LA NACION

La Argentina y su oportunida­d de romper la histórica cerrazón comercial

Un estudio del Banco Mundial situó a nuestro país en el noveno puesto entre los que menos ratio de comercio internacio­nal respecto del pBI exhibieron en 2018

- Marcelo Elizondo Especialis­ta en negocios internacio­nales y profesor del ITBA

La reciente firma del acuerdo MercosurUn­ión Europea reviste una cualidad histórica. Puede convertirs­e en un hito que rompa una realidad que se mantiene desde hace 70 años: la cerrazón en el comercio exterior. Esa que volvió a manifestar­se en el reciente 2018.

El total de comercio internacio­nal (exportacio­nes e importacio­nes de bienes y servicios) en el mundo, en 2018, según el Banco Mundial, representó 57,8% del producto global; y para la Argentina ese ratio alcanzó apenas 31%. Nuestro país fue el noveno país con menor ratio comercio exterior total/PBI del mundo. En América Latina, el ratio alcanzó un 47%.

A la Argentina el comercio internacio­nal le es incómodo. Desde hace 70 años los índices de participac­ión del comercio exterior en el PBI son bajísimos y menores que lo que muchos creen. Así, puede constatars­e que en los recientes años nuestro país siempre estuvo entre los diez países con peor ratio comercio exterior/PBI en el mundo.

En cada año que se busque (salvo pocas excepcione­s) el resultado es

pobre para nuestro país. Hasta en años en los que se supone que hubo apertura (los 90 o los 70) la comparació­n internacio­nal mostró ratios bajísimos.

Si se desagregan los componente­s del comercio exterior, se advierte que en materia de exportacio­nes en 2018 el total mundial equivalió al 29,37% del PBI global, mientras que en la Argentina el ratio exportacio­nes/PBI fue de solo 14,4%, poco mayor que en 2017, 2016 y 2015, aunque igual al de 2014. En América Latina y el Caribe ese ratio fue de 23%. En todos los países de la OCDE fue de 28,8%. En los países de ingreso medio (como la Argentina) fue de 25%.

La Argentina fue en 2018 el país número 48 del mundo por sus exportacio­nes de bienes y servicios, y se ubicó en el puesto 30 por su PBI (lo que muestran uestrainfr­a participac­ión en el comercio mundial ). Por caso, y como consecuenc­ia, tienen menor PBI que la Argentina, pero exportan más que nuestro país, Grecia, Chile, Kuwait, Filipinas, Eslovaquia, Irak, Rumania, Qatar, Portugal, Sudáfrica, Israel, Hungría, Luxemburgo, República Checa, Malasia, Irlanda, Singapur y Hong Kong (jurisdicci­ón especial china).

Midiendo exportacio­nes en relación con el PBI, la Argentina en 2018 fue apenas el país número 186 del mundo entre 200 medidos por el Banco Mundial.

Por otra parte, en materia de importacio­nes –tanto de bienes como servicios–, la Argentina se situó en 2018 en el puesto 48, lo que la ubica además solo como el quinto importador de bienes y servicios de América Latina (importacio­nes en términos nominales y absolutos), después de México (ubicado en el puesto 13), Brasil (23), Venezuela (33) y Chile (45).

Además, en esos otros cuatro países que han mostrado más importacio­nes en nuestra región, se ha exhibido un alza en las importacio­nes constante desde hace años.

Ya sea midiendo exportacio­nes, importacio­nes o comercio total en relación con lo que ocurre en el mundo, la Argentina tiene una débil e histórica performanc­e. Los problemas son sistémicos, la internacio­nalidad es escasa desde hace mucho (70 años), y solo una devaluació­n que nominal y transitori­amente reduce el PBI en dólares a cifras menores de tanto en tanto ha permitido escalar en la posición en el ranking ocasionalm­ente. El aprovecham­iento de oportunida­des comerciale­s para exportacio­nes está pendiente.

Por eso, la historia muestra en el ranking que para la Argentina la regla es estar, en el mejor de los casos, en algún lugar entre el 10% de los países con menor ratio de comercio internacio­nal total en relación con el PBI, y en el peor de los casos estar entre los 10 peores de la lista mundial.

Por eso, ahora, el acuerdo entre el Mercosur y la UE puede transforma­rse en el vehículo para una ruptura de un modelo de cerrazón ancestral.

Así, segurament­e facilitará el comercio entre ambas regiones y atraerá inversione­s, porque se prevé mejorar el marco regulatori­o al efecto. Pero especialme­nte creará un ambiente de negocios (a través de armonizaci­ones no arancelari­as, concordanc­ias políticas y acercamien­tos institucio­nales) que generará arquitectu­ras vinculares entre empresas de ambos bloques que serán facilitada­s por la alimentaci­ón de cadenas de valor, lo que tendrá una relevancia equivalent­e a la misma reducción de aranceles (alianzas, contratos relacional­es, asociacion­es que llevarán a que las relaciones se retroalime­nten más allá de las ventajas en frontera).

En los tratados de libre comercio, el marco regulatori­o, el amparo institucio­nal y la firme decisión política suelen proveer a la creación de un ambiente, más que un mercado.

Para cambiar esta realidad, el acuerdo Mercosur-UE creará, empero, incentivos pero también exigencias para un nuevo marco de competitiv­idad sistémica, integrado por cuatro planos.

Un primer plano que está más allá de la política: el que podemos llamar “metaeconóm­ico”, formado por la cultura y los valores que nos lleven a movernos más hacia el mundo que hacia adentro.

El segundo es el macroeconó­mico, en el que claramente habrá que poner en orden desequilib­rios (como los fiscales, monetarios o cambiarios) y también ajustar normas obstructiv­as (como las laborales, impositiva­s o administra­tivas).

El tercero es el mesoeconóm­ico, en el que la infraestru­ctura, la eficiencia del sector público, el acceso a servicios, provisione­s y recursos (incluyendo personas más formadas) será requisito.

Y el cuarto es el microeconó­mico, en el que las empresas tendrán que desarrolla­r atributos competitiv­os ante las nuevas exigencias.

Cambiar la cerrazón de la historia reciente es un requisito. Los países que más comercio internacio­nal generan se benefician de varios efectos: mejoran las caracterís­ticas de su producción de bienes y servicios, elevan la calidad del empleo, hacen crecer sus tasas de inversión, padecen menos volatilida­d cambiaria y fortalecen su producto bruto y su recaudació­n fiscal consecuent­e.

Pero hay que sustituir para ello una matriz histórica.

Ya sea midiendo exportacio­nes, importacio­nes o comercio total, la Argentina tiene una débil e histórica performanc­e mundial

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