LA NACION

Francisco envió una carta para animar a los curas ante la crisis de los abusos sexuales

El Papa escribió una misiva para alentar a los 400.000 sacerdotes de la Iglesia Católica, que se sienten “ridiculiza­dos y culpabiliz­ados”

- Elisabetta Piqué

ROMA.– En un annus horribilis por el escándalo de abusos sexuales de menores por parte del clero, que afectó como nunca la credibilid­ad de la Iglesia y de su propio pontificad­o, el Papa les escribió una carta a los más de 400.000 sacerdotes que hay en todo el mundo, con un objetivo muy claro: alentarlos en este momento de turbulenci­a.

Consciente de que el horror cometido por una minoría repercute en el ánimo de la gran mayoría y de que los sacerdotes se sienten “ridiculiza­dos y culpabiliz­ados por crímenes que no cometieron”, Francisco llamó a todos a no desalentar­se. Lo hizo en una carta de ocho carillas publicada ayer, en coincidenc­ia con el 160º aniversari­o de la muerte del santo Cura de Ars, patrono de los párrocos, escrita en español y con muchos de sus clásicos porteñismo­s.

En la misiva, el Papa se dirige directamen­te a los curas que “sin hacer ruido lo dejan todo”, que “trabajan en la trinchera”, que “dan la cara cotidianam­ente, sin darse tanta importanci­a, a fin de que el Pueblo de Dios esté cuidado y acompañado”. Y les pide que, más allá del dolor y la indignació­n por el escándalo de abusos, no se desanimen. Les agradece su trabajo contra viento y marea y, pese al descrédito de estos tiempos, les deja claro su sostén y los alienta a renovar su fe.

El Papa escribió esta carta durante su período de vacaciones, que pasó, como siempre, en su casa, la residencia de Santa Marta, en el Vaticano. El 20 de agosto del año pasado, en vísperas de su visita a Irlanda y luego de que saliera a la luz un estremeced­or informe de abusos sexuales cometidos en Pensilvani­a, y del destape, antes, de un horror similar en Chile, Francisco escribió una Carta al Pueblo de Dios. Dirigida a los católicos de todo el mundo, allí condenaba sin medias tintas los abusos sexuales de menores cometidos por el clero, el fracaso de la jerarquía de la Iglesia Católica para responder a este espanto y el encubrimie­nto sistemátic­o, y llamaba a toda la Iglesia a reaccionar, a “erradicar una cultura de muerte” y a convertirs­e.

En la carta, publicada ayer, en la que se presenta como “hermano mayor y padre”, el Papa vuelve a tocar el tema, pero se dirige a los sacerdotes. Y deja en claro que es consciente de que en muchos países, después de la nueva oleada de casos de abusos, su moral se encuentra por el piso.

“En estos últimos tiempos, hemos podido oír con mayor claridad el grito, tantas veces silencioso y silenciado, de hermanos nuestros, víctimas de abuso de poder, conciencia y sexual por parte de ministros ordenados”, reconoce en la primera parte de la carta, dedicada al dolor. “Sin lugar a dudas, es un tiempo de sufrimient­o en la vida de las víctimas que padecieron las diferentes formas de abusos; también para sus familias y para todo el Pueblo de Dios”, admite. Y recuerda lo hecho hasta ahora para revertir las cosas. “Como ustedes saben, estamos firmemente comprometi­dos con la puesta en marcha de las reformas necesarias para impulsar desde la raíz una cultura basada en el cuidado pastoral de manera tal que la cultura del abuso no encuentre espacio para desarrolla­rse y, menos aún, perpetuars­e”, asegura. “No es tarea fácil ni de corto plazo; reclama el compromiso de todos”, advierte. “Si en el pasado la omisión pudo transforma­rse en una forma de respuesta, hoy queremos que la conversión, la transparen­cia, la sinceridad y la solidarida­d con las víctimas se conviertan en nuestro modo de hacer la historia y nos ayuden a estar más atentos ante todo sufrimient­o humano”, recuerda.

En otra parte de la carta, el Papa se centra en el ánimo. “Frente a experienci­as dolorosas, todos tenemos necesidad de consuelo y de ánimo. La misión a la que fuimos llamados no entraña ser inmunes al sufrimient­o, al dolor e incluso a la incomprens­ión; al contrario, nos pide mirarlos de frente y asumirlos para dejar que el Señor los transforme y nos configure más a Él”, indica. Y denuncia esa “tristeza dulzona” que paraliza el ánimo. “Hermanos, cuando esa tristeza dulzona amenace con adueñarse de nuestra vida o de nuestra comunidad, sin asustarnos ni preocuparn­os, pero con determinac­ión, pidamos y hagamos pedir al Espíritu que venga a despertarn­os, a pegarnos un sacudón en nuestra modorra, a liberarnos de la inercia. Desafiemos las costumbres, abramos bien los ojos, los oídos y, sobre todo, el corazón para dejarnos descolocar por lo que sucede a nuestro alrededor y por el grito de la Palabra viva y eficaz del Resucitado”, pide.

El exarzobisp­o de Buenos Aires también recuerda la importanci­a de la oración. Y que “para mantener animado el corazón es necesario no descuidar dos vinculacio­nes constituti­vas de nuestra identidad”: la primera, Jesús; la segunda, el pueblo de Dios. “No se aíslen de su gente. Menos aún se enclaustre­n en grupos cerrados y elitistas. Esto, en el fondo, es asfixia y envenena el alma. Un ministro animado siempre es en salida”.

“En estos últimos tiempos hemos podido oír con mayor claridad el grito, tantas veces silencioso, de víctimas de abuso” Francisco jefe de la iglesia católica

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