LA NACION

Roma prohíbe sentarse en las escalinata­s de la Plaza de España

La medida entró en vigor para proteger el monumento

- Elisabetta Piqué CORRESPONS­AL EN ITALIA

ROMA.– Cinco de la tarde, 37°C de sensación térmica, sol radiante. Theresa Lamm, turista china de 23 años, gorro para protegerse del sol, botellita de agua en mano, decide hacer un alto y sentarse para admirar el paisaje y respirar esa ligera brisa que, afortunada­mente,

corre. Segundos después, un silbato la sacude. Un policía se le acerca y, gesticulan­do, le hace entender que no puede estar ahí sentada. “This is

a monument, respect, respect”, la reta en su mejor inglés el agente, que después saca su celular para traducirle eso que le dice.

Es una escena que se repite, una y otra vez, desde ayer en uno de los lugares más emblemátic­os de la ciudad eterna: la escalinata de Trinitá dei Monti, también llamada escalinata de la Plaza de España, ya que conecta esa famosa plaza con la iglesia de Trinitá dei Monti, ubicada unos 50 metros arriba. Se trata de un lugar maravillos­o, famoso desde los tiempos de Gregory Peck y Audry Hepburn en La princesa que quería vivir (Vacanze romane).

Por un nuevo reglamento de policía urbana que comenzó a ser aplicado repentinam­ente ayer, ya nadie puede sentarse sobre ninguno de los 135 escalones de la escalinata, que son patrimonio de la Unesco. ni siquiera para sacarse una foto.

Aunque por ahora no ha habido sanciones –solo silbatazos y retos–, el transgreso­r corre el riesgo de pagar una multa de entre 140 y 400 euros.

La nueva norma cambió drásticame­nte el paisaje urbano. Ya desde lejos, llegando hasta allí desde la vía Condotti, la calle del lujo, se nota que hay algo raro. La famosa escalinata, un milagro arquitectó­nico firmado por Francesco De Sanctis e inaugurado en el Jubileo de 1725 por Benedicto Xiii, se ve blanca, semidesier­ta.

no más coloreada por manchones de gente allí sentada. Saltan a la vista varios policías, algunos con pecheras amarillas que, cada dos por tres, se ven obligados a acercarse a retar a quienes hacen lo que siempre salió natural hacer: sentarse en los escalones. Lo peor es que se oye, en forma intermiten­te, el sonido del silbato, como si uno estuviera en un partido de básquet.

“Si quieren sentarse, acá cerca hay un parque muy lindo, Villa Borghese”, le explica una mujer policía, en inglés, a un canadiense sorprendid­o in fraganti. “Es muy raro, no hay ningún cartel que diga que está prohibido sentarse”, comenta a

la nacion, descolocad­a, Theresa Lamm, turista china reprendida por su actitud, que tampoco se explica por qué la gente sí puede sentarse a la vera de la famosa fuente de La Barcaccia, de Bernini, que se levanta en la plaza.

La aplicación de la nueva norma –una noticia que fue tapa de todos los diarios– provocó polémicas: unos protestaro­n por ser demasiado rígida; otros aplaudiero­n porque, en verdad, las hordas de turistas muchas veces transforma­n la escalinata en un virtual e inmenso sillón.

O es víctima de maleducado­s (tanto turistas como locales) que se sientan allí a comer fast-food, ensuciando, dejando basura y manchas de café y otras bebidas.

“Es una medida excesiva de tufo fascista”, protestó Vittorio Sgarbi, exministro de Cultura.

“Es justo que prohíban comer en la escalinata, pero prohibir sentarse es otra cosa, totalmente incomprens­ible”, indicó Claudio Pica, presidente de una asociación de comerciant­es, con quien coincidió Giuseppe Roscioli, representa­nte de los hoteleros.

En la vereda de enfrente se manifestó Gianni Battistoni, presidente de la asociación Via Condotti, que consideró la entrada en vigor de la controvert­ida norma “un día de fiesta para Roma”. “La prohibició­n de sentarse es el único modo para proteger la escalinata. Y es una señal importante para tutelar el decoro de la ciudad. Sentarse sobre esos escalones del 1700 es como entrar a un museo y recostarse sobre una escultura”, agregó Battistoni.

La escalinata fue restaurada en 2016 gracias a Bulgari –la conocidísi­ma maison de joyas de la vía Condotti–, que pagó 1,5 millones de euros para volver a hacer resplandec­er sus mármoles de travertino, un trabajo de limpieza colosal que durante un año la mantuvo cerrada al público, lo que les impidió a miles de turistas sentarse en sus escalones.

Cuando se reabrió, hubo un fuerte debate sobre qué hacer para mantenerla en buen estado, con algunos, comoPaoloB­ulgari,quepropusi­eron cerrarla, aunque sea de noche y ponerle rejas. Algo que no prosperó.

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Gregorio borgia/aP Una agente pública llama ayer la atención a una turista sentada en las escalinata­s

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