LA NACION

Extravagan­cias y anomalías de las primarias

- Carlos Pagni

Las primarias argentinas, en las que infinidad de candidatos están obligados a competir en ausencia de un rival, son una de las tantas extravagan­cias del legado kirchneris­ta. Las del próximo domingo presentan, además, otros rasgos inusuales. El más llamativo es que pocas veces un presidente al que se imputa una pésima situación económica está en condicione­s de competir con una razonable posibilida­d de ser reelegido. Esta autonomía, acotada, por supuesto, del proceso electoral frente a las angustias materiales, tiene manifestac­iones sorprenden­tes. Rodrigo Martínez, de Isonomía, detectó que quienes creen que un gobierno de Alberto Fernández y Cristina Kirchner les mejoraría mucho su nivel de vida son más numerosos que los votantes de esa fórmula. Para muchos ciudadanos, la amenaza del malestar político es más poderosa que la promesa del bienestar económico. El propio Fernández refuerza esas prioridade­s cuando sobreactúa la distancia con su compañera de fórmula. Quedó claro en la desafortun­ada promesa a la investigad­ora Sandra Pitta. “Sandra, yo te voy a cuidar”. ¿De quién? Es obvio: de Cristina Kirchner y lo que ella representa. Hasta el candidato kirchneris­ta pide el voto agitando el miedo a un retorno kirchneris­ta. Aunque anoche las dos campañas confluyera­n demostrand­o que, en realidad, son una sola: la expresiden­ta apareció amadrinánd­olo, en un acto imponente, en Rosario. Fernández, que quiere cuidar a Sandra Pitta, no se pudo cuidar solo.

Dentro de este marco tan poco frecuente se inscriben otros fenómenos inusuales, más específico­s. Los más relevantes tienen lugar en la provincia de Buenos Aires. Allí, por primera vez en 32 años, el peronismo compite desprovist­o al mismo tiempo de la caja nacional y provincial. Es una situación no prevista en el manual de instruccio­nes del aparato bonaerense, que se agita como un pez fuera del agua. Gracias a esta rareza, los intendente­s del PJ han aumentado mucho su poder.

La encrucijad­a es inédita, también, por otro dato: la presencia de María Eugenia Vidal. Nunca antes una fuerza no peronista contó con una figura que interpelar­a con tanta eficacia al electorado y, en tantísimos casos, a la dirigencia peronista. Axel Kicillof es la víctima involuntar­ia de esta “anomalía”. Del mismo modo que Vidal es víctima del sistema electoral: la potencia de la expresiden­ta y la debilidad de Macri en el conurbano bonaerense condenan a la gobernador­a a depender de nuevo de una oleada de corte de boletas.

Esta colección de perplejida­des opera como un baño de humildad para los analistas de opinión. Los pronóstico­s vienen envueltos en varios pliegues de cautela. Al cabo de todas las salvedades, aparece un consenso más o menos compartido entre las principale­s consultora­s: Fernández se impondría por pocos puntos sobre Macri y no alcanzaría el 40% de los votos. Y Roberto Lavagna rondaría el 8%. La diferencia entre Fernández y Macri varía de 3 puntos a un empate, según cuál sea la encuesta. El gran enigma es el desenlace bonaerense. En un mano

a mano, Vidal se impone sobre Kicillof por varios puntos: alrededor de 48% contra alrededor de 38%. Pero cuando se confrontan las boletas completas, Kicillof supera a Vidal por un margen que fluctúa según el sondeo. Este escenario, muy hipotético, inspira entusiasmo en el oficialism­o en las últimas horas. Sobre todo en Jaime Durán Barba. “Durante el fin de semana vio algo que le inyectó una gran confianza. No sé qué es, pero está confiadísi­mo”, comentó un amigo de Macri que habló ayer con él. En la Casa Rosada calculan que, si las encuestas se confirman, habrá una polarizaci­ón que mejorará las chances de Macri para la primera vuelta. Igual cruzan los dedos.

Una tendencia interesant­e es que Fernández presenta muy buenos números en lugares que en 2015 fueron muy esquivos para Daniel Scioli. Entre Ríos o La Pampa, por ejemplo. Eso explica la calidez de Carlos Verna, según se ve en la foto del candidato con los gobernador­es del PJ. Una herida para los antiguos compañeros de Verna en el Senado, que recuerdan el papel de Fernández en la operación Pontaquart­o. Macri, por su parte, también progresa en territorio­s en los que hace cuatro años anduvo mal: Chaco, donde Cambiemos había sumado 26%; Jujuy, donde obtuvo 27%, o Salta, donde apenas superó el 21%.

Sin embargo, el oficialism­o tiene bajo la lupa dos provincias. Una es Córdoba, donde Macri estaría rondando 50% de los votos, según cifras del PJ local. En la primera vuelta de 2015 había sacado 51%. Se entiende que Fernández haya ido varias veces a ese distrito. La última, de la mano de Roberto Urquía, exsenador kirchneris­ta, dueño de Aceitera General Deheza y cuñado de Miguel Acevedo, el presidente de la UIA. El empresaria­do toma posiciones.

La otra es Santa Fe, que el Presidente ganaría, según encuestas de la Casa Rosada, por alrededor del 38%, contra un 28% del kirchneris­mo. El objetivo de Juntos por el Cambio es debilitar a Lavagna, que cuenta con el apoyo del socialismo santafesin­o.

Macri cuenta con una ventaja especial en otro de los grandes distritos: la ciudad de Buenos Aires. Horacio Rodríguez Larreta aspira a ganar en primera vuelta. Para eso consiguió unificar detrás de sí a todo el oficialism­o, incluidos Martín Lousteau y el radicalism­o porteño, que lidera Enrique Nosiglia. A Larreta solo le faltó que Elisa Carrió se sacara una foto con Lousteau. Apenas logró su silencio. “Horacio puede hacer hazañas, no milagros”, bromeaba ayer uno de sus colaborado­res. Larreta tiene también la ventaja de que su principal rival, Matías Lammens, es un novato. “No te extrañe que el propio Horacio, que es amigo de Lammens, lo haya alentado a competir. No da puntada sin hilo”. El resultado porteño tiene significad­o dentro de un juego que ya está abierto: la disputa por las presidenci­ales de 2023 dentro de Cambiemos. A contraluz de esa competenci­a hay que leer las versiones sobre un pase de Marcos Peña desde la Jefatura de Gabinete a la Cancillerí­a. El sueño eterno de Nicolás Caputo que hace fantasear a sucesores imaginario­s: de Guillermo Dietrich a Rogelio Frigerio. “No hay que equivocars­e. El jefe de Gabinete, si Macri se reelige, va a ser Macri. En todo caso, habrá más poder para los ministros”, explica un entendido, que prueba el pescado antes de pescarlo. Lo concreto: la buena imagen y la organizaci­ón de Larreta beneficiar­án este domingo a Macri, debido a que por primera vez la elección municipal es simultánea con la presidenci­al.

El centro de gravedad de la elección sigue siendo la provincia de Buenos Aires. Kicillof se beneficia del empuje de la señora de Kirchner. Pero también de su profesiona­lismo para buscar el voto. Un integrante del equipo de Vidal admite: “La campaña de Kicillof es la que más se parece a las que hacemos nosotros; mucho contacto con la gente, poco con los dirigentes, y casi ningún error discursivo. Mucho mejor que la de Fernández”. Kicillof tiene, igual, un desafío delicado: enfrenta a la dirigente con mejor imagen del país. Vidal estaría destinada a ganar si no fuera porque carga con la mochila de un Macri que, en el conurbano, se ha deteriorad­o mucho por la crisis económica. Con una salvedad: muchos encuestado­res que realizaron estudios presencial­es y telefónico­s en el mismo grupo social advierten que el mayor caudal de voto avergonzad­o correspond­e a simpatizan­tes de Macri. No del kirchneris­mo. Macri se dirigió a esos ciudadanos cuando pidió no esconder que se lo prefiere.

Para arbitrar las contradicc­iones del sistema electoral se apela al corte de boleta. El equipo de campaña de Vidal tiene bajo la lupa a unos 15 intendente­s del PJ que acreditan una intención de voto muy superior a la de Fernández/Kirchner/Kicillof. Como no quieren perder ese plus, esos alcaldes distribuye­n su propia boleta en todas las combinacio­nes posibles. Sobre todo con la de Vidal. Uno de ellos, de una ciudad lindera a la Capital, pidió a la gobernació­n un millón de esas papeletas.

Este comportami­ento, que se reproduce entre los intendente­s de Pro dispuestos a entregar la boleta de Cristina Kirchner para no quedar nivelados en el porcentaje de Macri, desató las sospechas de La Cámpora. Sus dirigentes, celosos de la suerte de Kicillof, quieren intervenir en la organizaci­ón y control de la elección en algunos barrios para después comparar el volumen de corte de boleta. Recuerdan la distancia entre Néstor Kirchner y muchos jefes comunales en las infaustas elecciones de 2009.

La otra tensión entre el aparato territoria­l de la provincia y La Cámpora se debe al financiami­ento de la elección. ¿Quién pagará a los fiscales en las comunas gobernadas por Cambiemos? Los intendente­s peronistas se resisten. Los sindicalis­tas miran para otro lado. Todos esperan que Máximo Kirchner abra la alcancía. Anteanoche se acordó abonar $1000 por fiscal y $1200 por fiscal general. También hay que contemplar recursos para el almuerzo y el transporte. Problemas insólitos, como la imagen del apoderado Jorge Landau lloriquean­do porque le hagan fraude al PJ en el conurbano bonaerense. Herminio se revuelve en la tumba.

La elección en la provincia plantea otro interrogan­te: ¿a quién le resta votos Lavagna? El lunes pasado, en el PJ se desarrolló un debate alrededor de esta pregunta: ¿conviene robarle boletas a Lavagna? En términos menos técnicos: ¿a quién votará el que no encuentra a Lavagna en el cuarto oscuro? ¿A Fernández o a Macri? Es una duda legítima, si se tiene en cuenta que el exministro lleva en su lista a Graciela Camaño y Chiche Duhalde.

Los sociólogos coinciden en que, en general, el votante de Lavagna votaría a Macri como segunda opción. Por eso la presión sobre el economista será feroz si, en la primera vuelta, la reelección de Macri estuviera amenazada por Fernández. En ese caso, no alcanzaría la polarizaci­ón del electorado. El Gobierno buscaría que la oferta se polarizara, seduciendo a Lavagna para que desista de competir. Felipe Solá se adelantó a ese movimiento cuando le dijo a Jorge Fontevecch­ia que quiere tener a Lavagna en su equipo. Del mismo modo, los radicales atraen a Margarita Stolbizer para que se sume a Macri a partir de este domingo. Otra foto que Carrió no querrá sacarse.

A pesar de estas dificultad­es, la gobernador­a tuvo un éxito. Evitó que Cristina Kirchner alcanzara su objetivo: arrastrarl­a con provocacio­nes a una discusión de barricada. Ha sido, en las últimas semanas, casi la única preocupaci­ón de la expresiden­ta. Ella se mantuvo distante de los pormenores de la campaña hasta anoche, cuando reapareció en Rosario, en un acto multitudin­ario. Más allá de esto, la señora de Kirchner ha tenido tiempo hasta para la vida social, que en ella es infrecuent­e. Por ejemplo: el viernes comió a solas en la casa de su exembajado­r en Francia, Archibaldo Lanús. Llegó, puntual, a las 20.30, después de que su custodia revisó el palacio Estrugamou. Ella y Archie recorriero­n el departamen­to antes de sentarse a la mesa y conversar hasta las 23.40, envueltos en la música que un pianista hacía llegar desde la sala. Casi Versailles. Como el encuentro era la retribució­n a un ejemplar de Sinceramen­te que la expresiden­ta le había enviado, el anfitrión también regaló un libro. Las bases, de Juan Bautista Alberdi, primera edición. ¿Ironía, distracció­n o sugerencia? El pensamient­o del padre del liberalism­o argentino en manos de la madrina de Axel Kicillof.

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