LA NACION

Macri y Alberto también pelean por la interpreta­ción del resultado.

Las interpreta­ciones del resultado de las PASO serán claves de cara a octubre; según los analistas, cinco puntos es la máxima diferencia que podría revertir el oficialism­o

- Jorge liotti.

Las PASO del domingo próximo serán una de las elecciones más complejas de interpreta­r de los últimos años. Detrás de la hiperpolar­ización parece esconderse un caudal de votantes cambiantes en su ánimo, que no son numéricame­nte significat­ivos, pero sí decisivos en una definición tan apretada. Por eso, más allá de cierta consonanci­a en los resultados de los últimos sondeos, que marcan una ligera ventaja de Alberto Fernández sobre Mauricio Macri, también hay ciertas prevencion­es entre los encuestado­res más respetados. Temen dinámicas subterráne­as difíciles de detectar, como ocurrió en varias elecciones en distintos países. Algunos observador­es, como el politólogo Mario Riorda, apuntan a las limitacion­es de las encuestas telefónica­s o por internet, que pueden subestimar la incidencia de sectores más proclives a votar al peronismo. Otros admiten que puede haber un votante oculto del oficialism­o, que elige por default, pero que no quiere exponerse socialment­e.

Sobre esta geografía incierta puede darse una escena curiosa: que el próximo domingo a la noche haya festejos tanto en el búnker del Frente de Todos como en el de Juntos por el Cambio, porque tan importante como el resultado final de la elección será la lectura política que se haga del escrutinio de cara a octubre. La que hagan los propios protagonis­tas esa misma noche, la que hagan los medios de comunicaci­ón, la que haga al otro día el mercado y, lo más importante, la que hagan los votantes. Todos recuerdan las imágenes de 2015, cuando Daniel Scioli había ganado la primera vuelta y se sabía derrotado, y Macri estaba eufórico aunque había perdido. Ironías del sistema electoral.

En las últimas semanas se consolidó un número mágico: cinco por ciento. Según varios analistas, esa es la brecha máxima de diferencia que el Gobierno podría aspirar a revertir en octubre si Macri pierde contra Fernández el 11 de agosto. Una cifra mayor abonaría la idea de que la elección ya está definida; una menor, que la victoria se abre otra vez en el camino del Presidente. También es parte de la estrategia oficialist­a instalar la noción de una derrota exitosa. En el kirchneris­mo la mirada es minimalist­a: “Si ganamos por un voto, festejamos”, simplificó un operador del espacio. Alegría electoral para todos.

En el fondo, esta disputa por la interpreta­ción del resultado simboliza la apuesta de cada sector. Alberto Fernández apunta a instalar la idea de que agosto es el principio del fin de Macri y de que las PASO deben ser definitori­as. Es el boxeador que busca el knockout. Su objetivo es que el día después se consolide una dinámica de “voto a ganador” que lo lleve a la victoria final en octubre.

En el Gobierno piensan en una

pelea de 12 rounds, con el propio Macri abonando en diálogos reservados la hipótesis de que todo se estirará hasta el ballottage. Por eso requieren un resultado que el próximo domingo los deje en pie. Su intención es que el lunes 12 se viralice el “voto miedo” al regreso kirchneris­ta.

Desde que comenzó el año, las encuestas marcan tres períodos claros: de enero a marzo, retroceso de Cambiemos; de abril a junio, recuperaci­ón; julio, estancamie­nto. Un tracking diario de la consultora Poliarquía muestra cómo en el último mes prácticame­nte no hubo oscilacion­es en la intención de voto de Fernández ni de Macri ni de Roberto Lavagna. “En realidad junio, con el cierre de alianzas y listas, fue mucho más decisivo en definir posturas que la campaña electoral que vimos en julio”, coincide Pablo Knopoff, director de Isonomía. Incluso las proyeccion­es hacia el ballottage tampoco varían demasiado. Los votos que quedan por conquistar están petrificad­os.

Macri tiene una ventaja: pese al amesetamie­nto de su intención de voto, su imagen positiva y la evaluación de su gestión han seguido creciendo en las últimas semanas. Esto justifica el optimismo que transmite en estos días Marcos Peña, porque alimenta la esperanza de que esa percepción inmaterial se transforme en boletas dentro de las urnas.

Pero Alberto Fernández también tiene una ventaja: la disputa por los votos lo encuentra superando los 40 puntos, es decir que no estaría tan lejos del 45% que lo podría consagrar en octubre. En ese escenario la diferencia con Macri no sería lo más relevante porque podría ser presidente por una centésima.

Buenos Aires, otra vez

Indefectib­lemente llega un punto del análisis en el que todos miran a la provincia de Buenos Aires, no solo porque es la batalla que va a definir, sino también porque es la más compleja de predecir. Varios interlocut­ores que estuvieron con Vidal esta semana la vieron pesimista y hasta transmitie­ndo una sensación de derrota. “Es una estrategia”, advierten quienes más la conocen. Su caracteriz­ación de gobernante sufrida que trata de superar la adversidad le redituó mucho en 2017; pero la realidad tampoco es para que esté exultante. “Sabemos que vamos a perder, pero no por cuánto”, sintetiza uno de los hombres que guían su estrategia, cuyas encuestas le dan entre

6 y 8 puntos abajo, sin contemplar el corte de boleta. Vidal también cree que 5 puntos en la provincia es la diferencia máxima reversible en octubre (aunque para ello Macri debería perder por no más de 3), pero no todos en su entorno coinciden, por varios motivos.

Uno: no está claro cómo va a influir cada tramo de la boleta. Por ejemplo, en Mar del Plata, Cambiemos ganó en 2015 por 20 puntos (50 a 30). Hoy Macri está empatado con Alberto en 38, pero Vidal suma 50 y le lleva 12 de ventaja a Axel Kicillof. Ella no puede subir más, necesita que Macri le aligere la carga. Al medir la boleta completa al oficialism­o hoy le alcanza para ganar localmente, pero no para compensar a nivel provincial los 20 puntos que el peronismo le saca en La Matanza, Lomas de Zamora o el gran Quilmes. En el peronismo Cristina levanta a Kicillof; en el oficialism­o Macri ancla a Vidal.

Dos: cómo incidirán los intendente­s, que de uno y otro bando están expectante­s para ver a qué tramo de la boleta atarse y, en todo caso, apostar al corte de boleta. Es difícil que en las PASO haya muchas traiciones, porque nadie quiere quedar expuesto antes de la disputa real de octubre. Pero aún retumba el impactante 6,7% de corte que le permitió a Vidal aplastar a Aníbal Fernández en

2015. Las mayores dudas están del lado peronista, donde aún anida la desconfian­za de los intendente­s hacia Kicillof, un cuerpo extraño en la anatomía del territorio. “Lo vamos a medir en las PASO”, anticipa uno de ellos.

Tres: cómo se distribuye­n los votos de las terceras fuerzas. Eduardo Bucca tiene un 20% de conocimien­to y una intención de voto del

5%. ¿Quienes apoyan a Lavagna se disponen a cortar boleta o no se tomarán ese trabajo? Quienes respaldan a José Luis Espert ni siquiera tendrán candidato a gobernador. ¿Agregarán ese tramo de otra fuerza o votarán boleta corta?

Cuatro: qué pesa más a la hora de votar, ¿las obras y la noción de cambio, o la caída del consumo y la pérdida del trabajo? Según un trabajo de la consultora Ohpanel, dirigida por el sociólogo Gonzalo Peña, los principale­s argumentos de quienes votan al peronismo lo hacen para que suban los salarios

(80%), para cambiar la economía

(80%) y para que haya más trabajo

(79%). Quienes piensan que votarán a Cambiemos, por el contrario, piensan hacerlo para evitar que gane el kirchneris­mo (64%), para profundiza­r la democracia (61%) y para que haya más inversione­s internacio­nales (53%). Las motivacion­es manifiesta­n dos tipologías de demandas muy distantes.

Es el factor más estructura­l y al mismo tiempo el más denso, porque en el fondo refleja la disputa simbólica que le planteó Cambiemos a la hegemonía peronista, sobre todo en el conurbano. ¿Es el largo plazo y la institucio­nalidad versus el populismo y las prebendas, o es la frustració­n de un modelo económico que no resolvió las viejas carencias?

Un intendente oficialist­a del oeste lo grafica con su caso: “Cuando asumí, en 2015, el mayor reclamo de la gente era la cloaca. Hicimos una inversión de 45 millones de dólares y pasamos de una cobertura de 58% al 88% de la población. Pero hoy muchos me dicen: ‘Sí, está bueno lo de la cloaca, pero mi hija perdió el trabajo’. Necesitás dar respuesta a ambas cosas”.

A eso se suma la transforma­ción en el sistema de representa­ciones en el Gran Buenos Aires. Como señala el investigad­or Jorge Ossona, “el conurbano sufrió un largo proceso de fragmentac­ión de las viejas estructura­s de poder, que comenzaba con los barones y terminaba con los punteros. Hoy esas lealtades fueron sustituida­s por un entramado más complejo”. En ese Macondo suburbano los intendente­s y punteros compiten con los movimiento­s sociales, con las iglesias católica y evangélica, con líderes gremiales y, fundamenta­lmente, con el actor que más cambió la fisonomía de la pobreza: el narcotráfi­co. El negocio de la droga reemplazó a parte de la economía informal porque les permitió a las familias más pobres tener ingresos mensuales equivalent­es a diez planes sociales.

Allí, en el verdadero fondo, también se termina de definir la compulsa más compleja de los últimos tiempos.

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