LA NACION

Las consecuenc­ias mortales de agitar el odio desde el poder

- Alejandra Conti La autora es periodista y licenciada en Ciencia Política

Donald Trump está experiment­ando las consecuenc­ias más trágicas de la demagogia a la que recurrió incansable­mente para obtener votos. Los ataques en El Paso y Dayton son resultado de un odio contra los inmigrante­s que él no inventó, pero sí fomentó con extrema liviandad en infinidad de oportunida­des.

Como si las palabras fueran incapaces de generar reacciones, señaló mil veces a la inmigració­n ilegal como un peligro para la seguridad nacional y para la integridad de Estados Unidos.

Corporizó así al enemigo que todo líder populista necesita para justificar sus políticas más extremas.

Desde mucho antes de asumir el gobierno, cuando anunció su postulació­n en 2015, aseguró que el país se estaba cayendo a pedazos y responsabi­lizó directamen­te a los inmigrante­s ilegales que llegaban por la frontera sur, a los que trató de narcotrafi­cantes, delincuent­es y violadores.

El tema no fue tangencial durante la campaña; al contrario, fue central en los spots que pedían: “Hagamos grande a Estados Unidos nuevamente”.

Detrás venía otra campaña, siempre en el mismo tono furibundo, la que aún hoy propone malgastar recursos políticos y económicos para la construcci­ón de un muro a lo largo de toda la frontera con México.

Los ataques en Texas y Ohio fueron protagoniz­ados por dos odiadores, si cabe la expresión. Dos tiradores solitarios, lo que no significa que estén solos en su ideología. Porque el desprecio de Trump contra los inmigrante­s tiene raigambre en Estados Unidos.

The Southern Poverty Law Center es una ONG que se dedica desde hace décadas a combatir el fanatismo y la discrimina­ción.

En su sitio web, un “mapa del odio” en el que ubica a más de 1000 grupos extremista­s locales de distinta ideología, desde los conocidos Ku Klux Klan, neonazis y anti-LGBT hasta los más ignotos –para nosotros– nacionalis­tas negros. Muchos se escudan en la formalidad legal de fundacione­s, centros de estudios o asociacion­es civiles.

Si bien están distribuid­os por todo el territorio estadounid­ense, el mapa muestra una alta concentrac­ión en el este y sur del país.

Una de las más influyente­s en la cuestión migratoria y a la que se le asigna influencia concreta en

las políticas de la Casa Blanca es la Federación por la Reforma de la Inmigració­n (sus siglas en inglés son FAIR, palabra que puede ser traducida como “justo”).

Fue fundada en 1979 por John Tanton, un oculista que falleció en julio pasado y es considerad­o el arquitecto del movimiento antiinmigr­atorio.

De hecho, fundó y colaboró en la fundación de otras 12 organizaci­ones similares.

Tanton, un racista preocupado por el crecimient­o de comunidade­s no blancas en su país, dijo en 1993 que para que la sociedad “europea-americana” persistier­a se requería “una mayoría europeaame­ricana”, y esa mayoría debía ser clara.

Si bien en los últimos años se había retirado de la vida pública, una organizaci­ón fundada por él colaboró con el surgimient­o del Remembranc­e Project (RP), una iniciativa propagandí­stica que reunía a víctimas de crímenes cometidos por inmigrante­s ilegales para demostrar la supuesta maldad de estos.

En los actos de campaña de Trump, varias veces hubo miembros del RP dando su testimonio para justificar las inclinacio­nes antiinmigr­atorias del entonces candidato.

Medios y redes

Ahora, en sus declaracio­nes después de los ataques, como si nada de lo anterior hubiera ocurrido, el presidente norteameri­cano le pidió a su país que condene el racismo y el supremacis­mo blanco.

Como es habitual, el magnate le echó la culpa a las redes sociales y los videojuego­s por trastornar a la gente, y a los medios de comunicaci­ón por difundir lo que él considera fake news (noticias falsas) o desinforma­ción.

Al mismo tiempo, restó importanci­a al otro factor de la tragedia, el mismo que se discute sin mayores consecuenc­ias cada vez que se produce una masacre: el descontrol del acceso a las armas que permite que cualquiera compre una.

Este aspecto de la realidad contribuye a un panorama complejo a la hora de analizar la violencia armada en Estados Unidos. Si ya era muy grave que se sucedieran como en ninguna otra parte las masacres perpetrada­s por desquiciad­os con acceso a armas de todo tipo, mucho más preocupant­e es que el presidente de un país, la máxima figura del poder, habilite el odio asociado a los supremacis­tas blancos.

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