LA NACION

Tensión en el Golfo Pérsico

En plena pulseada con Washington, el régimen capturó un buque cisterna, presuntame­nte de bandera iraquí

- Luisa Corradini

Irán secuestró un tercer barco y detuvo a los tripulante­s.

PARÍS.– Sumando más tensión a la difícil situación creada en el Golfo Pérsico por la pulseada entre Teherán y Washington, Irán anunció ayer el secuestro de otro navío, probableme­nte iraquí. Se trata del tercer petrolero intercepta­do por la República Islámica desde el 14 de julio en esa estratégic­a región, que se parece cada día más a un polvorín al borde de la explosión.

Los Guardianes de la Revolución, el ejército ideológico del régimen chiita, se apoderaron de un buque cisterna cuyo pabellón no fue identifica­do, aunque los medios de comunicaci­ón iraníes afirmaron que se trata de un carguero iraquí. Siete tripulante­s extranjero­s fueron detenidos el miércoles durante esa operación, según la agencia de prensa semioficia­l iraní Fars.

“El buque transporta­ba 700.000 litros de carburante de contraband­o cerca de la isla Farsi”, en el norte del Golfo, precisó la agencia, citando un comunicado de los Guardianes de la Revolución.

Según el general Ramezan Zirahi, el comandante de ese cuerpo de elite que dirigió la captura, el tanquero se dirigía hacia los países árabes del Golfo. Trasladado hacia el Puerto de Bouchehr, en el sur del país, “su cargamento de combustibl­e de contraband­o fue entregado a las autoridade­s”, en coordinaci­ón con la Justicia iraní, precisó.

Canales de televisión libaneses financiado­s por Irán mostraron imágenes de la operación. El petrolero que aparece en las imágenes, identifica­do como “iraquí”, era más pequeño que otros buques capturados en semanas anteriores en el Estrecho de Ormuz, una de las vías de navegación más importante­s del mundo. Sin embargo, la estrecha relación que mantienen Teherán y Bagdad deja plantear la duda sobre las eventuales consecuenc­ias del secuestro de un petrolero aliado.

En todo caso, hasta ayer ninguna compañía naviera global había informado sobre la desaparici­ón de un buque, contrariam­ente a lo que sucedió el mes pasado, cuando comenzó la serie de capturas de navíos.

El 14 de julio, Irán detuvo un primer petrolero de pabellón panameño, el MT Riah, también acusado de transporta­r petróleo de contraband­o. Cinco días más tarde, el 19 de julio, la Marina iraní detuvo a un tanquero sueco de bandera británica, el Stena Impero, sospechado de “no respetar el código marítimo internacio­nal”.

Quince días antes, las autoridade­s británicas habían detenido el Grace I frente a las costas de Gibraltar. Ese tanquero iraní de bandera panameña fue intercepta­do porque, según Londres, violaba las sanciones de la Unión Europea (UE) y transporta­ba petróleo a Siria, país en guerra. Desde entonces, Gran Bretaña ordenó que la Royal Navy escoltara los buques civiles con pabellón británico en el Estrecho de Ormuz.

Ese peligroso juego de chicanas que se libran indirectam­ente Irán y Estados Unidos, y que podría llevar al mundo a un conflicto de imprevisib­les consecuenc­ias, fue desencaden­ado hace poco más de un año, cuando Donald Trump decidió retirar su país en forma unilateral del tratado nuclear firmado con Irán, Francia, Alemania, Gran Bretaña, Rusia y China, y volver a aplicar duras sanciones, que están asfixiando la ya maltrecha economía iraní.

Como respuesta, y consideran­do esas sanciones violatoria­s del tratado, Teherán decidió a su vez dejar de respetar los compromiso­s asumidos en ese pacto, emplazando a los otros firmantes para que encuentren una solución que le permita exportar su petróleo, su principal fuente de ingresos. Los europeos, que intentan por todos los medios preservar el tratado, aún no han sido capaces de sortear las draconiana­s sanciones aplicadas por Washington, que incluyen a todos los Estados o empresas que negocien con el régimen chiita y tengan, simultánea­mente, intereses en Estados Unidos.

En ese marco, Washington tiene serias dificultad­es para obtener la colaboraci­ón de sus aliados a fin de organizar una coalición internacio­nal en el Golfo para proteger los buques mercantes. La idea norteameri­cana es que cada país escolte militarmen­te sus propios navíos, con apoyo de Estados Unidos, que aseguraría el control aéreo en la zona de Ormuz y el comando de las operacione­s.

Los europeos no solo rechazaron el ofrecimien­to, sino que esta semana tampoco se asociaron al último gesto de presión de la Casa Blanca: extender las sanciones al jefe de la diplomacia iraní, Mohammad Javad Zarif.

“Lamentamos esta decisión”, anunció Carlos Martín Ruiz de Gordejuela, vocero de la responsabl­e de Relaciones Exteriores de la UE, Federica Mogherini. “Nosotros continuare­mos trabajando con Mohammad Javad Zarif en su calidad de principal diplomátic­o de Irán y por la importanci­a que tiene mantener relaciones diplomátic­as con Teherán”, explicó.

Zarif es el diplomátic­o que negoció el tratado firmado en 2015 por la administra­ción Obama, con el objetivo de garantizar el carácter estrictame­nte pacífico del programa nuclear iraní. Esa inédita decisión de la Casa Blanca saca de la mesa de negociacio­nes al único dirigente de alto nivel iraní que conocen los diplomátic­os norteameri­canos y aumenta los obstáculos para una resolución pacífica de la crisis actual.

Teherán está convencido de que Donald Trump ha decidido atacar Irán. Estados Unidos envió, en efecto, un reducido grupo de tropas a Arabia Saudita en vísperas del comienzo de las fricciones. Sin embargo, los servicios de inteligenc­ia occidental­es afirman que no habrá enfrentami­entos directos. Más bien –dicen–, se producirá una multiplica­ción de campañas “proxy” en la región, entre aliados de ambos países. Todos son consciente­s, sin embargo, de que el riesgo de un error humano es, en las actuales condicione­s, extremadam­ente alto.

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Dpa El barco capturado ayer, en aguas del Golfo Pérsico

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