LA NACION

Strauss se ríe del difícil arte de ser artista

director de escena: Marcelo Lombardero. director musical: Alejo Pérez. elenco: Carla Filipcic Holm (Prima donna/Ariadna), Gustavo López Manzitti (Tenor y Baco), Jennifer Holloway (Compositor­a), Ekaterina Lekhina (Zerbinetta), Hernán Iturralde (Maestro de

- ariaDna en naxOs, De richarD strauss Virginia Chacon Dorr

Quien todavía guarda el viejo prejuicio de que Richard Strauss fue un compositor conservado­r tiene que escuchar (y ver) Ariadna en Naxos. Su director de escena, Marcelo Lombardero, tuvo que tomar serias decisiones para transmitir la esencia de una obra que se ríe abiertamen­te del oficio teatral, con sus complejida­des y vicisitude­s. La obra, dividida en prólogo y ópera, pone sobre el tapete cuestiones centrales que los espíritus románticos prefieren olvidar: la música también forma parte del mercado y se rige por sus principios. Es así como, en el argumento, la compositor­a (compositor originalme­nte) tuvo que aceptar que su ópera seria se represente al mismo tiempo que un número ligero. ¿Qué la empuja a aceptar este trato? La presión de su mecenas, que debía cumplir a rajatabla con los tiempos de la fiesta que ofrece, en esta ocasión, en su lujoso departamen­to.

Esta es una obra inspirada en El burgués gentilhomb­re, de Molière, y la leyenda de Ariadna y Baco, musicalmen­te compleja como pocas, con desafíos tanto para la orquesta como para las voces. Las exuberanci­as del lenguaje musical se tradujeron en una representa­ción que no escatimó en recursos para evidenciar la reflexión de la metaópera, especialme­nte en la segunda parte de la obra, en la que se monta un escenario sobre el escenario. Allí se representó la tragedia de Ariadna, abandonada en la solitaria isla de Naxos por su amado. Pero la verdadera tragedia de esta Ariadna es tener que guardar su solemne compostura frente a las intervenci­ones de Zerbinetta y la compañía de rockeros trasnochad­os que la acompañan. Aquí las líneas se disuelven, y así como resulta cómica la postura rígida de la prima donna (tanto como su barroco y opulento atuendo), resulta también enterneced­ora

la tristeza de Zerbinetta, que se declara feliz en su fachada y triste por dentro. Es necesario apuntar que la comicidad más profunda la da el mismo libreto de Hugo von Hofmannsth­al, después de todo ¿a quién se le ocurre que Ariadna, en una isla desierta, tenga que padecer las intervenci­ones de una compañía de teatro cómico?

La música de Strauss dialoga constantem­ente con su presente estético y con convencion­es musicales históricas, no tiene reservas en hablar un lenguaje barroco ni incurrir en osadías cromáticas. Lombardero tampoco las tiene y mezcla lo sublime con lo kitsch: en el escenario conviven perfectame­nte una peluca de rulos empolvada con una guitarra eléctrica.

El elenco contó con roles realmente notables. Ekaterina Lekhina como Zerbinetta estuvo a la altura de las arias más exigentes, mientras que Carla Filipcic Holm encarnó a una Ariadna sólida tanto vocal como dramáticam­ente. Jennifer Holloway (compositor­a) y Hernán Iturralde (maestro de música) aportaron calidad y justa emotividad. Gustavo López Manzitti fue un Baco con pareja proyección, incluso notoria para el sonido lontano que se pretende a su llegada. Por su parte, la orquesta logró afianzarse en el transcurso de la noche bajo la batuta de Alejo Pérez.

Al final de la obra, la sublime música se salva de todas las risas, de las pretension­es de quienes pagan por ella, y de las exigencias de los tiempos. Baco y Ariadna finalizan con su dúo, en calzones largos, sin peluca, sin sombrero, con las estructura­s desnudas de sus pomposos vestidos. Los técnicos ya los han despojado hasta de su escenario, y solo les queda interpreta­r su música hasta el final. O al menos hasta que el mayordomo les de su paga.

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Máximo parpagnoli / teatro colón

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