LA NACION

La historia, en primera persona, en un museo de Luján

En Luján, un grupo de excombatie­ntes lograron comprar, gracias a rifas y a la venta de comida, distintos materiales que se usaron durante el conflicto; los exhiben en una sala para honrar a los caídos

- Alejandro Horvat

Todo empezó a armarse en 2009, cuando Julio Mena volvió a las islas Malvinas y se dio cuenta de que, para él, la guerra de 1982 era mucho más que un recuerdo austral. Ahora camina entre radios militares, tiras de municiones y aviones a escala, en el museo que otros excombatie­ntes del Centro de Veteranos de Guerra de Luján y él crearon, como remarcan, “a pulmón”.

“Para mí, Malvinas era algo que había pasado, algo que ya no era una parte importante de mi vida o, por lo menos, eso creía –dice Mena–. Pero cuando fui a las islas en 2009 y vi las tumbas de mis compañeros...” Hasta ahí llega su relato. Luego, cede a la emoción. Toma aire y sigue: “Cuando vi las tumbas pensé que algo teníamos que hacer. Les dije a los muchachos y a mi mujer que no iba a parar hasta hacer un museo en honor a los compañeros caídos, y acá está. Ahora hay que enseñarle la historia a los más chicos, y mostrarles que hubo jóvenes que hicieron un gran sacrificio por su patria”.

Mena tiene 57 años y a los 19 estuvo en la guerra. Es el presidente del centro de veteranos de Luján y el director del museo. Junto con sus compañeros invitan a los colegios de la zona y les cuentan la historia de la guerra en primera persona.

“Los chicos quedan fascinados. Nos miran impresiona­dos y están interesado­s durante toda la visita. Los profesores nos dicen en chiste que tenemos que ir al colegio porque a ellos no les prestan tanta atención”, dice Ramón Quarenta, de 57 años, otro excombatie­nte.

Las visitas empiezan a las 8.30 y duran, por lo general, hasta el mediodía. Primero se iza la bandera y se canta “Aurora” o el himno nacional, luego forman filas y entran a la sala.

“Les mostramos nuestra cocina de campaña, los llevamos por el museo y les hacemos un desayuno que lo comen sentados espalda con espalda, como lo hacen los soldados. Cuando terminan de comer les mostramos un documental, respondemo­s preguntas y al final ponemos un video institucio­nal sobre lo que hace el Centro de Veteranos de Guerra de Luján”, dice Mena.

“Depende de la edad que tengan los chicos, vamos contando la historia con mayor o menor crudeza. También evaluamos si contamos o no algunas cosas que vivimos y que son más chocantes. Pero, igualmente, los chicos recorren la sala y ven las fotos de los caídos y te preguntan. Y nosotros les decimos la verdad: la realidad es que la guerra fue dura”, agrega.

Colección

“Me gustan los platos con el barquito”, dice Francisca, de 5 años, mientras mira la muestra. Como es sábado, ella vino a recorrer la sala junto a sus padres. Cuando dice “barquito”, se refiere al ARA General Belgrano, el crucero de la Armada hundido en combate. “Me pareció muy triste esa historia, me dio ganas de llorar”, cuenta Francisca. Para subir los ánimos, Mena saca un silbato naranja como los que tenían los botes de emergencia y lo hace sonar. Francisca se tapa los oídos, sonríe y pasa a otra cosa. “Esta es la primera vez que venimos. Es impresiona­nte. Es mejor que leerlo en un libro”, dice Alejo, de 10 años, que está junto a su hermana, Paloma, de 9.

En la sala se ven algunas imitacione­s de armas, proyectile­s antiaéreos, municiones de todo tipo. Tienen radios, baterías, bolsas de dormir, paracaídas, indumentar­ia, mapas, banderas y butacas de aviones, entre otros. En un costado hay cruces blancas. Iguales a las que están sobre los cuerpos enterrados de los caídos en combate. Ahí hay un casco colgado de la punta y flores de plástico “para que estén siempre impecables”, dice Mena.

La colección empezó con la cocina de campaña. Esta es una gran caja metálica verde militar, fabricada en 1943 y restaurada por los veteranos. En el medio tiene un agujero donde se pone una olla como para hacer 100 litros de mate cocido o 200 porciones de guiso. Calientan la caja a leña y alrededor de la olla hay glicerina, lo que genera una especie de baño María. “Con esta cocina hacemos todo el tiempo movidas solidarias, siempre a pulmón, poniendo del propio bolsillo. Nosotros no le queremos fallar a nadie”, dice Quarenta.

La cocina les permitió empezar a juntar fondos para todo lo que vendría después: una colección de más de 500 fotos e incontable­s objetos. Vendiendo rifas, porciones de comida y recaudando fondos en distintos eventos pudieron ir armando el museo. “Fui comprando todo por internet. Cada vez que veo algo de Malvinas lo compro. Hoy Malvinas es mi vida. Esta sala de exposicion­es está en el garaje de mi casa. Acá vengo cuando quiero estar solo. Este es mi lugar, el de mis compañeros y el de la gente que quiera visitarlo”, cuenta Mena.

El museo está en la calle Doctor Merlo 1136, en Luján, y la entrada es libre y gratuita. Hace tiempo que ellos le piden a la municipali­dad que les ceda un terreno fiscal para poder levantar la sede del centro de veteranos y mudar la sala de exposicion­es. “Hemos tenido conversaci­ones con concejales e intendente­s, pero aún no pudimos conseguir un lugar para establecer­nos”, concluye Mena.

Julio Mena excombatie­nte

“Cuando vi las tumbas [en Malvinas] pensé que algo teníamos que hacer. Les dije a los muchachos y a mi mujer que no iba a parar hasta hacer un museo en honor a los compañeros caídos, y acá está. Ahora hay que enseñarle la historia a los más chicos, y mostrarles que hubo jóvenes que hicieron un gran sacrificio por su patria”

Ramón Quarenta excombatie­nte

“Los chicos de las escuelas que visitan el museo quedan fascinados. Nos miran impresiona­dos y están interesado­s durante toda la visita. Los profesores nos dicen en chiste que tenemos que ir al colegio porque a ellos no les prestan tanta atención”

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ricardo pristupluk Julio Mena, junto con un grupo de chicos que visitaron el museo

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