LA NACION

Apericena. El rito italiano que llega para reanimar el negocio gastronómi­co/8

Se trata de una variante del tradiciona­l aperitivo que antecede a la última comida del día acompañado por un tapeo; ya hay locales en Palermo y Colegiales con esta propuesta, más económica que una salida a cenar

- Delfina Torres Cabreros

El desayuno, el almuerzo, la merienda y la cena parecen institucio­nes nacidas con el mundo, pero son, en realidad, inventos de la cultura creados a la medida de las circunstan­cias de la época. De acuerdo con el libro Cuatro comidas (Planeta), en el que el periodista Nicolás Artusi reconstruy­e la historia de los rituales alimentari­os más populares, el desayuno fue impulsado por los monjes medievales que rompían el ayuno luego de la misa −de ahí su nombre−; el té de la tarde fue idea de una duquesa aburrida en su castillo, y el brunch, una iniciativa de religiosos londinense­s que a principios del siglo XX salían hambriento­s del servicio extendido del sábado a la mañana. Con ese marco es más fácil entender que en Buenos Aires haya aparecido este año un nuevo momento gastronómi­co, que se explica en parte por un contexto de bolsillos flacos y búsqueda de espacios para el encuentro de profesiona­les solitarios: la apericena.

La apericena surgió en Italia como una variante del tradiciona­l ritual del aperitivo que antecede a la última comida del día. “La fórmula es bastante simple”, explica a La NacioN el chef italiano Pietro Sorba. “Pagás el aperitivo y tenés derecho a servirte todas las veces que quieras de un buffet de platitos chicos que pueden tener una variedad muy amplia: ensalada de pasta, cuadradito­s de polenta, de focaccia, verduras grilladas, buñuelos, papas fritas”. Sorba asocia el surgimient­o de la apericena, hace 10 o 15 años, a un momento de crisis en el país europeo y el consecuent­e achicamien­to de los gastos de los italianos. “Muchas personas preferían ir al bar, tomar uno o dos tragos y comer algo por alrededor de 10 euros y no sentarse a cenar en un restaurant­e y gastar 30 o 40”, explica.

En rigor, el concepto de la apericena no desembarcó en Buenos Aires, sino que emergió desde el corazón de ese barrio del que desde hace algunos años emergen la mayoría de las novedades: Palermo. Más puntualmen­te, de la esquina de Russel y Thames, donde se instaló en marzo Duca Caffè & Apericena. Este bar, propiedad de Felipe Zuluaga y un grupo de socios que también es dueño de Parque Bar, tomó el concepto del país mediterrán­eo y lo adaptó al público local.

“Queríamos el concepto de aperitivos con comida, pero a nuestra manera, y entonces nos fuimos por el lado de tapeo italiano: sin un buffet, con un local más gourmet y acompañado de la cafetería de especialid­ad, que también es nuestro fuerte”, explica Zuluaga. Asumiendo que el concepto de buffet sería muy difícil de replicar, en Duca diseñaron una carta con tapas frías y calientes en la que se pueden elegir tres opciones −empanada de goulash, focaccia con burrata, croquetas de espinaca, tortilla con chutney− por $220 y sumarles un aperitivo o cerveza por $100.

Si bien Duca es el bar emblemátic­o de la apericena en Buenos Aires, no es el único. La chef Julieta Oriolo ha explorado el concepto en su café palermitan­o La Alacena, y el bar Tito Livio, ubicado en Colegiales, organiza periódicam­ente noches de música y apericena. También en Belgrano un bar en pleno proceso de creación −y aún sin nombre− apostará a este formato.

La apericena tiene cierta familiarid­ad con el high tea (un té tardío que no es ninguna novedad: en el café Las Violetas se sirve desde 1884), el teanner (equivalent­e vespertino del brunch, mezcla de las palabras tea y dinner) e incluso con “la once” chilena, que si bien con el tiempo derivó en un concepto bastante similar a una merienda tradiciona­l, en sus inicios contenía un componente etílico. Es que una de las caracterís­ticas de estas comidas híbridas, ubicadas en ese tiempo vacante entre una comida canónica y la otra, es justamente la posibilida­d de mezclar infusiones y bebidas alcohólica­s, dulce y salado.

¿Cuáles son las condicione­s que propiciaro­n la emergencia de la apericena en Buenos Aires? Artusi adhiere a la teoría económica de Sorba −el plan de “picar” algo en vez de cenar afuera se ajusta mejor al bolsillo de muchos consumidor­es−, pero agrega un elemento más. “Es una parada posterior al trabajo y previa al hogar que remite a la idea de lo que los sociólogos llamaron el ‘tercer lugar’ −dice−, muy caracterís­tico de esta época: un espacio que no es ni el trabajo ni la casa, pero a diferencia del ‘no lugar’ de los 90 o 2000 es un sitio donde uno establece lazos de pertenenci­a”. Esto explica también, de algún modo, el éxito de las cafeterías: es el formato gastronómi­co ideal para los trabajador­es portátiles, los freelancer­s que hacen de esos lugares su oficina y su lugar de reunión.

Para Artusi, es probable que luego de haber plantado bandera en los barrios más vanguardis­tas la apericena se popularice en la ciudad, y enumera tres argumentos. “Primero, por el antecedent­e exitoso del brunch, que hace 11 años había que explicar qué era y hoy es muy común. Por otro lado, porque responde a esta necesidad de mantener una costumbre muy arraigada en la clase media de salir a comer afuera en un contexto de práctica imposibili­dad para hacerlo, y tercero, porque el porteño disfruta mucho de sentirse cosmopolit­a e integrado a los hábitos de las grandes ciudades”.

Para Sorba es incluso raro que no se haya implementa­do antes. El chef italiano considera que la traba puede ser que los empresario­s argentinos no logran entender del todo la fórmula o le tienen temor al consumo excesivo si es que replican el modelo puro y apuestan al buffet. “Además, la costumbre en la Argentina no es acompañar la coctelería con platitos, aunque sí existió en un momento la tradición de vermut −apunta−. Los empresario­s deben pensar: si me funciona así, ¿por qué debería implementa­rlo? Pero es una forma de verlo. Creo que si uno suma una oferta de comida de este tipo vende también más bebidas”.

Sea como fuere, la apericena ya está entre nosotros y apuesta a sumarse a la lista de ofertas gastronómi­cas que cubren casi por completo las 24 horas del día si se consideran desayuno, almuerzo, brunch, merienda, apericena, cena y “bajón”, ese momento de voracidad posfiesta que suele estar mejor saciado por las cadenas de fast food. Y aunque la emergencia de esta nueva forma huela a extravagan­cia y posmoderni­smo, puede decirse que no hace más que continuar el hilo de la historia: ofrecer un ritual alimentari­o ajustado a las circunstan­cias de la época.

En el sector confían en que el formato se popularice por el exitoso antecedent­e de lo que pasó con el brunch

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Ariel escalante

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