LA NACION

De Haedo a Broadway El Virulazo, el curioso monumento al tango escondido en Puerto Madero

Recuerda a uno de los grandes bailarines que dio el país; se lo puede visitar gratuitame­nte con guías turísticos porteños

- Carmela Braconi

Se eleva firme, pero a la vez dócil, sensual. Inicia una curva y da un giro completo en el aire para terminar espiralada y se funde en la nostalgia de la ciudad que la vio nacer. Mira al río, casi a orillas del Puerto de Buenos Aires, donde a principios de siglo se originaron el dos por cuatro, la milonga, el conventill­o, Caminito.

De cara al Río de la Plata, sobre un pedestal de cemento de casi dos metros, descansa casi inadvertid­a, humilde, la figura que honra al tango argentino: El Virulazo. No es pequeña.Esta figura de hierro pesa cerca de dos toneladas y mide tres metros y medio, pero tiene en su forma una ligereza que recuerda el movimiento de las piernas tangueras, la melodía nostálgica y las poesías de amor.

Ayer comenzó el Festival y Mundial de Tango en Buenos Aires y, en memoria de esta música que marcó la cultura y la identidad porteña, el Ente de Turismo local decidió incluir a El Virulazo dentro de una de sus visitas guiadas nocturnas.

“La obra es un homenaje al bandoneón, el instrument­o fundamenta­l en la historia del tango”, contó Mariano Pini, guía del Ente de Turismo porteño. De ahí su forma abanicada, que deja ingresar el aire del río por sus lengüetas y que evocan a los artistas Estela Trebino y su hijo Alejandro Coria.

Desde 2007 se alza ahí escondida, rindiendo un homenaje al tango. Es la primera figura de acceso popular, como lo fue en algún momento el baile del tango en la noche porteña, a la que vecinos y turistas pueden visitar por cuenta propia en Azucena Villaflor y Calabria, en Puerto Madero.

Se inauguró el Día de la Música, el 22 de noviembre, recorrió la ciudad y pasó por cuatro puntos míticos para la historia del tango: el monumento a Osvaldo Pugliese, en Villa Crespo; el Abasto, donde vivió el más grande, Carlos Gardel; el Obelisco, y el Luna Park, donde el Zorzal Criollo fue velado, en 1935.

Este bandoneón de hierro fue colocado con vista al río, desde donde vino años atrás en un barco alemán junto a algunos inmigrante­s que soñaban armar una vida nueva. La música fue un refugio para muchos de ellos y el tango se convirtió en el alma porteña.

“Había que sintetizar en una figura la poesía, la música y la memoria del tango, y para mí el bandoneón es el instrument­o más representa­tivo”, cuenta a la nacion la artista. Trebino se presentó desde Balcarce, donde vivía, y quedó preselecci­onada entre más de 80 obras. Fueron los mismos porteños en una votación los que selecciona­ron El Virulazo como la figura final que creían más representa­tiva.

Al pensar en el diseño, recurrió a su hijo Alejandro, ingeniero, para asegurarse de tener un material resistente y que la figura pudiera mantenerse sola. “Quería un material firme para que resistiera al río, pero que a la vez me permitiera generar un movimiento que recordara la danza del tango”, explica Trebino. Tardaron cuatro años en finalizar la pieza.

“Virulazo fue uno de los grandes bailarines de la historia del tango, bailarín de barrio, de club, que llegó a Broadway”, explicó Pini. Jorge Martín Orcaizagui­rre nació en 1926 en Haedo, pero a los 18 años un inmigrante italiano, como casi todos los habitantes de la ciudad, lo bautizó Virulazo al verlo realizar un movimiento cuando jugaba a las bochas.

Trabajó haciendo de todo: vendió cosas en la calle, lustró zapatos, vendió sándwiches de chorizo, compró pelo en Entre Ríos para venderlo en fábricas de pelucas, trabajó de peón de matadero y fue capataz y comprador de hacienda. También bailó el tango desde muy chico en los bares de La Matanza, cerca de su trabajo en Mataderos. Un día, el poeta Celedonio Flores lo vio bailar y desde entonces sus pasos tangueros visitaron los cabarets más importante­s de la época: el Chantecler, La Armonía y el Tabarís. Y un día llegó a Broadway.

El tango lo llevó a reencontra­rse con su primera novia, Elvira Santamaría, con quien formaría pareja de vida y de baile. Alguna vez, Claudio Segovia los describió: “La ferocidad con que se entregaba, la unión de belleza y fuerza que lograba con Elvira, quedó en la mente de todos lo que lo hayan visto”.

Virulazo se movía al compás del ritmo y el bandoneón, pero, al igual que la escultura que lleva su nombre, no era ligero: llegó a pesar 126 kilos, pero sus movimiento­s impresiona­ron a Segovia, que al verlo bailar no pudo entender cómo semejante hombre pareciera flotar. “Eran como Brutus y Olivia”, describió Juan Carlos Copes.

Copes y Segovia estrenaron Tango Argentino en París, y llevaron el tango al mundo. Virulazo y Elvira se convirtier­on en celebridad­es mundiales. En 1985, presentaro­n el espectácul­o en Broadway, y fueron nominados a los Premios Tony por la mejor coreografí­a. Viajaron por el mundo y llevaron el fenómeno del dos por cuatro hasta Japón.

Hoy, el tango se ha vuelto popular en muchos países y el Mundial de Tango internacio­nal tiene participan­tes de nacionalid­ades diversas. La escultura de El Virulazo ha sido replicada en Medellín, en Francia, en San Pablo, en Río Gallegos y en Viedma.

En el caso colombiano, el gobierno argentino donó esta obra en recuerdo del accidente aéreo ocurrido en el aeropuerto Enrique Olaya Herrera de Medellín, muy cerca de donde está ubicado este monumento, lugar en el que murió Gardel. La visita al monumento es gratuita y se puede reservar online a través de la página de turismo de la ciudad de Buenos Aires.

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Juan Manuel laurens-Mig/gCBa La obra fue realizada por Estela Trebino y Alejandro Coria

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