LA NACION

Carina Castro Fumero. “Muchos padres usan las pantallas como una niñera”

Para la neuropsicó­loga pediátrica, acompañar y poner límites a los hijos cuando utilizan los dispositiv­os es clave para cuidar su cerebro

- Texto María Ayuso | Foto Fernando Gutiérrez

La exposición a la tecnología desde edades muy tempranas es un factor que contribuye a la presencia de la depresión infantil. Así lo afirma, de visita en la Argentina, Carina Castro Fumero, la neuropsicó­loga pediátrica costarrice­nse y autora del libro ¿Qué puedo hacer yo? Guía para entender, cuidar y potenciar el cerebro de los niños. “La razón es simple: el cerebro de los chicos está creando constantem­ente conexiones entre las neuronas, que van a ser los cimientos cerebrales por los que se construirá­n el resto de las funciones cognitivas, como la felicidad y la motivación intrínseca –señala–. Desde la ciencia se sabe que hay muchos factores que promueven la creación de estas valiosas conexiones: principalm­ente, el juego libre, la interacció­n con las figuras de afecto y la exploració­n en los ambiente seguros. La tecnología no es uno de ellos”.

–¿Cuáles son los riesgos de las pantallas a edades tempranas?

–Cada vez aparecen más estudios que afirman los efectos negativos de la tecnología en el desarrollo del cerebro de los niños. Se sabe que un mayor tiempo de exposición a estos dispositiv­os está relacionad­o, principalm­ente, con lo que es déficit de atención, obesidad y depresión infantil. Esto es así porque repercute en la maduración de distintas estructura­s y funciones del cerebro que están en desarrollo. Cuando un niño tiene una sobreexpos­ición a los aparatos electrónic­os y llega a la adolescenc­ia con un cerebro inmaduro –con cimientos cerebrales débiles y con conexiones neuronales que no son tan útiles–, y vive los cambios químicos y estructura­les que son propios de esa etapa, se encuentra sumamente vulnerable y expuesto a presentar una depresión.

–¿A partir de qué edad recomienda el uso de los dispositiv­os tecnológic­os?

–Lo que dice la OMS, basándose en un montón de investigac­iones, es que hasta los 2 años, nada de pantallas. De 2 a 6 años, una hora como máximo al día, siempre y cuando no interfiera con la actividad física y haya una supervisió­n adulta del contenido. Sin embargo, esto es muy ajeno a la realidad: hay muchos padres que utilizan la tecnología como una niñera, pero además los chicos la están demandando porque saben que se la dan.

–¿Cómo impacta el exceso de tecnología en su cerebro?

–Entre otras cuestiones, se demostró que hay un área del cerebro, que se llama núcleo estriado, que es la que designa el interés por las cosas, a qué le pongo atención. Al núcleo estriado le encanta lo que sea inmediato y rápido. Entonces, cuando estoy jugando un videojuego, por ejemplo, con mucho movimiento, mantiene mi atención. Por eso le encanta la tecnología. Pero ¿qué pasa cuando les pedimos a los chicos que le presten atención a la profesora, que lean un libro o que se queden quietos esperando a que los atiendan? Es superaburr­ido para ellos, porque las cosas pasan lento, porque no hay movimiento. El núcleo estriado empieza a perder su atención en esas cosas de “la vida real” y a focalizarl­a en algo que no debería, buscando todo el tiempo la gratificac­ión inmediata que da, por ejemplo, la tecnología. Cuando se la quitamos, tenemos niños irritables, con poca tolerancia a la frustració­n, agresivos y enojados.

–¿Por qué considera que como sociedad tenemos que revaloriza­r el juego?

–Jugar no es solo una necesidad intrínseca de los chicos, sino la mejor forma por medio de la cual aprenden. Hasta los seis años se producen cierta cantidad de neurotrans­misores que generan que el niño se relaje, aprenda por medio de la diversión y elabore mediante el juego situacione­s que le han sido difíciles y no puede verbalizar. No solo es el medio para que aprenda, por ejemplo, otro idioma o matemática­s, sino también sobre habilidade­s sociales y emociones. Lo que uno ve hoy en la sociedad y es realmente triste es que el juego se ve como un extra: el niño tiene que ir a clases, ir a estimulaci­ón temprana, hacer tareas, y no hay tiempo para jugar. Entonces, vemos chicos estresados, que no tienen la posibilida­d de producir los neurotrans­misores necesarios para relajarse, estar felices y aprender. La sociedad es cada vez más exigente, pero hay que permitirle­s a los chicos el tiempo que su desarrollo necesita.

–¿Qué son las neuronas espejo y qué rol juegan en el desarrollo de la empatía?

–Las neuronas espejo son las primeras que juegan un rol en el aprendizaj­e de los niños. Cuando a un bebé le decimos “ma-má” y observa la boca en movimiento, se activan las mismas zonas en su cerebro que si estuviera diciendo esa palabra. Esa es la forma en la que aprenden. Así como aprende a hablar por medio de las neuronas espejo, también aprende otros actos que ve en los papás. Por ejemplo, si vamos por la calle caminando, vemos a alguien pidiendo y pasamos con indiferenc­ia, a un niño le va a resultar extraño si en teoría le hablamos del amor al prójimo y otras cosas. Tal vez no siempre tengamos una moneda o algo que darle para comer, pero ese momento nos puede permitir hablar con los chicos de la realidad de esa persona. Es una forma de conversar sobre el tema, de generar empatía, y eso es estimulaci­ón oportuna.

–En su libro sostiene que hasta los seis años hay una ventana clave para desarrolla­r, entre otras cuestiones, las habilidade­s sociales. ¿Por qué?

–Hay estudios que muestran que es más difícil educar a funcionari­os de empresas para que digan “buenos días” a que aprendan sobre ciertas actividade­s matemática­s. Mucha gente no mira a los ojos cuando habla o no dice “hola”, y eso es una habilidad social, son cosas que los chicos ven. Si mi marido llega a mi casa y yo lo saludo mirando para abajo, mientras estoy con el celular, ¿qué estoy enseñándol­e a mi hijo? Las habilidade­s sociales, la empatía, el respeto por las diferencia­s, todo se aprende por medio de la observació­n y del ejemplo, y eso son neuronas espejo. Los cimientos que les enseñamos desde que nacen hasta los seis años serán aquellos sobre los cuales irán construyen­do otras habilidade­s. Si cuando tiene tres años no me importa que diga “hola” o “adiós”, no puedo esperar que a los diez lo aprenda.

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