Alfredo Martín: un actor en la piel de dramaturgo
Empezó arriba del escenario, pero al sumergirse en la escritura se transformó en uno de los autores revelación de la escena
Llegó a Buenos Aires en los años 80 dispuesto a insertarse en la actividad teatral, que por entonces resultaba muy provocadora para los jóvenes. El actor, director y dramaturgo Alfredo Martín tuvo un tránsito interesante dentro de la escena alternativa como intérprete (El líquido táctil, Nocturno Hindú, Del chiflete que se filtra, Terapia, Fuera de cuadro, entre muchas otras), pero poco a poco sus expectativas fueron variando. La escritura y la dirección le abrieron otros campos de trabajo y en esos ámbitos está instalado desde hace algo más de una década.
“Quizá porque era un actor muy inquieto y muy curioso –comenta–, permanentemente estaba pensando en cuestiones de puesta, en el texto. Y empezaba a ver en el armado escénico cuestiones que tenían que ver con la dramaturgia y la dirección”.
Cuando se abrió la carrera de dramaturgia en la EMAD, decidió ingresar a ella. Allí empezó a encontrar elementos para escribir. Y como siempre había estado muy interesado en la literatura, comenzó a pensar en versionar algunos textos narrativos que había leído, que lo habían emocionado mucho o que le parecía que contenían un territorio muy fértil para trasladar a la dramaturgia.
Así nacieron trabajos como Pessoa, escrito en su nombre, Díptico kafkiano y Detrás de la forma, en los que versionó textos de Fernando Pessoa, Franz Kafka y Witold Gombrowicz, respectivamente. Hay dos experiencias que ha mantenido en cartel durante las últimas temporadas: Abandonemos toda esperanza, una versión de En familia, de Florencio Sánchez, y La vida puerca (por esta labor ha sido nominado recientemente como mejor director en el premio Trinidad Guevara), a partir de El juguete rabioso, de Roberto Arlt. Esta experiencia se mantiene con éxito en la sala Andamio 90.
Alfredo Martín es, además, psicoanalista, y dentro de esa labor está en contacto con las narraciones, los discursos de sus pacientes. “La literatura, el teatro y el psicoanálisis –dice el creador– tienen que ver con la palabra, y como esa palabra se entreteje para narrar algo, para hacer un discurso, y en él hay sujetos que tienen algo que decir o alguna situación extraordinaria u ordinaria que los convoca, los empuja”.
El director elige como ámbito de trabajo el teatro independiente. Allí realiza sus procesos de investigación, que demandan cerca de dos años de producción. Los define como “una aventura” en la que se ponen en valor los lazos sociales y artísticos de los integrantes. “No digo con esto que todos tengamos que ser amigos –aclara–. Se trata de conformar un grupo que haga transferencia con el material y con el trabajo porque se sostienen sobre su propio deseo, que es el que los lleva a la acción”.
–¿Como director sentís un profundo interés por la conducta de los personajes?
–Me parece un mundo absolutamente atractivo, de una gran profundidad. Veo cada una de las maneras que tienen los personajes para poder situarse y pensarse. En el caso del teatro, es muy estimulante poner el cuerpo en escena mediante acciones. En general, cuando dirijo textos que versioné o escribí, es la dirección la que termina de interpretar aquello que pude escribir. Ahí aparecen los distintos yoes de Pessoa, por ejemplo. Una cosa es el yo del escritor, que se está imaginando esa caja escénica, ese espacio o ese prisma que está atravesado por todo lo que converge en el teatro y que el cuerpo del actor es el que permite que se vea. Otras cosas se reescriben, y empiezan a decantar ideas que de repente cuando las ves son más poderosas, y entonces hay una reescritura, pero a partir del yo del director. Siempre hay un material previo a la hora de convocar a los actores, pero ese material se va redefiniendo, modificando, hasta que se termina transformando en el espectáculo en el sentido integral.
–Tanto Florencio Sánchez como Roberto Arlt, autores que versionaste últimamente, tienen ciertas cuestiones que los asemejan: exponen un mundo oscuro, marginal, que además ellos desarrollan de manera muy potente. ¿Por qué los elegiste?
–Mencionás la marginalidad, la oscuridad y la potencia. La potencia es su denuncia. Son autores que tienen una visión de lo social que a mí me interesa mucho, sobre todo en este tiempo en el que vivimos. Los dos miran lo que sucede como fenómenos sociales y al mismo tiempo pueden profundizar subjetivamente. Tienen esa doble vertiente de lo singular de cada personaje y lo plural en función de los grupos que conforman, de los colectivos que representan.
–¿En Roberto Arlt encontrás una mayor contemporaneidad en relación con Sánchez?
–Creo que Roberto Arlt lee a Florencio Sánchez y le da una vuelta en cuanto a la potencia de los personajes, por ejemplo. Son seres que ves aún en este presente. Hoy podemos decir “todos somos Silvio Astier”, porque ves una juventud inteligente, lúcida, que es descartable o superexplotada. Estos chicos que reparten pedidos, por ejemplo. Cada uno lleva su pesada carga en una bicicleta y corren miles de riesgos. Estamos hablando de esta gente, yo los veo, son personajes arltianos. Y por otro lado la poética de la oscuridad. Esa poética de la marginalidad de estos seres que fueron abandonados por la mano de Dios. Por eso me gustó el título La vida puerca, que Ricardo Güiraldes, que era padrino artístico de Arlt, le sugirió para titular su novela, algo más metafórico. Hoy estamos al fin de la metáfora. Él no quería que fuera connotado como realista, y de hecho Arlt no corre ningún riesgo de que sea considerado como tal. La realidad que él pone en escena es de una contundencia suprema, los recursos que expresa son maravillosos. Por eso en nuestra puesta quisimos hacer una recorrido por distintos géneros del teatro argentino.
“Son autores que tienen una visión de lo social que a mí me interesa mucho”