LA NACION

La trampa del conurbano

esperanza. Miles de personas claman por salir de la pobreza en la provincia de Buenos Aires, donde el peronismo gobernó durante 28 años consecutiv­os

- Jorge Rosales.

Cada día, en los colectivos que cruzan el Puente Alsina pasan decenas de bolsas con droga en pequeña cantidad

“Esto es la gloria, dice Juana, cuya edad es indescifra­ble, frente a su casilla de madera, chapa y ladrillos huecos a metros de la olla inundable, en lo más profundo de la cava de Villa Itatí, en Quilmes. Está parada bajo el sol, en una fría mañana de julio, en un sendero entre escombros y basura. Sus palabras parecen marcar una contradicc­ión entre lo que se supone que es la “gloria” y el escenario en el que vive. Pero lo es, dice, porque a pesar de la lluvia torrencial esta vez no le entró agua en su casa, cuando unos años antes eso era lo normal, destruyend­o lo poco que tenía. Juana vive con sus hijos 4 metros por debajo del nivel del Acceso Sudeste, uno de los límites de esta villa de 57 hectáreas, una de las más extensas del conurbano y que habitan unas 5000 familias.

En ese sitio, como en el resto del conurbano, que concentra el 28% de los electores de todo el país, se juega la batalla más encarnizad­a que definirá quién será el próximo presidente y quién gobernará la provincia de Buenos Aires. De los 9,7 millones de votantes que habitan en los 24 municipios que forman el Gran Buenos Aires, la mitad vive en la pobreza y la indigencia. Ellos han sido siempre un botín al que los candidatos, oficialist­as u opositores, pretenden llegar con punteros y ayuda temporal que se esfuma tan pronto como pasa el día de los comicios.

El conurbano fue un territorio inexpugnab­le para dirigentes que no ostentaran el sello peronista. Sin embargo, quienes habitan esos lugares castigados por la precarizac­ión no los votan por peronistas, sino por populistas. Pero el populismo no ha hecho nada para sacarlos de esa realidad; al contrario, con sus políticas prebendari­as los ha cristaliza­do en la pobreza estructura­l.

La realidad del conurbano profundo es devastador­a por donde se la mire. En el último año y medio la devaluació­n y la recesión agravaron el cuadro ya de por sí dramático, puesto que la precarizac­ión de cientos de miles de personas no es nueva. La población de las villas y asentamien­tos en el Gran Buenos Aires lleva años sumergida en la miseria, cuyos índices alarman a la sociedad, aunque no parecen suficiente­s para que el problema fuera

atacado a fondo. Según la UCA, en ese territorio que representa tan solo el 0,5% de la superficie del país la pobreza multidimen­sional alcanza al 41,1% de la población.

La provincia de Buenos Aires estuvo en manos de gobiernos peronistas entre 1987 y 2015. En esos 28 años, el conurbano pasó de tener 622 villas y asentamien­tos a 982, lo que representa un crecimient­o del 59%, según el Registro Público Provincial de Villas y Asentamien­tos Precarios. En toda la provincia había 1585 villas en 2015, con un aumento del 82% respecto de 1990. En el Gran Buenos Aires se pasó de 117.280 hogares en villas y asentamien­tos precarios en 1991 a 328.056 en el año 2015, lo cual representa un crecimient­o del 179%.

Un tercio de las villas nacieron a partir de 2000. El 22,4% se levantaron entre ese año y 2010 y entre 2010 y 2015 se sumó un 11,29%. Cuando hacia 2009 se frenó el ciclo expansivo de la economía, surgieron nuevos asentamien­tos periurbano­s en el tercero y en el cuarto cordón, alentados por los intendente­s. Ante la imposibili­dad de satisfacer los reclamos de viviendas, algunos de los “barones del conurbano” protegiero­n las ocupacione­s territoria­les con promesas de mejoras que nunca llegaron o lo hicieron con cuentagota­s.

Las cifras son abrumadora­s, pero ayudan a comprender y desterrar el relato kirchneris­ta de que fueron sus gobiernos y los anteriores peronistas los que se ocuparon de sacar a los pobres del pozo. Sus políticas asistencia­les de emergencia funcionaro­n como paliativos y los períodos sin inflación sirvieron para calmar los dolores profundos, pero no resolviero­n los problemas estructura­les que los mantenían en condicione­s de pobreza extrema. Los punteros y las organizaci­ones sociales, que administra­ron miles de millones de pesos en los años de crecimient­o a tasas chinas, como se jactaba Cristina Kirchner, hicieron su propio negocio con los más necesitado­s, pero en poco o nada contribuye­ron a modificar su situación.

El hartazgo por la utilizació­n coercitiva del asistencia­lismo y el incumplimi­ento de promesas por parte de punteros y caudillos municipale­s contribuye­ron al giro en las elecciones de 2013 y 2015, cuando el kirchneris­mo perdió en la provincia. Y si bien el voto del conurbano siguió siendo mayoritari­amente en favor del kirchneris­mo, su hegemonía se quebró y los candidatos opositores de entonces avanzaron sustancial­mente.

La clase media baja del conurbano, que alberga a trabajador­es empobrecid­os con aspiracion­es de ascenso social, fue clave en el voto por el cambio en 2015. Pero 4 años después, ese segmento anida a los desencanta­dos de Macri. En 2015 esa clase media baja, donde hay una fuerte militancia peronista, fue por el cambio, pero hoy reniega de ello, transformá­ndose en una de las mayores fragilidad­es del macrismo. Es la gente que vive en los barrios populares, no necesariam­ente en las villas a las que María Eugenia Vidal llega con el modelo de urbanizaci­ón de los asentamien­tos porteños.

Si bien en este tiempo no se registraro­n nuevos emplazamie­ntos de barrios, aumentó el número de ocupantes de las villas. El crecimient­o demográfic­o en las zonas pobres de La Matanza, Florencio Varela y Moreno no se frenó. Lo mismo que la actividad en los comedores comunitari­os y de las iglesias, que creció en los últimos meses. La devaluació­n del año pasado, la aceleració­n de la inflación, la pérdida de poder de los salarios y la caída del empleo empujaron a amplios sectores a condicione­s de pobreza. Las últimas mediciones del Indec anticipan que en el primer trimestre de este año la pobreza alcanza al 34,1% de la población, con fuerte impacto en el Gran Buenos Aires.

El abordaje del problema del conurbano y el narcotráfi­co es una de las obsesiones de Vidal. A partir de 2017 puso en marcha un operativo piloto que un año más tarde se transformó en el ingreso del Estado bonaerense en 19 villas (Itatí, en Quilmes; Villa Porá, en Lanús; Carlos Gardel, en Morón; Costa Esperanza, en San Martín; Libertad, en Almirante Brown, y Puerta de Hierro, en La Matanza, entre otras) con obras estructura­les de urbanizaci­ón; también se instalaron servicios que no existían, como destacamen­tos de seguridad, salitas de emergencia y pediatría, y registro de las personas.

La apertura de calles, iluminació­n, limpieza de arroyos, desagües pluviales y la destrucció­n de búnkeres de la droga (en tres años y medio se derribaron 134) están a la vista y los beneficiar­ios lo aplauden. Como Juana, de la cava de villa Itatí, cuya casilla ya no se inunda. Pero en la crisis vuelven los reclamos por trabajo y changas. Lo mismo que el grito de las madres para que se ponga fin al flagelo de la droga, que transforma en zombis a los adolescent­es que no terminan el secundario ni trabajan. Son los excluidos. Solo uno de cada cuatro chicos termina la secundaria. Y apenas la mitad concluye la primaria en tiempo regular.

Vidal, como Duhalde en el pasado, incorporó sus propias manzaneras en las villas, que ayudan en la lucha contra las adicciones de los jóvenes. Las bautizaron “noderas” y en sus casas organizan talleres y ofrecen contención. Es parte de la política contra el narcotráfi­co, enfocada en limpiar de búnkeres los barrios. En las zonas en las que ingresó el Estado ya fueron destruidos, pero eso no implica la desaparici­ón de esa calamidad. Es un fenómeno en mutación y ahora la droga se vende en las casas de familia. Los “bolseros”, vendedores en general mujeres en casas de familia o pequeños negocios, reciben como paga unos $2000 diarios.

Cada día, en los colectivos que cruzan el Puente Alsina pasan decenas de bolsas con droga en pequeña cantidad, compradas en las villas Zavaleta y 1-11-14 y que tienen por destino las villas y los asentamien­tos del sur del Gran Buenos Aires. Viajan en bolsillos, mochilas o carteras. Es el microtráfi­co para proveer a los puntos de venta al menudeo, una de las calamidade­s que se incubaron en el tejido social de las barriadas pobres del conurbano y que, en muchos casos, se ha convertido en una alternativ­a de subsistenc­ia familiar.

Los próximos días se votará en esos escenarios, en los que miles de personas claman por salir dignamente de la pobreza y la marginalid­ad. Una trampa en la que cayeron hace décadas y que tras años de promesas incumplida­s cada día les resulta más difícil de superar.

 ??  ??

Newspapers in Spanish

Newspapers from Argentina