LA NACION

“Hagan algo ahora”, el mensaje contra el armamentis­mo

- Ezequiel Fernández Moores

Ala misma hora de la carnicería, la tele de cable transmite un viejo documental de Muhammad Alí. En plena preparació­n para su mítica pelea de 1974 en Zaire contra George Foreman, Alí recibe a un niño, acompañado de su padre. “¿Por qué llevas ese gorro de lana con este calor?”, pregunta Alí al niño. “Tengo leucemia, estoy recibiendo quimiotera­pia y perdí todo mi cabello”. “Te diré algo –le dice entonces Alí–: voy a vencer a George Foreman y tú vas a vencer a la leucemia”. Se fotografió con el niño y escribió el pacto: “Voy a vencer a George Foreman y tú vas a vencer al cáncer. Dios te bendiga, Muhammad Alí”. Dos semanas después, el padre avisa que Jimmy ingresó en el hospital y que ya no hay retorno. Jimmy murió una semana después, la foto en el ataúd. Antes recibió la visita de Alí. “Sabía que vendrías”, le dijo el niño. Alí lo abrazó y le recordó el acuerdo: “Vos le ganás al cáncer y yo le gano a Foreman”. “No, Muhammad –lo frenó el niño–, voy a encontrarm­e con Dios y le diré que te conozco”.

A esa hora, último sábado de tardecita, la carnicería suma más muertes, pero Alí sigue en su viejo documental, en plena producción fotográfic­a. Tiene

seis flechas “clavadas” en el cuerpo. Es Alí mártir, condenado a la cárcel, tapa mítica de la revista Esquire. Justo antes del clic, Alí va señalando las flechas y a cada una le pone nombre. “Esta se llama Lyndon Johnson, esta Robert McNamara, General Westmorela­nd, Clark Clifford, Dean Rusk y Hubert Humphrey”. Todos verdugos de su negativa a combatir en Vietnam. Estados Unidos tiene larga historia de deportista­s “rebeldes”. Hombres de resistenci­a. Comprometi­dos con su tiempo. Inspirador­es. Allí están Jack Johnson, Jackie Robinson, Tommie Smith, John Carlos y, en tiempos más modernos, tiempos de odios, Colin Kaepernick y Megan Rapinoe. El domingo último buscó añadirse Alejandro Bedoya. Es el jugador que, ya conocida la última doble masacre de Texas y Ohio, 31 muertos en 13 horas, celebró su gol yendo al micrófono de la cadena Fox y le pidió al Congreso de Estados Unidos que actúe para poner fin a la cultura violenta del armamentis­mo: “¡Hagan algo ahora!”.

Nacido en 1987 en Estados Unidos, Bedoya entendió de niño sobre la violencia, y que el fútbol no era ajeno. Su abuelo Fabio, futbolista profesiona­l, como su padre, lo llevó al Rose Bowl de Los Angeles, cuando tenía apenas 7 años, a ver el partido que Estados Unidos ganó a la Colombia del “Pïbe” Valderrama. Fue derrota, caída en primera rueda y, a la vuelta, asesinato de Andrés Escobar, “culpable de gol en contra”. Jugador universita­rio destacado, Bedoya se fue a Europa. Suecia, Rangers escocés y Nantes de Francia. Además, 66 partidos en la selección de Estados Unidos, Mundial 2014 incluído. Hoy líder del Philadelph­ia Union, Bedoya, de 32 años, siempre defendió a los inmigrante­s. Por ello, discutió con la estrella del fútbol femenino Abby Wambach, con el columnista conservado­r de la Fox Tucker Carlson y con Donald Trump. “Estados Unidos –dijo tras la elección presidenci­al– es el hazmerreír del mundo”. Acusó a Trump de “separar familias” al endurecer políticas contra refugiados e inmigrante­s. Y el domingo, después de la enésima masacre, dijo basta.

“No me voy a sentar de brazos cruzados. Antes de futbolista soy un ser humano”. Bedoya recibió cientos de apoyos, Megan Rapinoe incluida, y hasta una colecta para pagar la multa de una eventual sanción. La Major League Soccer (MLS) ya aclaró que no lo castigará. No hay modo. Basta leer a los principale­s columnista­s para comprender el hastío hacia la retórica de odio de Trump. “Empecemos por aclarar lo evidente –escribió Paul Krugman en The New York Times–: sí, Donald Trump es un vil racista…A sus votantes sólo puede ofrecerles odio”. “Nacionalis­ta blanco que inspira al terrorismo… combustibl­e que ha vertido el fuego”, le dice Michelle Goldberg. Denuncian violencia, escribe Charles Blow, los que “históricam­ente han azotado la piel de los esclavos, violaron a las mujeres y vendieron a los niños, soltaron perros y pusieron sogas al cuello”.

Y el deporte. La respuesta del humilde club uruguayo Villa Española a la inclusión de su barrio como lugar peligroso para ciudadanos de Estados Unidos. Barrio obrero del Canario Luna y del “Negro Jefe”, aunque su estadio Obdulio Varela se mudó 20 cuadras al barrio Zitarrosa, en las calles Doña Soledad y Crece desde el pie, canciones del gran Alfredo. “Tal vez se sentirían más seguros si pudieran portar armas como en su país”, donde “casi cien residentes son asesinados diariament­e”, respondió a Estados Unidos el Centro Cultural de Villa Española. Allí, entre otros, trabaja el exzaguero Agustín Lucas, hoy coordinado­r general, poeta y militante sindical. Y lo acompaña Santiago “Bigote” López, goleador histórico. Líder en un vestuario de sueldos de menos de 500 dólares mensuales, que incluye biblioteca y campañas solidarias y un último contrato que autoriza a “Bigote” a faltar si tocan Los Redondos. Alguien ironizó en las redes que ya lo vio al Bigote por el barrio “disparándo­le a las viejas con un fusil”. Otro, más directo, escribió: “Yankis, go home”.

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