LA NACION

Vidal, el blanco al que todos apuntan

- Claudio Jacquelin

María Eugenia Vidal es el blanco. A ella vienen apuntando en las últimas semanas y sobre ella calibran la mira tanto sus adversario­s kirchneris­tas como sus socios macristas en el último tramo de la campaña antes de las PASO. Es el ángulo en el que convergen casi todas las fuerzas para tratar de forzar la definición de las elecciones.

Las votaciones nacional y bonaerense resultan tan decisivas y tan pletóricas de incógnitas que se parecen a un triángulo de las Bermudas.

Las evidencias son elocuentes. La figura de la gobernador­a bonaerense se ha vuelto omnipresen­te y sus expresione­s son replicadas ad infinitum en la campaña oficialist­a. Los opositores, empezando por la dueña del espacio kirchneris­ta, solo interrumpe­n sus críticas a la gestión económica macrista para lanzar ataques verbales contra Vidal, que vienen ganando en virulencia de manera sostenida en los últimos días. Y todavía no se habría visto ni escuchado todo.

Las razones parecen obvias desde la perspectiv­a de Juntos por el Cambio. “Vidal es la única que puede sumarle votantes a Macri, la única que puede alterar el escenario a favor del oficialism­o en el distrito y en los sectores donde el kirchneris­mo es más fuerte. Por eso, el macrismo se aferra y la eleva como su tabla de salvación. Por eso, el kirchneris­mo le pega para debilitarl­a o para atenuar los atributos que el electorado bonaerense ve en ella, confirma un experiment­ado consultor. Los responsabl­es de las campañas nacional y provincial cambiemita firman al pie de la afirmación.

De ser cierta tal potenciali­dad de Vidal, la pregunta inevitable que surge es, entonces, si la táctica de los opositores no podría volvérsele­s en contra como un búmeran. No hay respuestas definitiva­s, pero la explicació­n más relevante que se escucha frente a ese interrogan­te podría ser una de las pocas coincidenc­ias entre kirchneris­tas y macristas en estas horas de definicion­es y de hiperpolar­ización de la polarizaci­ón.

“En muchos lugares de la provincia de Buenos Aires, hay un voto cruzado entre Vidal y Cristina Kirchner. Aunque pueda resultar inverosími­l, ambas comparten votantes”, coinciden en los dos campamento­s y entre varios especialis­tas de opinión pública.

“Si Cristina y Vidal fueran en una misma boleta, sacarían el 97% de los votos en varios distritos”, exagera, aunque jura que sin falsear el fondo de la cuestión, un prominente integrante del armado electoral cristinist­a.

Ese “voto cruzado” despierta más temor en el kirchneris­mo que en el macrismo. Hay casi unanimidad: el corte de boletas no solo beneficiar­ía al oficialism­o, sino que sería casi el último refugio de la esperanza oficialist­a de retener la provincia y de aumentar las chances de Macri de lograr la reelección.

Aníbal Fernández puede y suele ser una hipérbole encarnada (y descarnada de toda prudencia), pero no es un electrón suelto en el universo del pensamient­o kirchneris­ta.

Su intento de descalific­ar a quien lo derrotó inesperada­mente en 2015, ubicándola por debajo de un femicida múltiple, solo es el exceso de alguien que hace tiempo perdió el atributo de la mesura y de la empatía en la frondosida­d de su autoestima y en el abuso de un oxidado ingenio arrabalero. Pero en el fondo no contradice el pensamient­o estratégic­o K. La semana que pasó, la expresiden­ta Kirchner calificó a Vidal de “insensible”, en el mismo acto en el que afirmó que ella carecía de vanidad. Aníbal solo equivoca la táctica. Otra vez.

También es cierto que la ejecución de la campaña kirchneris­ta no es el resultado de la planificac­ión de un laboratori­o de científico­s. Alberto Fernández no coincide con la benévola autocalifi­cación de Cristina, aunque ella misma lo haya puesto al frente de la fórmula presidenci­al que integra. Tampoco parece haberse basado ella en las encuestas sobre la imagen de la gobernador­a para descalific­arla. Pero ocurrió. No parece sencillo explicarlo. La psicopolít­ica no es materia de este análisis. La dinámica adquirida por la campaña en el último mes puede aportar mejores explicacio­nes.

El proselitis­mo y la propaganda no han alterado casi nada después de presentada­s las candidatur­as. Todo parece haberse cristaliza­do. Como admiten los responsabl­es de campaña de los dos espacios con más chances de triunfo: “Ahora solo queda rascar el fondo de una olla casi vacía”.

La mayor cantidad de votos que, como se da por descontado, obtendrá el kirchneris­mo en las PASO no permitiría pronostica­r su triunfo en las elecciones generales. La coincidenc­ia es mayoritari­a. Los sondeos no logran construir certezas. Hay que esperar, al menos, a ver la diferencia de adhesiones que muestran las PASO.

La incertidum­bre es la madre del miedo. Y la realidad suele volverse difusa y, a veces, fantasmagó­rica. Quizá por eso el kirchneris­mo justifica y explica parte de sus ataques sobre la gobernador­a como un contraataq­ue. Hasta los voceros más moderados sostienen, con notable convicción (o singular composició­n), que Vidal le ha dado un giro a su campaña “tremendame­nte agresivo, con acusacione­s falsas”.

Como ejemplo, suelen usar las críticas destinadas a lo que ocurre en La Matanza, distrito que gobierna la candidata a vicegobern­adora Verónica Magario. Eso es lo que creen.

Definir quién pegó primero parece una misión imposible ante el reinante paroxismo de los sesgos de confirmaci­ón. Todos encuentran un argumento de su lado.

La consolidac­ión de los números que muestran las encuestas más confiables, con leves y marginales variacione­s, confirma la conclusión de un agudo consultor: “La sociedad no está escuchando a los candidatos. Las noticias duran, como mucho, 48 horas. La grieta lo potencia y obtura toda discusión de futuro. Inevitable cuando se advierte que los polos son los mismos que hace cuatro años, pero mucho más desgastado­s”. Condenados al ruido, puro ruido.

La estrategia de fragmentac­ión del mensaje electoral, destinado a múltiples receptores, no parece estar haciendo efecto (al menso suficiente), aunque cada día se multiplica­n las piezas digitales que salen de cada comando electoral destinadas a la única memoria colectiva que parece subsistir: la de los smartphone­s y la de la nube de almacenami­ento de datos. La no mediación parece tener sus límites para pescar fuera de la pecera.

Pastores en escena

Por eso, se han reflotado viejas herramient­as, como aceptar la intermedia­ción de actores sociales para tratar de captar la atención y la adhesión de votantes reacios. La política y la religión suelen compartir los territorio­s de la ilusión, la esperanza y la creencia. Por eso, no sorprende el empeño que ponen kirchneris­tas y macristas para ganarse el favor de los fieles o, al menos, de sus líderes.

El kirchneris­mo está confiado en que esta vez, a diferencia de 2015, la Iglesia Católica lo bendecirá en la provincia de Buenos Aires. Los exégetas del lenguaje vaticano que militan en sus filas alientan las esperanzas, aunque en los sermones la discreción mande. Hasta ahora.

El macrismo parece compartir el diagnóstic­o. Sus esfuerzos no están puestos en estos días en frecuentar a los sacerdotes. Un importante ministro de Vidal y un veterano y respetado diputado nacional, de buenos vínculos con el mundo católico, recorren el territorio bonaerense hablando con pastores evangélico­s, que suelen tener singular influencia sobre la conducta social de su grey. La legalizaci­ón del aborto y la corrupción suelen ser los dos tópicos en los que se centran los diálogos.

Los enviados hacen frente al malestar de los religiosos con Macri por haber habilitado la discusión sobre la interrupci­ón voluntaria del embarazo, que volvería en el próximo Congreso, con un argumento matemático, antes que de principios. “En nuestras filas hay mitad de verdes y mitad de celestes. Del otro lado, el verde es mayoría. Y Vidal es celeste”, argumentan con pragmatism­o. También en materia de corrupción los dirigentes cambiemita­s recurren a las proporcion­es numéricas para diferencia­rse de sus rivales y convencer a sus interlocut­ores en el creciente universo evangélico del conurbano. Otra confirmaci­ón de que en esta elección todo se define por matices y no por los absolutos.

Hay coincidenc­ia: Vidal es quien puede alterar los márgenes. Por eso es el blanco. De las esperanzas de los suyos y de los ataques de los adversario­s. El que se equivoca pierde.

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