El backstage de la ciencia
Aunque el ballet, el teatro o las películas pueden mantenernos “clavados” en una butaca, y aunque ciertos cuadros y esculturas nos conmocionen, incluso sin que alcancemos a explicarnos por qué, hay algo todavía más cautivante que estos hechos artísticos: el “detrás de escena”.
Ver a los bailarines y bailarinas enfundados en sus gastadas calzas y ropa de ensayo, ejercitando la misma maestría que desplegarán en escena, pero sudorosos y despeinados al estilo Pina Bausch, a los actores y actrices encarnando personajes ficticios en ropa de calle, a los artistas
visuales en pleno trabajo entre pinceles y computadoras, ejerce una fascinación sin igual.
Tal vez la razón detrás de ese “encantamiento” sea que en la obra inacabada advertimos una honestidad en carne viva que luego nos oculta la magia de la versión final.
Algo similar ocurre en el ámbito de la ciencia. Aunque los anuncios de grandes hallazgos pueden acelerar el corazón como un shock de adrenalina, hay una belleza especial en el opaco camino que se hace diariamente en los laboratorios y otros centros de investigación, donde se trata de entender una realidad confusa y desordenada (y el fracaso es un invitado permanente hasta que se alcanza uno que otro éxito).
Quienes participaron esta semana en el segundo “Cabildo abierto en defensa de la ciencia argentina”, organizado, como el del pasado 22 de mayo, a partir de una convocatoria del plenario nacional de directoras y directores de institutos del Conicet, deben haber tenido la sensación de haber asistido a un “detrás de escena” de la historia.
Mientras se difundían ampliamente controversias que daban la impresión de que en la comunidad científica “la grieta” es poco menos que insalvable, en esa sala del Instituto de Investigaciones en Ingeniería Genética y Biología Molecular, investigadores de distintas orientaciones y preferencias electorales debatieron durante más de tres horas sobre el estado actual y el camino que la ciencia local debería recorrer en el futuro próximo.
Hubo intercambios intensos, pero todo se hizo en un ambiente de respetuosa confrontación de ideas. Para entender la distancia que existió entre varios de los asistentes, cabe mencionar que allí se alternaron exposiciones de Alberto Kornblihtt, director del Instituto de Fisiología, Biología Molecular y Neurociencias y desde hace dos meses miembro del directorio del Conicet, que manifestó abiertamente su oposición a la actual gestión, y de Marina Simian, investigadora de la Universidad Nacional de San Martín, que adquirió notoriedad pública al participar en el programa de televisión ¿Quién quiere ser millonario?, y que volvió a ser noticia por manifestar su apoyo a la reelección del presidente.
Sin embargo, hubo coincidencias. Entre otras, con los argumentos de Diego Hurtado de Mendoza, que consideró imperioso superar la debilidad crónica del sistema científico-tecnológico. “El huevo de la serpiente –afirmó– hay que buscarlo en la lógica refundacional que erosiona el principio de alternancia democrática y clausura las políticas de Estado, y los objetivos de mediano y largo plazo”.
También con las ideas de Fernando Stefani, vicedirector del Centro de Investigaciones en Bionanociencias, que advirtió: “Imagínense un país X –propuso–. Se las ingenian para poner a la industria en su máxima capacidad y explotan sus recursos naturales de la manera más eficiente. ¿Se pueden quedar ahí? No, porque todas las actividades económicas sin excepción pierden valor con el tiempo. A principios del siglo XX era una industria bajar hielo de las montañas para refrigerar los alimentos y eso desapareció cuando se inventó el refrigerador eléctrico. La única manera de generar valor es agregando conocimiento, ciencia y tecnología”.
No hay caso: detrás de escena es donde ocurren los capítulos más jugosos e interesantes de la historia.
En la realidad inacabada advertimos una honestidad que nos oculta la versión final