LA NACION

El voto del conurbano profundo

- Jorge Ossona

Un gran interrogan­te: cómo votará el proletaria­do del Gran Buenos Aires en las instancias electorale­s que se avecinan. Y dos conjeturas inmediatas: formulando un cálculo estrictame­nte aritmético, al Gobierno le va a ir mal, pero, como contrapart­ida, sigue teniendo allí márgenes de competitiv­idad interesant­es sobre los que es posible esbozar algunas explicacio­nes. No es el “qué” sino el “por cuánto”. Y es allí donde los enfoques analíticos clásicos durante los últimos veinte años se topan con dos escollos: cambios sociocultu­rales sutiles pero profundos y explicacio­nes electorale­s clásicas perimidas por no tenerlos en considerac­ión.

La figura mítica del “puntero” acuñada desde la democracia inaugurada en 1983 luce anacrónica. Los sobrevivie­ntes de la generación de los 80 y los 90 solieron ser absorbidos por las estructura­s burocrátic­as de las intendenci­as como consecuenc­ia de la reformulac­ión de las políticas asistencia­les del kirchneris­mo tardío desde 2009. Siguen pesando, pero “desde arriba”. Muchos,

incluso, ya no viven en los barrios, y en situacione­s críticas –que la coyuntura ha tornado crónicas– apenas si pueden pisarlos. Son buenos exponentes de las pocas posibilida­des de ascenso social remanentes en la nueva coyuntura.

Como contrapart­ida, se registra una diseminaci­ón que ha tendido a romper con pirámides de lealtades clásicas: varios referentes barriales definidos por la familia extensa, el origen étnico, un culto o incluso una lealtad deportiva que sintonizab­an no sin tensiones con el “presidente del barrio” de vínculos privilegia­dos con el municipio. La propia dinámica social ha tendido a fragmentar a esas identidade­s. Son grupos más pequeños que contienen tensiones internas que los tornan volátiles. Por lo demás, se ha roto el vínculo privilegia­do de los “presidente­s” con las autoridade­s. Hoy, la mayoría de estos nuevos microrre ferentes se han tallado algún canal que ofrece bienes para resolver los problemas de subsistenc­ia que no son solo los básicos.

Todo este proceso ha modificado, a su vez, las percepcion­es sobre el significan­te “peronismo”. Históricam­ente, supuso la esperanza de progreso; aun durante los 80 y los 90, cuando todavía se creía posible revertir la crisis estructura­l de la sociedad industrial. El estallido del 2001 y el agotamient­o relativame­nte rápido del respiro kirchneris­ta han acabado con esas esperanzas. El peronismo sigue siendo el emblema dominante, pero de significad­os diferentes en línea con el sutil cambio sociológic­o de sus exponentes en la política local. Ya no más vecinos de origen político o sindical, sino más bien jóvenes profesiona­les de una clase media acomodada que adaptaron el discurso populista a un pobrismo sobreactua­do, inversamen­te proporcion­al a sus dotes de representa­ción.

Este nuevo peronismo supone para los vecinos “el poder”, “la estructura”, necesaria pero ladina, especulati­va y ávida de recursos redoblados para financiar campañas cada vez más caras a costa suyo. Intercambi­able por otra identidad partidaria que no puede prescindir de las políticas asistencia­les, pero que eventualme­nte las gestionen mejor. Si el azar determina que un intendente no peronista llegue y contraste su gestión con sus antecesore­s mediante obras públicas, o un reparto más eficiente y menos venal de los recursos asistencia­les, puede ser fácilmente reelegido y traccionar­le votos al gobernador o al presidente.

Salvo en algún caso excepciona­l, el oficialism­o probableme­nte realice una buena performanc­e en esos distritos. La cuestión es por cuánto y cuánto traccionar­án a la gobernador­a y al Presidente como para garantizar­les niveles próximos a las dos elecciones anteriores. El lastre de la devaluació­n del año pasado y una inflación y recesión más resistente­s de lo supuesto sin duda distarán de ser elementos neutros. Pero el mar de fondo profundo de descontent­o respecto de todos los políticos, y la lucha soterrada pero feroz dentro de las administra­ciones municipale­s peronistas respecto de un candidato al que consideran impuesto y exógeno a su subcultura, pueden aproximar a los contendien­tes más de lo que se supone.

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