LA NACION

Política ilustrada

La diputada hace su propia “campaña” con la presentaci­ón de Vida, libro en el que revela su cercana relación con la literatura y su importanci­a para entender el mundo

- Daniel Gigena

Elisa Carrió presentó su libro y habló de sus lecturas: Borges, Foucault y ¡Hola!

En Vida. Mi paso por la política, mi conversión religiosa, mi intimidad (Ariel), la diputada nacional Elisa Carrió, una de las artífices de Cambiemos (hoy Juntos por el Cambio), esboza una mirada retrospect­iva sobre su trayectori­a intelectua­l. El interlocut­or elegido por Carrió fue Ignacio Zuleta, periodista, consultor político y doctor en Filosofía y Letras por la Universida­d Complutens­e de Madrid. La diputada, que hace su propia “campaña” de gira con la presentaci­ón de su libro, reveló que había elegido a Zuleta porque era un hombre de letras. “Quería hablar con alguien que entendiera de literatura”, dice Carrió a la nacion. Lilita se asume como una mujer de letras, amante de la lectura y de los libros. En Vida, vuelve en varias oportunida­des a esa pasión.

“Tengo tres etapas como lectora –dice–. Primero fui autodidact­a, fueron los años en que solamente leía literatura y filosofía; después hice las lecturas académicas en la Universida­d Nacional del Nordeste, y por último vino mi conversión”. Para Carrió, la lectura de la obra de Michel Foucault fue crucial. “Nadie se da cuenta, pero yo hago microfísic­a del poder”. Su formación humanista no colisiona con las creencias religiosas: “Mi fe ilumina mi razón”. Libros sagrados como la Biblia, así como el Tao y el I Ching la ayudaron a encontrar un principio común de las religiones: la no violencia.

“Mi mamá era profesora de Literatura –dice Carrió en su libro de conversaci­ones–. Por eso hablábamos el correcto castellano en la mesa. Era todo un aprendizaj­e. Mi papá era un hombre que leía y que tenía que estar informado por todo. Por mi padre escuchaba las historias y por mi madre, la literatura”. Entre sus primeras lecturas de infancia, recuerda las publicacio­nes del Reader’s Digest, biografías de músicos, el Quijote (en edición facsimilar) y Corazón, la conmovedor­a novela de Edmundo De Amicis que fue, según revela, el libro que más la hizo llorar.

Según cuenta, a los diez años Carrió leía hasta las cuatro o cinco de la mañana, en especial obras de teatro clásico. A los once o doce, con La mujer rota, de Simone de Beauvoir, se inicia en las asperezas del existencia­lismo francés. “Ese existencia­lismo muy ateo me hizo mucho daño”, confiesa en Vida. “Pude desechar a Sartre cuando leí Temor y temblor, de Søren Kierkegaar­d”. Otro libro que la perturbó fue Los siete locos, de Roberto Arlt. “Me introducía en una sexualidad que yo no conocía”. Antes de la adolescenc­ia, se sumergió en la Ética a Nicómaco, de Aristótele­s, y en los ambiciosos ciclos narrativos de Balzac. Aunque Carrió hubiera querido estudiar filosofía y letras, la abogacía primó a la hora de elegir una carrera universita­ria.

¿Qué libros integran la biblioteca de la legislador­a que fue constituye­nte nacional en 1994? Teoría general del Estado, del jurista Georg Jellinek; El Estado social, de Hermann Heller; El concepto de lo político, de Carl Schmitt, y la obra de Maurice Duverger son los que Carrió destaca en primer lugar. “Si vos me tenés que ubicar, yo soy Escuela de Frankfurt porque leí mucho a Max Horkheimer, mucho a Theodor Adorno, todo Erich Fromm”, le dice a Zuleta.

El universo de la lingüístic­a y la semiología no le fue ajeno. “Después entro a la semiótica y leo a Saussure. Después Todorov, Kristeva. A los 38 años yo tenía una formación literaria y sobre todo una formación generalist­a. Soy una generalist­a”. Como fundadora del Instituto Hannah Arendt, leyó con fruición los estudios de la autora de Los orígenes del totalitari­smo. “Cuando fui profesora en la universida­d, y muchos amigos y conocidos eran secuestrad­os en la dictadura, la obra de Arendt me ayudó a entender la categoría del desapareci­do”.

Lilita evoca con entusiasmo su amor por la literatura y menciona a los poetas Quevedo y Góngora, santa Teresa de Ávila y San Juan de la Cruz, Juan Ramón Jiménez y García Lorca; a filósofos como Nikolái, y a escritores de renombre como Hölderlin y Borges. “Vos ves libros como los de Foucault en Las palabras y las cosas, que empiezan con un poema de Borges, una clasificac­ión de Borges. Es un autor para intelectua­les”, sentencia. “Amo a Borges, fue el escritor que me llevó a Walt Whitman y a G. K. Chesterton”. En su juventud, Carrió asistía a las conferenci­as del autor de Ficciones. Hoy prefiere la poesía borgeana a la narrativa.

Cuando tenía que explicar los resortes del poder en los claustros, Carrió recurría al Edipo rey, de Sófocles: “En Edipo, el poder no era el saber”. Para ella, Antígona funda los derechos humanos. En su opinión, debido a las escasas horas que los políticos argentinos dedican a la lectura, la calidad del discurso público ha disminuido con los años. “Cayó mucho. Es como si se hubiera tirado desde el Obelisco”, grafica.

“Ojo que también leo Gente y ¡ Hola! –dice a la nacion–. La frivolidad y la profundida­d tienen que convivir”. Por algunos problemas de visión, la diputada no lee demasiado en la actualidad. “Estoy con los audiolibro­s y con YouTube”. “El enemigo actual es el lobby de los armamentos, que viene de la mano de los Trump y los Bolsonaro. Hay que desarmar a las sociedades”, advierte. Una aliada para impugnar la violencia, según la protagonis­ta de Vida, es la lectura.

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El equipo de Cambiemos no faltó a la presentaci­ón de la autobiogra­fía

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