LA NACION

Los desafíos que habrá que enfrentar en pos del desarrollo

economía a mediano plazo. Las exportacio­nes primarias aliviarán la brecha externa, pero la brecha fiscal limitará el crecimient­o

- Guillermo Rozenwurce­l y Ramiro Albrieu

Mientras exista el problema de la “doble transferen­cia” será difícil lograr un crecimient­o sostenido del producto y el empleo. Esa es la principal restricció­n que enfrenta nuestra economía

La Argentina es un país curioso: si alguien se ausenta unos pocos meses, cuando regresa puede encontrars­e con un panorama inesperado; en cambio, si la ausencia se prolonga algunos años, encontrará el mismo país del que se fue. Paradójica­mente, en la superficie las circunstan­cias cambian todo el tiempo, pero la estructura socioeconó­mica se mantiene inmutable.

Es por eso que nos resulta tan difícil anticipar las perspectiv­as inmediatas de la economía argentina en el corto plazo. Actualment­e, la incertidum­bre acerca de los efectos del ajuste sobre la evolución de los desequilib­rios macroeconó­micos imprime una alta volatilida­d a los mercados financiero­s y, con ello, a la economía en su conjunto. A eso debemos sumarle las potenciale­s consecuenc­ias de las PASO y los resultados electorale­s posteriore­s. Así, tratar de hacerse una idea sobre dónde estará la economía en términos de actividad, inflación y tipo de cambio en los próximos meses es una tarea muy compleja, como se advierte cuando se observa cómo divergen los pronóstico­s de los especialis­tas.

En cambio, si tratamos de conjeturar cómo estaremos en un lapso mayor, digamos en un horizonte de dos o tres años, es posible encontrar algunas certezas sobre el futuro de la economía argentina. Estas certezas surgen de considerar lo que típicament­e ocurre cuando un país emergente sufre una crisis cambiaria y procura sortear las dificultad­es para refinancia­r a tasas razonables parte de su endeudamie­nto externo con el auxilio del FMI.

Dado que la deuda externa está actualment­e por encima del 55% del PBI, el doble del nivel de 2015 y, en el mejor de los casos, solo bajará lentamente en los próximos años, lo primero que puede afirmarse es que, forzada por la imposibili­dad de acceder al financiami­ento voluntario en los mercados financiero­s internacio­nales, la economía deberá hacer un fuerte esfuerzo para mantener a raya la relación entre el ingreso y el gasto de sus ciudadanos, lo cual implica en la práctica que la balanza comercial se mantenga superavita­ria por un período prolongado. En otras palabras, el ingreso por exportacio­nes no solo deberá ser suficiente para pagar las importacio­nes, sino tam

bién para financiar la diferencia entre los vencimient­os de intereses y capital y el nuevo financiami­ento disponible en el mercado internacio­nal.

En otras palabras, en un contexto semejante, el superávit comercial debe ser suficiente para alcanzar un resultado en cuenta corriente también superavita­rio, a fin de transferir las divisas excedentes a los acreedores externos. Esta es la cuestión que, a raíz del Tratado de Versalles, firmado luego de la Primera Guerra Mundial, Keynes identificó como el problema de la “transferen­cia externa”: para lograr superávit en cuenta corriente, el gasto doméstico (consumo más inversión) debe ser inferior al ingreso nacional. La cuestión es que si las ventas externas no aumentan lo suficiente ese superávit solo se conseguirá comprimien­do el gasto en importacio­nes, con el consecuent­e efecto negativo sobre el nivel de actividad y empleo.

En el caso argentino podría argumentar­se que, en verdad, el problema de la “transferen­cia externa” no existe, dado que en la discusión anterior nos estamos olvidando de los activos, es decir, de las acreencias que los argentinos tenemos contra el resto del mundo. Y en términos netos la Argentina es acreedora del resto del mundo por unos 70.000 millones de dólares, aproximada­mente 15% del PBI. Dicho de otra manera, en relación con el resto del mundo, el valor de sus activos en el exterior es superior al de sus pasivos externos, debido fundamenta­lmente a las inversione­s en cartera del sector privado. Así, si se considera el ahorro externo acumulado, el país como un todo no presenta problemas de solvencia: podría cancelar todas sus obligacion­es liquidando los activos que posee en el exterior, sin necesidad de mantener su flujo de gastos por debajo del de sus ingresos.

Sin embargo, el problema es más complejo. Como estudió Díaz Alejandro en los ochenta, las relaciones financiera­s de la Argentina –y otros países de la región– con el resto del mundo presentan una clara asimetría según considerem­os el sector público o el privado: los activos externos son básicament­e del sector privado, que, además, es el que genera las divisas por exportacio­nes. Por contrapart­ida, aunque el gobierno no exporta, la deuda externa es mayoritari­amente deuda pública. En este contexto, el problema es también doméstico: ¿cómo consigue el sector público las divisas que necesita para hacer frente a sus obligacion­es con el resto del mundo, dado que tanto el stock de activos externos como los flujos de ingreso por exportacio­nes pertenecen al sector privado?

Este problema, de “transferen­cia interna”, plantea una disyuntiva de hierro: para comprar las divisas que genera el sector privado el gobierno debe lograr suficiente financiami­ento doméstico o, de lo contrario, alcanzar un superávit primario equivalent­e. En conceptos de intereses solamente estamos hablando de un 3,3% del PBI para los próximos cinco años. La necesidad de realizar la transferen­cia doméstica no solo restringe el accionar de la política fiscal; también afecta a la política monetaria, por una razón muy sencilla: si no hay financiami­ento interno a tasas de interés razonables y el esfuerzo fiscal no es suficiente, la autoridad monetaria deberá emitir pesos para comprar las divisas al sector privado, lo cual implica que otros objetivos –como la tasa de inflación– entrarán en conflicto con el de asegurar los dólares que necesita el sector público.

Es posible que en los años venideros las exportacio­nes de energía provenient­es de Vaca Muerta, sumadas a las exportacio­nes agropecuar­ias tradiciona­les, alivien la restricció­n externa. De cualquier manera, en un futuro próximo, el tipo de cambio real difícilmen­te pueda atrasarse persistent­emente. Sin embargo, la principal fuente de inestabili­dad estará en la interacció­n entre lo externo y lo fiscal; en particular, la restricció­n fiscal –en un contexto en el que la deuda pública continuará en torno a 60% del PBI– se mantendrá operativa y la trayectori­a del producto y el empleo dependerá de cómo logre el gobierno ajustarse a esta restricció­n. Mientras el financiami­ento doméstico sea escaso y requiera tasas de interés excesivame­nte altas y el gasto corriente no se desacelere, o bien la presión impositiva continuará tan elevada como en el presente o será el “impuesto” inflaciona­rio el que provea los fondos necesarios para pagar los compromiso­s externos.

En síntesis, mientras subsista el problema de la “doble transferen­cia”, será difícil lograr un crecimient­o sostenido del producto y el empleo. Esta, y no la demora en concretar las reformas “estructura­les”, es la principal restricció­n que enfrenta nuestra economía.

Rozenwurce­l, Conicet, UBA y Unsam; Albrieu, Cedes y UBA

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