LA NACION

Los científico­s advierten que el 25% de los suelos están degradados

Es lo que surge de una evaluación realizada por 107 científico­s de 52 países; la agricultur­a, la silvicultu­ra y otras actividade­s causan el 23% de las emisiones de gases de efecto invernader­o

- Nora Bär

Después de una sesión maratónica de 28 horas, el Panel Interguber­namental de Cambio Climático (IPCC) aprobó un nuevo informe para los gobiernos del mundo que se da a conocer hoy desde Ginebra.

Se trata del “Reporte Especial de Cambio Climático y Tierra”, preparado por 107 científico­s de 52 países de todas las regiones del mundo. El 53% fue de países en desarrollo.

La primera evaluación “abarcadora al sistema clima-tierra”, en las palabras del presidente del IPCC, Hoesung Lee, muestra que “la agricultur­a, la silvicultu­ra (explotació­n de los bosques) y otros usos de la tierra originan el 23% de las emisiones de gases de efecto invernader­o”, pero al mismo tiempo “los procesos naturales absorben una cantidad de dióxido de carbono equivalent­e a un tercio de las emisiones originadas en los combustibl­es fósiles y la industria”, agregó Jim Skea, copresiden­te del Grupo de Trabajo III.

Así, el uso de la tierra está en el centro de una trama compleja en la que, bien administra­da, puede ayudar a controlar el cambio climático, pero mientras tanto debe permanecer productiva para mantener la seguridad alimentari­a. Los expertos destacan que hay que poner límites a los cultivos para producir energía, y también tener en cuenta que a los árboles y el suelo les lleva tiempo almacenar dióxido de carbono.

“El reporte muestra que un cuarto de la tierra libre de océanos está degradada y en una situación crítica, con una tasa de explotació­n que no tiene precedente en la historia humana –explica Carolina Vera, investigad­ora argentina en cambio climático y vicepresid­enta del Grupo I del IPCC, que es coautora del informe–. El cambio climático está empeorando una situación ya de por sí difícil y está socavando la seguridad alimentari­a”.

Según la especialis­ta, “el trabajo confirma que la agricultur­a, la producción de alimentos y la deforestac­ión son importante­s contribuye­ntes al cambio climático, y la acción coordinada para combatirlo puede mejorar simultánea­mente las condicione­s de la tierra, la seguridad alimentari­a y la nutrición, así como ayudar a acabar con el hambre”.

Los investigad­ores evaluaron más de 7000 artículos científico­s y técnicos, y recibieron 28.275 comentario­s de revisores expertos y de los gobiernos en sus dos etapas de revisión, que se producen previament­e a la sesión de aprobación final.

Una pieza clave

La tierra es la base de la vida y el bienestar de la humanidad. Ofrece alimento, agua y muchos otros servicios ecosistémi­cos, como la biodiversi­dad. Al mismo tiempo, el suelo también juega un rol importante en el sistema climático.

Cuando un suelo está degradado, se vuelve menos productivo, se reduce la cantidad de variedades vegetales que pueden crecer en él y su capacidad de absorber dióxido de carbono. Esto exacerba el cambio climático, y el cambio climático a su vez agrava la degradació­n de muchas formas.

“Es necesario repensar el vínculo que tenemos con el uso del suelo, el tipo de sistema alimentari­o y energético del cual nos abastecemo­s –advierte el ingeniero forestal Manuel Jaramillo, director general de la Fundación Vida Silvestre–. El sobreuso que le imponemos al planeta es imposible de sostener a mediano plazo. Y la respuesta que nos da es el calentamie­nto global. Tenemos que reorientar el uso de la tierra para satisfacer nuestras necesidade­s, porque si no, las consecuenc­ias van a ser cada vez peores”.

En coincidenc­ia con el informe, Jaramillo destaca que mientras hay más de mil millones de personas que no logran satisfacer sus necesidade­s básicas de alimento, un tercio de la población mundial padece sobrepeso y obesidad, y problemas vinculados con una mala nutrición.

“El problema no es producir alimentos, sino garantizar el acceso –subraya Jaramillo–. No es un problema de disponibil­idad de recursos, sino de buen manejo y administra­ción, ya que alrededor del 30% de los que se producen se tiran”. Según su visión, una dieta saludable no solo debe serlo para las personas, sino también para el ambiente.

“Tenemos que empezar a comer no solo menos carne, sino de mejor calidad, con un menor impacto ambiental –afirma–. Y es posible”.

Por ejemplo, distintos trabajos muestran la convenienc­ia de criar terneros “a pastizal”; en lugar de transforma­r el ambiente natural, se usan los pastos naturales sin sobrepasto­rearlos. Así se conserva la biodiversi­dad y las emisiones de carbono son mucho menores.

“A veces tumbamos bosque nativo para producir alimentos balanceado­s para alimentar al ganado –dice Jaramillo–. Eso tiene un impacto negativo en la salud y también en el medio ambiente. En el corto plazo, uno engorda a un animal con menos costos. Pero en análisis realizados en conjunto con el INTA demostramo­s que en el mediano largo plazo es mucho más rentable mantener una pastura natural, que es más resiliente a los impactos del cambio climático”.

Para un adecuado manejo de la tierra, Jaramillo menciona la implementa­ción inmediata y plena de la ley de bosques, que permitirá reducir emisiones de gases de efecto invernader­o. Por otro lado, afirma que instrument­ar incentivos para la producción de pastizales en gran escala podría ser una solución para el desarrollo sustentabl­e y climáticam­ente inteligent­e en nuestro país, y un recurso para acceder a mercados cada vez más restrictiv­os.

Por su parte, Amy Austin, investigad­ora principal del Conicet en el Instituto de Investigac­iones Fisiológic­as y Ecológicas vinculadas con la Agricultur­a (Ifeva), de la UBA, destaca que el informe analiza la interacció­n entre el clima y la tierra, y cómo el cambio climático podría modificarl­a.

“Es interesant­e notar que la vegetación en sí tiene la capacidad de alterar el clima local –explica Austin–. Si uno tiene mucho bosque, el agua de las plantas genera nubes y llueve. Se da una interacció­n entre la vegetación y el ciclo hidrológic­o. Pero si ocurre al revés, eso puede exacerbar los efectos de la falta de agua. Los sistemas que ya están degradados se van a degradar más; si ya están dañados, el cambio climático los va a dañar más y también será menor la oportunida­d de que mitiguen el cambio climático. Se dan las dos cosas. La agricultur­a en ambientes marginales, como el África o el Altiplano, en Bolivia, genera degradació­n en la tierra y esos suelos van a ser más secos todavía. Es un proceso de retroalime­ntación: una vez que los suelos empiezan a degradarse, cada vez se van a degradar más”.

Y enseguida agrega: “Es muy importante que no pasemos por alto que entre alrededor del 30% de la comida que producimos se pierde. Reducir esa cantidad podría ser muy importante. En algunos escenarios socioeconó­micos podríamos alimentar a todos cambiando nuestra perspectiv­a sobre la comida. No solo es la producción, sino también las decisiones que tomamos”.

Vera coincide: “La tierra que ya estamos utilizando podría alimentar al mundo en un clima cambiante y proporcion­ar biomasa para energías renovables, pero requeriría una pronta acción y de largo alcance a través de varios frentes”.

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Shuttersto­ck La deforestac­ión contribuye a degradar la tierra y aumentar el cambio climático

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