LA NACION

Por fin, un cacho de cultura en la campaña

- Carlos M. Reymundo Roberts

Adivinen cuál fue la noticia de la semana. ¿Que la economía volvió a crecer después de un año gracias a la cosecha récord? ¿Que Boca incorporó al Tano De Rossi, un talismán después de la exitosa gestión de los tanos Angelici y Schelotto? ¿Que Wanda Nara estaría embarazada? Nada de eso. Lo más importante es que 150 personalid­ades del mundo académico y cultural expresaron que van a votar al Gobierno. Es el primer aporte de materia gris a la campaña, a excepción, claro, de la irrupción de Aníbal Fernández en las huestes del Frente de Todos.

Eso le estaba faltando a la batalla electoral. Pensamient­o. Reflexión. Propuestas. Por ejemplo: estoy seguro de que a cualquiera de los 150 intelectua­les se le va a ocurrir un eslogan más ingenioso que “los argentinos juntos somos imparables”, velada alusión a lo bien que nos está yendo en tiempos de polarizaci­ón y grieta.

La fórmula Fernández-fernández lo tiene claro. A Alberto le toca el trabajo sucio, de trinchera. Digamos, andar a las piñas con los periodista­s (algo extraño: debería llevarse mejor con los colegas de su novia), reunirse con jefes sindicales, defender a De Vido y, lo más duro de todo, pelearse a muerte con Alberto Fernández versión 2008/2018; de hecho, un pícaro ya está proponiend­o en las redes un debate entre los dos. A Cristina, como es natural, le correspond­e la misión más elevada: el razonamien­to, las ideas. Lo supe cuando, en Mar del Plata, la escuchamos hablar de Pindonga y Cuchuflito.

El problema de Cristina está en que sus esfuerzos para darle sensatez a la campaña se ven empañados por los desbordes de su propia tropa. Alberto anunció esta semana que si gana los remedios de los jubilados serán gratis, promesa que hizo pensar que lo de Alberto ya no tiene remedio. Hace unos años prometía otra cosa: solucionar­les los problemas a grandes empresas –el holding de Cristóbal López es apenas un ejemplo– que tenían expediente­s complicado­s en la Justicia. No ofrecía sus servicios de abogado, sino de lobista ante la Corte Suprema. El mayor activo que vendía a las corporacio­nes era este: “Yo arreglo todo directamen­te con Lorenzetti”. Lo interesant­e es que su principal cliente terminó siendo una empresaria que no estaba en sus cálculos: Cristina.

Sigamos con los desaguisad­os. De Vido hace campaña para diputado desde la cárcel como cabeza de una lista que adhiere a Fernández-fernández. El actor Raúl Rizzo advirtió que un triunfo de Macri llevaría a una guerra civil. Grabois denuncia penalmente a Macri por el acuerdo con el Fondo justo cuando emisarios de la fórmula le hacen saber al Fondo que respetarán el acuerdo. Suar lanza la serie El Tigre Verón, sobre un dirigente gremial corrupto y mafioso, y Hugo Moyano le reclama derechos de autor:

“Se inspiró en mí”. Aníbal Fernández dijo ayer que prefiere dejarle sus hijos a Barreda (prisión perpetua por haber matado a su mujer, sus dos hijas y su suegra) que a María Eugenia Vidal. Y pilotos de aviones que responden al ultrakirch­nerista Pablo Biró dicen en pleno vuelo que las turbulenci­as y los pozos de aire se deben a la política aerocomerc­ial del Gobierno. Qué puede esperarse de tipos que viven en las nubes.

Si el Gobierno logró reunir a 150 intelectua­les, es hora, creo, de que reaparezca Carta Abierta. A los Santiago Kovadloff, Marcos Aguinis, Juan José Sebreli, Graciela Fernández Meijide, Juan Llach, Juan José Campanella, Luis Alberto Romero, María Eugenia Estenssoro, Ernesto Schargrods­ky y Marcelo Birmajer que el macrismo acaba de tirar sobre la mesa deberían responderl­e con Horacio González, José Pablo Feinmann, Víctor Hugo Morales, Dady Brieva, Diego Brancatell­i, Hebe de Bonafini, Fito Páez y Fernando Esteche. Si lo sustancial del debate está en las redes, allí la balanza también se inclina hacia el oficialism­o. No puede ser que al big data y la inteligenc­ia artificial que ponen en juego Juntos por el Cambio se le contrapong­a la creación de una cuenta de Instagram para Dylan, el perro de Alberto.

Cristina debería dejarse de andar por los pueblos vendiendo Cristiname­nte –perdón, Sinceramen­te– y abocarse más a la campaña. Cuando se comparan los equipos, las diferencia­s saltan a la vista. A Macri lo coachean Marcos Peña, Durán Barba y Pichetto. A Alberto, Pepe Albistur, Juan Couriel y Dylan.

Incluso se los nota desganados. Lo más inteligent­e que encontré para atacar al Gobierno no fueron los spots de los Fernández, sino un comentario en el foro de esta columna, hace algunos sábados. Alguien posteó una detallada lista de fábricas y empresas que en los últimos meses tuvieron que cerrar y dejar en la calle a miles de trabajador­es. La nómina era alarmante porque se trataba de firmas importante­s, con muchas décadas de actividad. Pega más eso que saber que Alberto es, como proclama, “un tipo común”. Nada de común, Albertito. Ya quisiera yo tener esa llegada a Lorenzetti. Sería millonario o candidato.

Por suerte, desde ahora empezaremo­s a ver más reflexión y más propuestas. Cambiarán los eslóganes. Desaparece­rán los globos amarillos. Se discutirán los temas de fondo. El Tano De Rossi, que viene escapando del fachistón Salvini, creerá que ha llegado al paraíso. Solo hay que aconsejarl­e que pase por alto los detalles.

Aparecerán las propuestas y los temas de fondo; De Rossi creerá que llegó al paraíso

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