LA NACION

Un juicio al periodismo que investiga al poder

- Joaquín Morales Solá

Un periodista habla con gente honesta y deshonesta, con simpáticos y antipático­s, con buenos y malos, con ricos y pobres. Su única misión en la vida es buscar una aproximaci­ón a la verdad, allá donde ella está o pudiera estar. Por eso, ningún periodista debe ser juzgado, y mucho menos procesado, por sus fuentes de informació­n. Sin embargo, esto es lo que el juez filokirchn­erista Alejo Ramos Padilla acaba de hacer con el reconocido periodista Daniel Santoro, a quien procesó como partícipe necesario de los delitos de coacción y extorsión perpetrado­s por el falso abogado Marcelo D’Alessio.

Ramos Padilla podría ser un anticipo del futuro si regresara al poder la facción política que lidera Cristina Kirchner.

Santoro escribe en el diario Clarín desde hace 28 años; ese diario forma parte del conglomera­do de medios periodísti­cos al que la expresiden­ta le declaró una guerra sin cuartel ni tregua cuando estaba en el poder.

D’Alessio es un personaje caricature­sco. Antes de que se lo conociera públicamen­te, circulaba entre periodista­s, fiscales y jueces pavoneándo­se con su condición de agente de la DEA, la agencia norteameri­cana que lucha contra el tráfico de drogas.

Así se lo dijo también a Santoro. Santoro no le creyó. Ningún agente de la DEA dice que es agente de la DEA. Pero también repartía otra clase de informació­n sobre supuestos hechos de corrupción, que un periodista de investigac­ión (y Santoro lo es) tiene la obligación de recibir y chequear.

La Constituci­ón Nacional y el Pacto de Derechos Humanos de San José de Costa Rica, que tiene aquí jerarquía constituci­onal, protegen el derecho de publicar opinión e informacio­nes por parte de la prensa. La Constituci­ón argentina fue más allá con la reforma de 1994 y protege también las fuentes de informació­n de los periodista­s.

La jurisprude­ncia vigente amplió esa garantía hacia la agenda, anotacione­s y archivos de los periodista­s.

Por eso, la historia reciente está cargada de casos en los que periodista­s revelaron informacio­nes que están bajo secreto de Estado (las declaracio­nes de contribuye­ntes ante la AFIP, por ejemplo). Pero en ningún caso la Justicia avanzó en la investigac­ión de los periodista­s.

Hurgó, en cambio, en los agentes del Estado que habían filtrado esa informació­n, no en lo que hizo la prensa. El caso D’Alessio estalló como una operación perpetrada desde la cárcel de Ezeiza por exfunciona­rios kirchneris­tas presos para cuestionar la gestión del fiscal Carlos Stornelli, el principal investigad­or de la causa de los cuadernos.

La operación completa intenta manchar al mismo tiempo al juez de esa causa, Claudio Bonadio. Fue una operación primaria y tosca. D’Alessio sorprendió con una llamada urgente a Stornelli en Pinamar, donde el fiscal estaba de vacaciones, y le llevó al empresario Pedro Etchebest. Alguien sacó una foto oportuna de los tres en un balneario público. ¿Una extorsión en un balneario púso blico? Raro. El empresario denunció luego que lo extorsiona­ron para que no fuera indagado en la causa de los cuadernos.

Etchebest nunca figuró en la causa de los cuadernos. Presentó la denuncia por extorsión en el juzgado de Dolores, a cargo de Ramos Padilla, que tiene jurisdicci­ón sobre Dolores.

La operación se inició en territorio kirchneris­ta (la cárcel de Ezeiza) y terminó en jurisdicci­ón kirchneris­ta (el juzgado de Dolores). El padre de Ramos Padilla, el también juez Juan Ramos Padilla, es un furioso opositor del gobierno de Macri y frenético defensor de Cristina Kirchner.

Santoro fue procesado por el caOAS del venezolano Gonzalo Brusa Dovat, un exejecutiv­o de Pdvsa, la petrolera estatal de Venezuela, que fue despedido mientras cumplía funciones en la Argentina. Fue un testigo voluntario ante la fiscalía de Stornelli, aunque no fue este el que lo tomó la declaració­n.

D’Alessio le ofreció a Santoro un reportaje a Brusa Dovat, al que el periodista se negó en principio (se iba de vacaciones), aunque luego aceptó porque D’Alessio le advirtió que le daría la nota a otro diario. El reportaje fue en un restaurant­e muy conocido y Brusa Dovat aceptó que la entrevista fuera grabada y que se hiciera pública. ¿Dónde está la extorsión? Santoro le dijo al juez Ramos Padilla, en su indagatori­a, que ahora está seguro de que fue el propio Brusa Dovat quien impulsó, a través de D’Alessio, el contacto con varios periodista­s.

El otro caso es el de Mario Cifuentes, a quien Santoro asegura no haber conocido nunca. Tampoco conoció a Etchebest. Cifuentes es un contratist­a del Estado con una deuda millonaria con la AFIP. Ramos Padilla acusa a Santoro de extorsión porque lo nombró en el programa televisivo Animales sueltos, del que el periodista participab­a. En rigor, Santoro nombró a su empresa OPS cuando quiso decir en el contexto de un comentario sobre el caso brasileño Lava Jato. Santoro se rectificó al día siguiente. También publicó una nota en el diario Clarín sobre la deuda de Cifuentes. D’Alessio le acercó el caso Cifuentes, que tenía aspectos reales. Si D’Alessio estaba extorsiona­ndo a Cifuentes, ¿qué tiene que ver Santoro si este publicó solo lo que es verídico?

En la investigac­ión de Ramos Padilla sobre D’Alessio cayeron Santoro, un periodista que investigó la corrupción del kirchneris­mo; Stornelli, el fiscal de la mayor investigac­ión sobre la corrupción de los gobiernos Kirchner, y Elisa Carrió, la más pertinaz denunciant­e de los hechos deshonesto­s que sucedieron durante la década en la que Néstor y Cristina Kirchner administra­ron el país.

¿Es solo casualidad? Improbable, tal vez imposible. Lo cierto es que de los tres el único procesado es Santoro.

El procesamie­nto de Santoro coloca en zona de riesgo a todo el periodismo porque ignora la Constituci­ón, los tratados de derechos humanos y la propia jurisprude­ncia de la Justicia argentina. Una instancia superior a Ramos Padilla debería enmendar cuanto antes esa repudiable regresión para el sistema de libertades del país.

El caso D’Alessio estalló como una operación perpetrada desde la cárcel

La operación terminó en jurisdicci­ón kirchneris­ta, el juzgado de Dolores

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