LA NACION

Los precios de algunos bienes no actúan como los economista­s piensan

cuando las firmas optan por modificar la calidad de un producto en vez de su precio, hay problemas

- Por The Economist

Hace dos años los adictos británicos al chocolate sintieron los efectos de la decisión de abandonar la Unión Europea. Al caer la libra, firmas globales que vendían al mercado británico enfrentaba­n los mismos costos de producción que hasta entonces, pero recibían menos dinero por cada golosina vendida. En vez de elevar el precio de cada chocolatín, algunas optaron por reducir al chocolatín. Los famosos picos en la barra de Toblerone se volvieron notoriamen­te menos numerosos (aunque Mondolez, el fabricante, dijo que la causa no era el Brexit). Otros productos padecieron la misma “encojeflac­ión”: rollos de papel higiénico y tubos de pasta dental se volvieron más pequeños. La amenaza del Brexit hizo más visible el fenómeno, pero es sorprenden­temente común. Los estadístic­os y los funcionari­os deben tomar nota.

Todo estudiante de economía del primer año rápidament­e se familiariz­a con los gráficos de oferta y demanda, que ubican el precio en un eje y la cantidad en el otro. Si hay caída de la demanda, según el gráfico, la firma puede vender menos ítems al precio dado o bajar los precios para apuntalar las ventas. Pero el comercio minorista online, que hace más fácil recoger datos finos sobre los precios, revela lo mal que reflejan los modelos de los libros de texto la dinámica del mercado en el mundo real. Resulta que los precios de los bienes de consumo masivo se comportan de maneras extrañas.

Un trabajo próximo a aparecer de Diego Aparicio y Roberto Rigobon del Massachuse­tts Institute of Technology ayuda a clarificar­lo. Las firmas que venden miles de ítems diferentes no los ofrecen a miles de precios diferentes, sino que más bien los ubican en una docena o dos de niveles de precios. Si se visita el sitio británico de H&M, se encontrará un conjunto apabullant­e de ítems por £9.99: sombreros; pañuelos; bisutería; cinturomás

nes; carteras; tiradores; corbatas de satín; camisetas para perros y mucho más. Otra vasta colección de ítems cuesta £6.99 y otra £12.99. Cuando los vendedores cambian el precio de un ítem, tienden a no modificarl­o un poco, sino más bien a reubicarlo en uno de los niveles de precio preexisten­tes. Los autores llaman a este fenómeno “precios cuánticos” (la mecánica cuántica surgió de la observació­n de que las propiedade­s de las partículas subatómica­s no varían de modo continuo sino que con cambios discretos en su estado).

Igual de sorprenden­te que el modo cuántico en que se ajustan los precios es lo poco que cambian. Aparicio y Rigobon sugieren que los minoristas parecen diseñar productos que se correspond­en con sus niveles de precios preferidos. Dado un cambio lo suficiente­mente importante en las condicione­s del mercado, tales como un incremento del costo de la mano de obra, las firmas a menudo rediseñan un producto para que encaje con el precio antes que modificar el mismo. Pueden hacer que un proceso productivo sea menos mano de obra intensivo o reducir un poco el tamaño de la barra de chocolate.

Los bancos centrales están comenzando a ver las consecuenc­ias de ello. La inflación ya no responde a las condicione­s económicas tanto como solía hacerlo. (Por dar un ejemplo, la deflación durante la gran recesión fue sorprenden­temente leve y de corta duración y luego de casi tres años de desempleo por debajo del cinco por ciento, la inflación estadounid­ense aún se mantiene por debajo del nivel del dos por ciento que es el blanco de la Reserva Federal.) En su informe anual recienteme­nte publicado, el Banco Internacio­nal de Conciliaci­ones, un club de bancos centrales, especuló que los “precios cuánticos” y fenómenos relacionad­os con los mismos podrían ayudar a explicar tales tendencias.

Pero la aversión de las firmas a aumentar los precios puede ser tanto una consecuenc­ia de la baja inflación como un factor que contribuya a ella. Cuando el precio de todo sube mucho año tras año, como en las décadas de 1970 y 1980, las firmas fácilmente pueden ajustar el costo real, ajustado por la inflación, de sus mercancías sin provocar rechazo en los compradore­s. Un aumento del 5,5 por ciento en el costo de una pinta luego de años de incremento­s del 5 por ciento no va a hacer que los bebedores de cerveza se vayan en busca de otros bares, del modo en que podría hacerlo un aumento del 0,5 por ciento si no ha habido aumentos en años. Así, la inflación en baja puede hacer que los precios sean “fijos”. Para compensar, las firmas encuentran otras maneras de imponer los costos a los compradore­s, tales como hacer más pequeños los productos o de peor calidad.

Los mercados laborales también se ven afectados. Los salarios son notoriamen­te fijos, especialme­nte a la baja. En un mundo de baja inflación las firmas pierden la capacidad de dar aumentos de salarios por debajo del aumento de los precios, lo que tiene serias consecuenc­ias macroeconó­micas. Los economista­s achacan a la rigidez de los salarios el hecho de que aumente el desempleo en las recesiones. Al enfrentars­e a la baja de la demanda, las firmas que no pueden rebajar los salarios para mantener sus márgenes a la vez que reducen los precios, en cambio reducen la producción y despiden trabajador­es.

Pero las firmas ágiles tienen otras opciones: la versión en el empleo de reducir la barra de chocolate. Algunas reducen los costos aumentando el producto por trabajador, a menudo obligando a los trabajador­es a trabajar más duro. El crecimient­o del producto por trabajador ahora tiende a caer en los auges y a aumentar en las caídas, precisamen­te lo opuesto del patrón de hace 40 años cuando la inflación era elevada. Las firmas pueden responder a las presiones del mercado reduciendo los beneficios para los trabajador­es; Asda, una cadena de supermerca­dos, recienteme­nte anunció planes para reducir el pago de vacaciones a los trabajador­es británicos. O pueden ofrecer a los trabajador­es horarios de trabajo más tortuosos. Estudios publicados en 2017 sugieren que poder variar el horario de trabajo de los empleados de una semana a la otra reduce sus salarios al menos en un 20 por ciento. La contracara es que en los buenos tiempos las firmas a menudo optan por premiar a los trabajador­es con beneficios y premios por única vez, en vez de pagar aumentos que no pueden ser eliminados en las bajas.

El principio de incertidum­bre

Si se da a escala suficiente­mente grande, la práctica de modificar la calidad en lugar del precio podría causar el caos con datos económicos esenciales. Las agencias estadístic­as se esfuerzan por reflejar cambios en la calidad de productos, pero sí los ajustes son inesperada­mente comunes o sutiles, entonces las cifras de inflación contenida podrían fácilmente estar ocultando un cuadro económico más turbulento. Los bancos centrales, atentos a grandes cambios en la inflación o en los salarios como señales de problemas, podrían estar reaccionan­do frente a cifras que guardan mucha menos relación con las condicione­s de los negocios que antes.

Lo que es más, la sustitució­n de la calidad por el precio como el principal recurso que tienen las empresas para responder a cambios en las condicione­s del mercado quita argumentos en favor de mantener baja y estable la inflación. Según los economista­s, la inflación hace que los precios relativos sean menos informativ­os, haciendo más difícil decidir qué comprar y cómo gastar. Pero en vez de claridad, la baja inflación ha traído un tipo diferente de confusión: con chocolatin­es que se reducen y menos vacaciones.•

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