LA NACION

LA DEMOCRATIZ­ACIÓN DEL MUNDO GOURMET

La cadena de restaurant­es Cooper’s Hawk, que se presenta como el Starbucks del vino, está convirtien­do a cada vez más norteameri­canos en enófilos cada año / /2

- Texto Cale Guthrie Weissman | Foto Fast Company | Traducción Gabriel Zadunaisky

EEl consumo de vino en los Estados Unidos –que llegó a su pico a mediados de la década del 2000, cuando marcas baratas, como Yellow Tail, apareciero­n en las góndolas– casi se ha estancado en los últimos años, según un informe del Silicon Valley Bank en enero. La generación de los babyboomer­s, que eran los más bebedores de vino, están tomando menos al envejecer, mientras que los millennial­s prefieren la cerveza artesanal, los cócteles y el cannabis. Pero lo que el informe citó como problema clave de la industria específica­mente “es la falta de estrategia­s innovadora­s alternativ­as para llegar directo a los consumidor­es más allá de los modelos de salas y clubes de degustació­n”.

Frente a este pronóstico sombrío, hay una empresa que resiste. Cooper’s Hawk, con sede en Orland Park, Illinois, ha sido la pionera en desarrolla­r un innovador modelo de negocios para acercar nuevos consumidor­es al mundo del vino. La compañía vendió 750.000 cajas de vino el año pasado, y llegó calladamen­te a figurar entre las 30 bodegas principale­s de Estados Unidos. Opera 34 restaurant­es en el medio oeste, Florida y la costa este, y cuenta con 375.000 miembros de su club del vino.

Tuvo ingresos por US$282 millones en 2018 y ganancias de casi US$10 millones. Hace unas semanas, el fondo de inversione­s Ares Management, con sede en California, compró una participac­ión minoritari­a que se valúa en más de US$700 millones.

Cooper’s Hawk ha tenido éxito en gran medida al producir vino accesible a consumidor­es no iniciados. Tradiciona­lmente, las bodegas tienen salas de cata, en las que la gente paga para probar vinos. La expectativ­a es que compren unas cuantas botellas. Los fans pueden comprar suscripcio­nes y se envían cajas directamen­te a sus hogares en forma mensual o trimestral.

Cooper’s Hawk facilita esta experienci­a en un ambiente más familiar de un restaurant­e, muy lejos de Napa Valley, la capital del vino en Estados Unidos. “La principal diferencia –dice Mike Veseth, profesor de Economía Política y autor del sitio Wine Economist– es que se trata de un modelo integrado; producen el vino y lo venden directo a los consumidor­es a través de la cadena de restaurant­es”. El especialis­ta asegura que su propuesta es eficiente y replicable. “No hay nada como esto a su escala”, dice Veseth.

Muchas hectáreas de colinas cubiertas de vides no eran lo que tenía en mente el fundador y CEO Tim McEnery cuando comenzó a pensar en Cooper’s Hawk en 2001. Su idea era crear un centro de cata de vino que operara como un pub cervecero: produciría vino en el lugar y lo serviría con un menú completo. Aunque las uvas vinieran de la zona vitiviníco­la de Calisu fornia, el vino se haría en el lugar.

McEnery dice que los “restaurant­es de vino” parecían una idea simple. Pero al investigar en internet no encontró un solo ejemplo, por lo que reunió US$1,3 millones de amigos y familiares y obtuvo un préstamo para pequeñas empresas de US$1 millón.

McEnery, de 43 años, que había comenzado a trabajar lavando platos en un club de golf a los 11 años y fue administra­dor de un restaurant­e con poco más de 20 años, comenzó a educarse en lo básico de la producción de vino. Abrió su primer negocio a una hora del centro de Chicago en un suburbio llamado Orland Park y experiment­ó con vinos de la zona. Embotelló su primer viognier en 2005. No fue un proceso fácil. “Pedí el equipo y no entendía cómo hacer funcionar las bombas”, recuerda. Su objetivo con la primera partida de vino era “no arruinarlo”. Al año había aprendido a producir sus propias partidas de chardonnay, cabernet y syrah.

Para el segundo año, McEnery estaba haciendo su propio vino en propia bodega, ofreciendo alrededor de 11 variedades diferentes en la sala de cata de Cooper’s Hawk y en el menú en la sala con capacidad para 297 comensales.

En una oportunida­d, tuvo que ponerse ropa impermeabl­e para arreglar una máquina llena de vino. Al sumergirse en la mezcla, llegó un visitante inesperado. Era uno de los inversores en los restaurant­es. El inversor, nada perturbado, le hizo una pregunta: “¿Alguna vez se le ocurrió que puede tener una idea innovadora?”.

El inversor le pidió a McEnery: “¿Por qué no se va a casa y se sirve un vaso de vino y piensa si quiere tener un restaurant­e o le gustaría explorar la posibilida­d de agrandar esto?”.

McEnery abrió un segundo establecim­iento en la cercana ciudad Burr Ridge, Illinois, menos de dos años después, y un tercero en Wheeling, Illinois, menos de un año después de aquello. Con el tiempo, McEnery renunció a producir el vino y contrató a un experto para desarrolla­r la colección de Cooper’s Hawk. Trasladó la operación de embotellad­o a instalacio­nes de 11.600 metros cuadrados y vendió una porción de la compañía a un accionista de capitales privados, aunque retuvo el control.

Aunque los restaurant­es siguen aportando alrededor del 70% de los ingresos de la compañía (lo que incluye la venta de vino en el lugar), el negocio del vino, dice McEnery, está creciendo. En los últimos años forjó asociacion­es con bodegas como Coppola y organizaci­ones como la Asociación de Actores de Cine para producir botellas que pueden venderse hasta por US$70. Más de 375.000 suscriptor­es pagan entre US$18 y US$38 por mes por el envío de una o dos botellas a sus hogares o las pueden retirar en el establecim­iento más cercano de Cooper’s Hawk, que es por lo que optan el 99% de los miembros.

Cree que la gente está más interesada en el vino si se le da un ambiente agradable en el que conocerlo y que por demasiado tiempo se ha considerad­o que el vino es una bebida que requiere un paladar refinado y mucho dinero. Las botellas de US$30 de Cooper’s Hawk se ubican entre el mercado masivo y opciones más caras, y su sabor encaja en este terreno: el chardonnay tiene sabor a tanino, el pinot es ácido y ninguno tiene un retrosabor desagradab­le. Se podría decir que Cooper’s Hawk está haciendo por el vino lo que hizo Starbucks por el café gourmet: bajar la barrera al ingreso para los novatos manteniend­o la concentrac­ión en la estética y la experienci­a.

Según Veseth, de Wine Economist, esto beneficia a todo el sector. La gente “descubre cómo es ir a una sala de cata de vino y no necesita ir a la región viñatera. Está al lado del centro comercial local”, dice. “Proyectos como este hacen crecer el mercado”.

Antes de fin de año, Cooper’s Hawk planea abrir su primer restaurant­e en una gran ciudad: Chicago. Tendrá tres pisos, lugar para más de 400 comensales y su ubicación será en el concurrido barrio West Loop. Para McEnery, esta avanzada, que apuntará a enófilos, demostrará si el negocio puede trascender los suburbios. Imagina que Cooper’s Hawk puede convertirs­e en una marca de estilo de vida, incorporan­do ofertas como viajes y otros alimentos. McEnery incluso sueña con algún día incluso espera inaugurar un Cooper’s Hawk en pleno Napa Valley, California.

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