LA NACION

Política, deseos y afectos en primera persona

Con una trayectori­a y una estirpe de referencia en el cine argentino, la actriz vuelve a la pantalla grande mañana con El día que me muera; la política, sus afectos, deseos y enseñanzas de una vida plena

- Texto Paula Soler | Foto Soledad Aznárez

Betiana Blum entra al bar de café como el viento que sopla en el invernal afuera. Coqueta, con boina símil piel y saco negro. Se sacude el frío y abre el abrigo. “Llegué”, le dice a una de las chicas de la consultora de prensa que minutos antes le mandaba mensajes para saber por dónde estaba. Desde las mesas cercanas también la ven llegar. Los ojos clarísimos, como las hojas marrones más claras del otoño, chispean al saludar. Pide agua, desayunó tarde. “Comería una ensalada, pero si como no hablo”, dice ella, que tiene dos Martín Fierro y un Cóndor de Plata, y que el año pasado recibió un premio Podestá por su trayectori­a en el cine nacional.

En mayo pasado se cumplieron 34 años del que es uno de los films clásicos argentinos, Esperando la carroza, en el que se ve una Betiana Blum como una señora de clase, la nueva rica de nariz para arriba que aún hoy hace reír. Pero la actriz no se queda en el pasado. Da clases de actuación, medita y está feliz con la gira que dio por el país con la obra Mentiras inteligent­es y porque dentro de poco hará en las tablas No a la guita. Además, entre varios temas, habla con la nacion sobre la película que se estrena mañana, El día que me muera, en la que es una madre controlado­ra que está enojada con sus hijos porque no la visitan nunca.

Su objetivo será reunirlos para que lloren su muerte mientras ella los observa sufrir. Sí, una de las típicas frases maternas para infligir culpa hecha comedia. Con gags muy efectivos para la risa, y con la dirección de Néstor Sánchez Sotelo (Caída del cielo, 2016), la acompaña en cada contrapunt­o un elenco de lujo, entre quienes están Mirtha Busnelli, Roberto Carnaghi, Alejandra Flechner, Gipsy Bonafina y María José Gabín. –¿Cómo fue filmar con colegas con los que ya compartist­e escena y con artistas jóvenes, como Soledad García Lombardo, Lucas Ferraro y Alan Sabbagh, tus hijos en el film? –Hubo mucha química entre todos nosotros, y eso es muy importante. Mirtha está genial, Alejandra hace un gesto sutil y ya te reís, ella misma se tuneó el look. Todos están muy bien, son un gran equipo, te pasan la pelota y hacés gol. Es un hermoso libro. Y trabajar con gente joven siempre enriquece. El director es muy tranquilo, te deja hacer. Al principio me trataba de usted. Un

día me tuteó y cuando se dio cuenta, porque se ve que no se animaba, me dijo: “Bueno, te tuteo, ¡si sos del pueblo, Betiana!”. Fue muy divertido todo y el feedback es el mismo, porque en la premier en el San Martín la gente se rio mucho. Y si pasa eso es porque hace cosquillas en experienci­as comunes a todos. –¿Creés que Dina es una mamá como muchas o como pocas? Esto de ser madre y no poder evitar querer controlar al mismo tiempo a los hijos. –Sí, Dina es un poco todas las madres. Pero en definitiva todas hacen lo que pueden, nadie te enseña a ser mamá. –¿Dónde te hizo cosquillas a vos la película? ¿Cómo era tu mamá? (Se ríe, con su risa cascada, abre los ojos achinados y los mueve en un suspiro).

–No venía preparada para hablar de mi mamá. Bueno… ¡vino Anita! [el nombre de su madre]. Creo que era muy infantil, no tenía con qué cubrir esa cuota de madurez de una madre. Yo para ella era su muñeca. Me vestía igual que ella. Cuando yo tenía 10 años se usaba hacerse la permanente, y un día me llevó a hacérmela. Ella decidía. Yo no discutía. Tengo la sonrisa fácil. Entonces desarrollé el no querer discutir las cosas que no me importan mucho. Siempre algún punto de razón puede tener el otro. Entonces suelto. –¿En qué te parecés a tu mamá?

–Era un gran payaso, del cual salió este payaso que soy yo. Almorzábam­os y de pronto decía: “Leí una nota que dice que el pepino hace bien a la piel”. Y agarraba los pepinos de la ensalada y se los ponía en la cara. O cuando mi hermano andaba por ahí gruñendo ella lo agarraba y le decía “vamos a bailar”, y lo hacía bailar. Esa parte del humor, de coquetería; el amor por las plantas y los animales me vienen de ella. –¿Era de controlart­e mucho?

–Sí. Yo era una chica criada en una familia en un pueblo en Sáenz Peña, en el Chaco, y lo que hacíamos con los chicos era hacer asaltos, íbamos a la casa de alguien a bailar. A mis 19, en un veraneo en Mar del Plata, en el hotel donde parábamos, había un abogado mendocino que me llevaba como 11 años y era muy mujeriego. Yo era una boluda, no había ni tenido relaciones y el ladrón busca el bolsillo de los ángeles. Él me decía que se quería casar conmigo y yo se lo dije a mi mamá. Pero ella me dijo que cómo me podía decir eso, que no, que yo era de ella. Lo dijo de manera fea y yo me asusté mucho. –Y después te fuiste de Chaco a Buenos Aires. –Terminé el secundario y les dije a mis padres que quería estudiar Filosofía y Letras. Entonces, como la algodonera donde trabajaba mi papá tenía central en Buenos Aires, hicieron el contacto con una familia de un señor que trabajaba en la misma empresa. Era un matrimonio con hijas, fueron mis tutores. A la vez, me consiguier­on un pensionado religioso que quedaba a una cuadra de su casa, Nuestra Señora de la Consolació­n, en Juncal, ahora hay un supermerca­do. Pero en definitiva el control fue cero. Quizá porque veían que tenía objetivos claros. Después, estudié teatro. –Era una época en la que ese cuidado casi controlado­r se estilaba… –Pero yo era… ¿viste como Tweety, el pajarito que quiere atrapar el gato en los dibujitos? Iba caminando “pi, pi” y los zarpazos me iban por detrás, pero nunca me tocaban [cada frase de Betiana tiene una gestualida­d y un tono]. Siempre me sentí protegida, pero todos tenemos una protección; hay que ver si nos conectamos con esa vocecita que es tan dulce y bajita que no le damos pelota, pero nos avisa todo. Solo hay que bajar el volumen de la cabeza. Yo he discutido con la vocecita. Estoy por salir y me dice “ojo que va a llover” y le digo “no me jodas, no tengo ganas de buscar el paraguas”. Y llueve y me mojo. –¿Sentís que por esas épocas pasaste por situacione­s peligrosas? –Ahora soy consciente de que sí. Por ejemplo, iba a la biblioteca en la facultad y un chico me venía a hablar siempre de comunismo. Después no lo vi más. Y yo en esa época pensaba que era porque en la ciudad ves una persona y después no la ves nunca más. Por eso cuando me preguntan qué es para mí el éxito, yo digo: “Como en mi pueblo, todo el mundo me saluda”. Para mí, era un misterio no saber qué había pasado con esa persona. Pero en mi casa no se hablaba de política. Yo era una romántica, estudiaba Letras, leía a Samuel Beckett... y digo, gracias a Dios que no me pasó nada. Mi papá sí hablaba de justicia social, le importaba la gente, tenía conciencia social, no conciencia política. Él era mi ejemplo, porque yo veía cómo actuaba él. No te adoctrinab­a. Mi mamá se arreglaba, estudiaba el piano, cocinaba bien y se reía mucho… –¿No tenía miedo de que te pasara algo?

–Ella no tenía formación… Decía cosas feas, que te quedan. Organizó la fiesta de casamiento con un novio que yo tenía cuando estaba en el pensionado. Un día vino y me preguntó “¿por qué no te casás?”, y como no nos importaba mucho nos casamos. No me obligó. Yo ya tenía más de 20. Pero duramos un año.

Betiana Blum suele decir en las entrevista­s que su gran amor fue Oscar Viale, pero que gracias a quien fue su pareja, el periodista Ricardo Parrotta, tuvo a su hijo Sebastián, quien a su vez le dio la suerte de poder disfrutar ahora de su nieto Renzo. “Hice lo mejor que pude como madre, porque cuando Sebastián era chiquito el papá se fue del país, porque si no lo mataban. Yo tenía que bancar todo y ganar dinero para pagar el colegio, el alquiler. Tuve mucha ayuda de la abuela paterna de Sebastián. Fue duro porque

“No nos educan consciente­s, nos educan obedientes, y así podés ir a un extremo”

“La vida es un regalo, y cuando te morís no hay ideología que valga”

no estuve mucho tiempo con él. Los hijos siempre te pasan factura, pero yo le doy su espacio. Él está haciendo su vida y me quiere, pero por ahí estoy más conectada con mi nuera. Él es muy independie­nte y escribe para Disney, escribió Violeta, y es el creador de Go!: vive a tu manera. –Le llegó tu influencia.

–Imaginate, el papá periodista, la mamá actriz, iba de un diario al teatro. Y Renzo cumple 11 en octubre y está con las problemáti­cas de la edad. Los papás lo cuidan muy bien y yo solo me ocupo de disfrutar a mi nieto. Tiene algo del gen de la actuación, pero no le fomento nada. Yo lo amo y estoy para darle todos los gustos que pueda y que se sienta amado, cuidado y respetado. Viene al teatro a verme, vio la película y me dijo que le gustó, que se rio mucho y me dijo: “Abuela, en las fotos del espejo de tu personaje está la foto de Shirley Valentine…”. Y sí, está en los detalles. –¿Tu experienci­a con tu mamá de alguna manera te hizo un poco diferente a ella? ¿Querer buscar tu propio camino y dar aire? –Lo que pasa es que, como en la película, la invitás menos a tu casa –se ríe–. Tenía sus razones para ser así, no sé. Todo el trabajo que hice sobre mí todos estos años y sigo haciendo es el del perdón, el soltar, aprender a escuchar al otro, porque a veces el otro está hablando y estamos pensando en lo que vamos a contestarl­e. Doy clases de teatro y uno de los mayores problemas de los actores es que por más que se saben la letra y te contestan a pie, no les pasa nada en la actuación. –Si no les pasa nada, ¿no llegan a transmitir nada?

–Sí, y es por eso que la gente tiene fascinació­n con algunos artistas y no con otros. Tiene que ver con transmitir una verdad, actuando. –Vos sos de transmitir.

–Nunca escuché a alguien que me criticara. Lo veo en la calle y la gente me mira, quizá sin decir nada, y otros me dicen cosas lindas. Veo un feedback muy positivo. Creo que la vida es servicio. Cuando a la gente la divierte lo que hacés, o la emociona, es una bendición porque lo que estás haciendo sirve. –Esa bendición y ese servicio, ¿a vos te llegan más con la comedia o con el drama? –Creo que no se dividen. Uno llora de risa y se ríe de dolor a veces. En la vida están las dos cosas. La vida es movimiento. Por ejemplo, Dina tiene mucho amor y es controlado­ra, pero sufre. Su historia tiene matices, no es mala, necesita que la quieran y no se da cuenta de lo que hace al querer lograr ese objetivo. No hay blanco puro y negro puro. Eso es muy importante saberlo en la preparació­n para la vida también. –¿Los argentinos somos así? ¿Estamos entre River y Boca, o de un lado u otro de la grieta? –A mí me ayuda estar centrada. La gran palabra mágica es conciencia, cuando tomás conciencia de algo, vas para adelante. Porque es difícil despertar la conciencia. No nos educan consciente­s, nos educan obedientes, y así podés ir a un extremo. Todo lo que hace extremo a tu ser es violento, porque querés ir más allá del otro, pasarlo por encima. Hay que estar en el propio eje para escuchar al otro. –En estos tiempos en los que se habla de la grieta en la política, en el periodismo, en el ámbito de los actores, ¿cómo haces para buscar ese eje, ese centro y que no te digan que no te comprometé­s? –El papá de Sebastián era periodista y se fue del país porque si no lo mataban, o era la patria peronista o la patria socialista... Los extremos no son buenos. Hay una meditación que me enseñaron cuando empecé con la actuación. Primero te conectás con tu cuerpo y decís “yo no soy mi cuerpo”; después, “yo no soy mis pensamient­os”; después, “no soy mis emociones”. Todo con mucho amor, no peleándote con vos mismo. Para terminar, repetís “yo soy, yo soy, yo soy”. ¿Por qué? Porque si yo soy solo mi cuerpo, ves las consecuenc­ias en quienes hablan todo el tiempo de enfermedad­es, hacen bullying o que viven tuneándose para ser jóvenes. Si sos solo emociones, te dejás llevar por enojos o pasiones. Si solo sos tus pensamient­os, pueden ser tan determinan­tes que podés encasillar­te, o ir a un extremo y no podés dialogar. Cuando decís, “yo soy”, estás en movimiento. Estás abierto a ser y escuchar, y por más que tengas tus ideas, tus pensamient­os no te definen, el ser te define. La vida es un milagro, es un regalo, te morís y no hay ideología que valga. La vida es movimiento. –Después pasa que quienes dicen defender ideologías intercambi­an figuritas en la política a convenienc­ia personal... –Es un horror, yo les miro las caras a los políticos cuando están en la televisión, los silencio y los miro. Son los actos lo que hay que ver. El gran error es que ganen tanto dinero; si ganaran como un maestro, serían políticos por vocación. La gente se quiere meter en política para robar, y si alguno tiene un ideal no dura mucho, como no negocia, lo sacan. –Con el colectivo Actrices Argentinas, ¿te sentís representa­da? –No te voy a dar una opinión, te voy a decir lo que observo, que es más personal. Cuando yo vi a todas las mujeres apoyando a una mujer que cuenta lo que le pasó y dice “recién ahora puedo hablar”... [Betiana hace una pausa, del gesto serio pasa a la sonrisa], a mí me gustó esa energía de mujeres diciendo “te vamos a apoyar en tu pedido de justicia”. Nadie debe violar a nadie. Tuve bastante suerte trabajando. Sí tuve una situación fea con un novio, y lo dejamos ahí. Cuando sos inocente, sos fácil de manipular. Pero es cierto que tenemos poca historia de apoyarnos entre nosotras las mujeres. Por ejemplo, a veces hay mucha competenci­a entre quién es o quién se ve más joven que la otra... y lo importante es cómo nos podemos potenciar juntas. Una persona más joven trae una mirada distinta, cosas nuevas, y vos podés aportar experienci­a… Con mis alumnos pasa eso, es hermoso.

Betiana se vuelve a emponchar para salir al frío, tiene que ir al ensayo de la que será su nueva obra. La detienen dos mujeres jóvenes que la llaman desde una mesa cercana. Ella se acerca, recibe halagos efusivos, los agradece y luego se despide, sonriente.

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En el papel de Dina, una madre obsesionad­a con el control de sus hijos
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Archivo Una imagen, un estilo propio que ya es una parte del cine argentino en Esperando la carroza
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Fotos gabriel machado
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No a la guita, de próximo estreno en teatro

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