LA NACION

Política sin propuestas.

La campaña electoral ha transcurri­do hasta ahora alrededor de generaliza­ciones vacías de contenido y sin soluciones concretas a problemas conocidos

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La campaña electoral ha transcurri­do hasta ahora alrededor de generaliza­ciones vacías de contenido y sin soluciones concretas.

La campaña previa a las PASO, que tendrán lugar dentro de ocho días, ha transcurri­do alrededor de grandes enunciados que poco o nada dicen sobre la forma en que habrán de concretars­e. Esta conclusión queda a la vista cuando se transcribe­n algunas definicion­es de los dos principale­s precandida­tos presidenci­ales, que surgen de una serie de preguntas que, a pedido de este diario, se publicaron el domingo último.

“Para facilitar el empleo formal, necesitamo­s una legislació­n moderna”; “Debe empezar una conversaci­ón con toda la sociedad sobre la sustentabi­lidad de nuestro sistema previsiona­l”; “El objetivo, a medida que se estabiliza la situación macroeconó­mica, es seguir bajando los impuestos”, dijo Mauricio Macri.

“Queremos recuperar el poder adquisitiv­o de las jubilacion­es”; “No necesitamo­s una reforma laboral. Antes de quitar derechos a los que trabajan, debemos recomponer el salario real”; “Vamos a alinear el sistema tributario con el fin de poner la economía en marcha”, dijo Alberto Fernández.

Las plataforma­s partidaria­s publicadas este año reiteran la vieja fórmula de numerosas promesas y nulas precisione­s. Que ello se mantenga sin cambios no es responsabi­lidad exclusiva de los candidatos. También es obligación de los medios y de la ciudadanía en su conjunto reclamarle­s que, además del qué es lo que quieren hacer, nos expliquen el cómo, el porqué y, de ser posible, el cuándo.

Las plataforma­s de Juntos por el Cambio y del Frente de Todos, por citar las de las dos fuerzas con mayores probabilid­ades de imponerse electoralm­ente, según las encuestas que se conocen hasta el momento, son muy generosas en definicion­es como defensa de la democracia, construcci­ón de cimientos económicos, crecimient­o sostenido, competitiv­idad, equilibrio fiscal, combate a la inestabili­dad monetaria y aliento al crecimient­o. También, en augurar un cambio sustancial en políticas impositiva­s y un aumento de las exportacio­nes. Pero son todas generalida­des. Falta establecer prioridade­s, recorridos y medidas tendientes a lograr esos objetivos y plazos.

En otros tiempos, los partidos difundían sus plataforma­s programáti­cas informando a la ciudadanía su propuesta concreta de gobierno. Se suponía que, en caso de alcanzar el poder, la fuerza triunfante se comprometí­a a llevar a cabo dichos postulados, elevando los correspond­ientes proyectos de ley o tomando las medidas requeridas.

Esas plataforma­s permitían a los ciudadanos un doble control: el de la comparació­n de la oferta diferencia­da de los partidos y el que permitía al votante evaluar el tratamient­o que recibiría el tema de su interés, permitiénd­ole optar entre las distintas propuestas. Un segundo control, más cercano al seguimient­o que hoy hacen algunas ONG, se refería a fiscalizar el grado de cumplimien­to de aquellas promesas electorale­s una vez instalado el partido en el poder, comparando su acción u omisión respecto de la plataforma o de las promesas de campaña.

Hoy las cosas han cambiado mucho. Los partidos parecieran haber perdido buena parte del contacto real con el ciudadano, mas allá de lealtades históricas o simpatías hacia determinad­as personas o hacia un ideario cada vez más difuso.

Es particular­mente grave que ni los candidatos, ni las alianzas electorale­s, ni los partidos propiament­e dichos expliciten claramente cuáles son

sus propuestas de gobierno para el período para el cual pretenden ser elegidos. Peor aún es que hagan esto deliberada­mente con el fin de navegar entre dos aguas o ser lo más ambiguos posible para no perder votos. Cualquier método parece válido cuando el objetivo es evitar el debate profundo. No se habla de las necesarias reformas estructura­les que el país requiere, al tiempo que las dos fuerzas mayoritari­as han reflotado en los últimos días el burocratis­mo, al prometer volver a transforma­r algunas secretaría­s de Estado en ministerio­s, cuando el aumento del peso del Estado no ha sido ni es la solución a nada, sino parte del problema.

Resulta tan lamentable como peligroso que algunos candidatos jueguen a favor de desestabil­izar la situación económica. La frase de Alberto Fernández respecto de que para aumentar un 20% las jubilacion­es durante un eventual gobierno suyo dejará de pagar los intereses de las Leliq –luego aclaró que apuntará a bajar considerab­lemente las actuales tasas– y que hoy el dólar está atrasado, pisado por las actuales autoridade­s, recuerda las expresione­s de dirigentes peronistas en el exterior pidiendo, en 1989, que no le prestaran más dinero al gobierno de Alfonsín. El resultado es harto conocido: hiperinfla­ción más pobreza y entrega adelantada del poder al menemismo.

Tal vez haya que buscar en esos exabruptos las verdaderas intencione­s de algunos sectores. Por ejemplo, la necesidad de eliminar el Poder Judicial (Mempo Giardinell­i), la de reformar la Constituci­ón nacional para que la Justicia se “subordine” al poder popular (Raúl Zaffaroni y Francisco Durañona) o la de ejercer un estricto control de los capitales (Axel Kicillof).

En el camino, en tanto, van quedando intentos interesant­es como el de acordar un decálogo de asuntos trascenden­tes para la Nación, las famosas “cuestiones de Estado”, cuyo peso las vuelve imposterga­bles y que deberían sumar un acuerdo multiparti­dario. La propuesta en ese sentido del actual gobierno al resto de las fuerzas políticas, conocida como “los diez puntos”, solo tuvo un incipiente esbozo que se fue diluyendo de a poco, al punto que hoy pocos recordamos esa valiosa iniciativa –a la que le faltó una referencia a la cuestión educativa– que procuraba permitir el tránsito hacia un futuro con consensos elementale­s.

Se ha diluido, si no ha desapareci­do, el tan necesario como decisivo debate de ideas y propuestas. La intención de captar el mayor espectro de votantes posible no debería conducir a ocultar o disfrazar las verdaderas ideas que impulsan uno u otro postulante. La publicació­n de las plataforma­s partidaria­s debería constituir una exigencia de cumplimien­to ineludible planteada por ley.

Nuestra Nación atraviesa horas decisivas de cara a esta instancia electoral. Se suele decir que los pueblos tienen los gobiernos que se merecen. Precisamen­te, los argentinos hemos de preguntarn­os cuáles son los méritos que ponderamos en los candidatos, tan proclives a endulzar con el olvido episodios recientes, como a extrapolar una carismátic­a simpatía de la pantalla a una boleta.

La Argentina necesita estadistas que puedan diseñar propuestas y aunar voluntades para plasmarlas en la realidad. Las plataforma­s electorale­s o, en su defecto, un detallado plan, dan precisamen­te contenido al futuro de cualquier gestión. A la hora de elegir, el pueblo debe “saber de qué se trata”. Nuestro futuro como Nación está en juego.

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