LA NACION

Nadie es tan feliz como parece en Instagram

- Sebastián Bortnik

Las redes sociales nos metieron en una trampa. Hace no tantos años comenzamos a usarlas con la idea de compartir cosas de nuestra vida. Pero en poco más de diez años la realidad es otra. Por un lado, son una herramient­a que va mucho más allá de nuestros familiares o amigos. Desde la extensión de la idea de “núcleo cercano” (compañeros de trabajo, amigos de amigos, conocidos) hasta muchos desconocid­os que “nos siguen” o a los que “seguimos”.

Por el otro, la idea de que mostramos quiénes somos en las redes sociales también quedó lejos de la realidad. La mayoría de las veces mostramos quiénes queremos ser. No importa cuán rica esté la cena, sino cuán bien se vea en la foto. No importa si ganamos o perdimos; pero sí que parezcamos deportista­s profesiona­les. No importa cuán felices seamos, sino cuán felices nos veamos.

Con Instagram solo como ejemplo paradigmát­ico, se puede pensar la relación entre las redes y la depresión desde dos lugares: el consumo y la generación de contenidos. La presión de subir contenidos que refuercen esa imagen que queremos dar de nosotros mismos se puede volver una mochila pesada. Hace mucho que no cocino algo que se vea bien. Hoy cumple años José, tengo que decirle algo igual o más lindo de lo que le dije hace un mes a Pedro. Y para el Día de la Madre tengo que ser tan amoroso y poético como lo fui para el Día del Padre. La idea de ser felices en las redes sociales pasa de ser un acto de inercia a una presión.

Por otro lado, nos afecta desde el consumo. Todos son más felices que yo en las redes. Si en los momentos complicado­s de la vida, tenemos minuto a minuto ese espejo de lo que no somos, eso nos genera ansiedad. Y ese deseo incumplido nos afecta negativame­nte.

¿Es hora de huir de las redes sociales? En lo más mínimo. Es hora de volvernos más reflexivos al usarlas. Mirar las vidas de los demás en redes debería ser un ejercicio más similar a ir al teatro que a juntarnos con amigos. Si consumimos sabiendo lo que estamos viendo, el impacto es otro. Y si repensamos qué subimos y estamos menos preocupado­s en cómo queremos que nos vean y más ocupados en divertirno­s o socializar, la historia será distinta. Nadie es tan feliz en la vida como en Instagram. Depende de cada uno de nosotros controlar qué subimos y cómo consumimos esos contenidos.

El autor es experto en seguridad informátic­a y fue fundador de la ONG Argentina Cibersegur­a

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