LA NACION

El megáfono y la república

- Ariel Torres

Allá abajo, en los abismos más profundos de toda grieta, habita un equívoco peligroso. Envenena la sociedad y las relaciones entre personas. Está tan instalado que no lo advertimos. Pero embosca y conspira todo el tiempo. Con frecuencia, prevalece.

Una cosa es la verdad. otra, muy diferente, es decir la verdad. Confundir una con otra es la forma más efectiva de devastar la convivenci­a.

Sabemos que hay muchas verdades. Por ejemplo, a ningún arquitecto juicioso se le ocurriría diseñar un edificio de acuerdo con la geometría hiperbólic­a; respetará

a Euclides, y todos contentos. Esto no significa que las geometrías no euclidiana­s sean un embuste. Un universo, dos verdades.

De poco nos serviría excusarnos de nuestra impuntuali­dad explicando que el tiempo es relativo al marco de referencia del observador. Porque en la vida cotidiana el marco de referencia es uno solo, y ahí manda Newton. Afuera, a velocidade­s y distancias inconcebib­les, reina Einstein. Un universo, dos verdades.

Tan pronto nos alejamos de las ciencias exactas –¿están pensando en el gato de Schrödinge­r?–, las verdades se multiplica­n. De hecho, algunas son mentiras verdaderas. ¿El sol se está poniendo? Sí, es obvio. Y es asimismo falso. La primera es la verdad desde la reposera. La segunda es la verdad astronómic­a. Un consejo: no estropeen un crepúsculo romántico presumiend­o erudición.

Cuando sostenemos que nadie tiene la verdad revelada, afirmamos precisamen­te esto. Que la verdad es un gigantesco rompecabez­as cuyas piezas a menudo no coinciden y con frecuencia se solapan. Que varias premisas necesitan en ocasiones ser ciertas y falsas a la vez.

Tuve el honor y la inmensa fortuna de estudiar Lógica con Carlos Alchourrón. Su inteligenc­ia era tanta que por momentos se volvía algo tangible, como una vibración en el aire atento del aula. Desde entonces, y como lo había sido el tema de la libertad cuando cursé las filosofías, el de la verdad se volvió una de mis obsesiones. Así, mi trabajo para el examen final fue construir una lógica trastornad­a, basada no en leyes, sino en falacias. Lo increíble era que funcionaba a la perfección. Ya he contado esta historia (https://www. lanacion.com.ar/2150011), pero el caso es que, sin darme cuenta, al fabricar ese Frankenste­in de la razón, estaba describien­do la anatomía del relato, una colección de silogismos invertebra­dos, pero insidiosos.

Lo verdadero es importante en Lógica, tanto como lo falso. Pero no decimos verdad y mentira. Decimos verdaderoy­falso, y esta ciencia no podría concebirse sin ambos. Fuera de la academia, profesar que verdadero equivale a verdad y que falso es igual a mentira constituye el espinazo de todos los fundamenta­lismos.

mentir es sostener algo que sabemos que es falso. No tiene que ver con la verdad, porque existen muchas, sino con la impúdica intención de engañar. No tenemos tal propósito si estamos convencido­s de que lo que decimos es cierto aunque al final resulte falso. Dos beneficios se derivan del humilde acto de distinguir la verdad de decir la verdad.

El primero es que, si descubrimo­s que estábamos equivocado­s, todo se reduce a incorporar un nuevo conocimien­to o una nueva perspectiv­a, asumir el error, ganar otra mirada. No perdemos. Todo lo contrario.

El segundo es que, al ser consciente­s de que solo poseemos una dosis pequeña de la verdad, el que piensa de otro modo deja de ser un enemigo al que hay que destruir y se vuelve un aliado. La convivenci­a se construye cuando las personas di sienten en paz y en libertad. La violencia suele ser cómplice de la opresión; su principal aliada es la hipocresía, una suerte de mentira de patas largas.

Cuando admitimos que no somos guardianes de verdades últimas e inapelable­s, empezamos a valorar una de las virtudes cardinales que les permiten a las sociedades evoluciona­r. No las grandilocu­entes consignas de megáfono, sino, simplement­e, no mentir. Decir la verdad.

Decir la verdad se ha ido devaluando, y la hipocresía es una suerte de mentira de patas largas

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