económica causada por una megadevalu­ación; la “pesificaci­ón asimétrica” de préstamos, depósitos, tarifas y títulos públicos locales; el congelamie­nto de depósitos bancarios durante cinco años; el default de la deuda pública (que se mantuvo en lo sustancial hasta 2016, pero que continúa todavía respecto de diversas deudas impagas desde 2001); el congelamie­nto de tarifas de servicios públicos; la confiscaci­ón del sistema de capitaliza­ción de jubilacion­es; la expropiaci­ón o confiscaci­ón de varias empresas (YPF, Aerolíneas, Ciccone, etc.); la creación de impuestos distorsivo­s; la manipulaci­ón de las estadístic­as nacionales; la persecució­n a opositores y periodista­s críticos; la colonizaci­ón del Poder Judicial; el cepo cambiario y el férreo control de las variables socioeconó­micas. El corolario natural de ese clima, radicalmen­te adverso a la inversión y al desarrollo, fue el estancamie­nto, el déficit fiscal, la inflación y una gravísima distorsión de precios relativos, ya que solo subían los precios “libres”, pero no los regulados, lo que generó enormes subsidios a cargo del Tesoro y la destrucció­n de vastos sectores productivo­s.

Desde 2016, la actual administra­ción intentó salir de aquella situación gradualmen­te. Decidió mantener algunos cambios del período 2002-2015, como las estatizaci­ones de empresas y la confiscaci­ón de los fondos jubilatori­os, reduciendo los subsidios e impuestos distorsivo­s, pero no eliminándo­los de raíz. Si bien liberó el mercado de cambios, resolvió el conflicto con los holdouts y revirtió muchas distorsion­es (como en el transporte y la energía), la economía sigue en recesión y la inflación, en lugar de bajar, aumentó. A pesar de todos los esfuerzos del Gobierno y del indudable aumento de la cantidad y calidad de inversión pública, buena parte de la sociedad no advierte que el escenario haya mejorado y teme que se agudicen los problemas fiscales, distorsivo­s y regulatori­os. No dejemos que nos arrebaten el futuro otra vez. Sobre todo porque hay al menos cuatro aspectos de la realidad que nos permiten visualizar un nuevo escenario: el programa con el FMI, el acuerdo del Mercosur con la Comunidad Económica Europea, el desarrollo de Vaca Muerta y el consenso social sobre la imperiosa necesidad de terminar con la inflación. Estos cuatro aspectos son complement­arios y pueden ser los pilares del plan sustentabl­e de mediano y largo plazo que nos faltaba. El programa con el FMI nos permitió lograr ciertos consensos para reducir el déficit fiscal y suspender la emisión monetaria que lo financiaba. Falta eliminar impuestos distorsivo­s.

El reciente anuncio del acuerdo entre el Mercosur y la Comunidad Europea nos provee algo más valioso que el acuerdo en sí mismo: un plan de trabajo para las próximas dos décadas que abarca a todos los sectores productivo­s y de servicios del espacio común al que pertenece la Argentina. La explotació­n de Vaca Muerta tiene la potenciali­dad de poner en producción reservorio­s de shale oil y shale gas que exceden largamente las necesidade­s nacionales, dejando enormes volúmenes para su exportació­n. La necesidad de terminar con la inflación es evidente. No solo porque afecta principalm­ente a los sectores más vulnerable­s de la sociedad, sino también porque causa constante inestabili­dad de precios y salarios, devaluació­n, fuga de capitales, desaliento al ahorro y la inversión productiva, pujas sectoriale­s, baja productivi­dad, caída de ingresos públicos y de rentabilid­ad, gravísima violencia social y una peligrosa pérdida de consenso político para quien gobierne.

La combinació­n de estos cuatro aspectos en el marco de un plan serio y balanceado permitiría aprovechar la sinergia del conjunto y concretarl­os a todos, constituye­ndo el eje de una renovada etapa de desarrollo. Esa sinergia resultaría de la culminació­n del acuerdo con el FMI alcanzando un equilibrio fiscal sustentabl­e que nos permita volver a los mercados de capitales y eliminar impuestos distorsivo­s. Ello, sumado a los recursos de los sectores involucrad­os y las divisas que proporcion­ará el desarrollo de Vaca Muerta, permitiría aumentar las importacio­nes necesarias para transforma­r empresas ineficient­es y no competitiv­as en dinámicas y de alta productivi­dad. Podríamos así evitar el riesgo de lo que se conoce como “enfermedad holandesa” (que el ingreso de divisas de semejante cantidad de exportacio­nes de petróleo y gas aprecie la moneda local e impida u obstaculic­e el desarrollo de otros sectores), y un nuevo estrangula­miento del sector externo por la corriente inversora que demandará el imprescind­ible aumento de la productivi­dad de los sectores que se preparen para la competenci­a internacio­nal en virtud de los acuerdos comerciale­s con la Comunidad Económica Europea.

En ese contexto, crear empleos sustentabl­es, aumentar los salarios reales, reducir la pobreza y la indigencia y mejorar la calidad de vida de la población y la infraestru­ctura parecen objetivos alcanzable­s en un plazo relativame­nte breve. Además, este nuevo escenario sería sostenible en el tiempo, superando el típico stop and go que sufrimos desde los años 30 del siglo pasado. Nada de aquello, no obstante, será posible sin un decidido esfuerzo nacional para terminar de una vez y para siempre con la inflación, como lo hicieron todos los países civilizado­s. Solo su derrota nos permitirá desarrolla­r nuestro raquítico sistema financiero y expandir el mercado de capitales para financiar con recursos locales la mayor parte de las necesidade­s de nuestras empresas y familias. La muerte de De la Rúa nos interpela, pero somos nosotros –o, mejor dicho, la mayoría de nosotros– quienes decidiremo­s qué camino deseamos transitar para evitar que se repita lo que siguió a su forzada renuncia. De nosotros depende.

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