Jugar en medio de la frustración y el dolor, una muestra de carácter
Las Gigantes ganaron, pero aún aturdidas por el absurdo que las sacó de carrera
LIMA.– Raro, pero no tanto por el golpazo que recibieron anteayer: lloraron de tristeza en medio de la arenga previa al partido. Esta vez vistieron camisetas blancas, la indumentaria que tendrían que haber lucido frente a Colombia. Ya sin chances de medalla enelbásqu et bol, las Gigantes jugaron contra Islas Vírgenes intentando mantener siempre el ánimo en alto, después del papelón dirigencial que condujo a la pérdida de puntos ante las colombianas tras haberse equivocado de ropa. Pero esas lágrimas, esos rostros conmocionados previos al compromiso de ayer, fueron inocultables bajo las luces del Coliseo Eduardo Dibos.
“Preservamos la intimidad del equipo. El día de mañana, quien sea responsable creo que se va a dar cuenta y va a dar las explicaciones. Nosotras no tenemos que darlas”, dijo Débora González, la capitana. El miércoles, el episodio había tapado cualquier otro tipo de logro argentino y generó este escándalo puntual que no faltó en delegaciones argentinas participantes de otros torneos. En este contexto se precipitaron las renuncias en la Confederación Argentina de Básquetbol (CABB) de Hernán Amaya, el coordinador de las selecciones femeninas, y de Karina Rodríguez, la Directora de Desarrollo, que no estuvo con el plantel en Lima.
Más allá de su decisión de dejar el puesto ni bien se desencadenó el incidente, Amaya estuvo ayer con las jugadoras respetando el trabajo y los rituales de siempre, codo a codo con el equipo. Es un hombre muy considerado por su labor en general dentro del básquetbol y, en esta cita limeña, se vio obligado a transformarse en una persona multiorquesta: jefe de equipo, delegado y utilero. En el afán de tapar agujeros, terminó incurriendo en un error que mancha su gestión, pero que de ninguna manera cambia el concepto que se tiene de él. No es un improvisado.
De hecho, ya una hora antes del partido y planilla en mano, Amaya estuvo al lado de las jugadoras, que entremezclaron sonrisas y aquellas lágrimas, tratando de dar una vuelta de página por lo sucedido. Más allá del orgullo deportivo, se notó la carga anímica negativa para encarar lo meramente basquetbolístico; el duelo ante Islas Vírgenes costó mucho más de la cuenta, dentro de este escenario tan enrarecido. Sólo al final se destrabó el partido para la victoria por 73 a 59.
El episodio del error de las camisetas había dejado al plantel en la tarde del miércoles en el subsuelo de la desazón, pero esa misma bronca traía una disyuntiva en la cabeza de las jugadoras: por un lado, todo lo que la CABB fomentó e invirtió para el crecimiento del básquetbol femenino en los últimos tiempos. Por otro, los recortes decididos para este viaje (que derivó en algunos puestos descubiertos). Hubo años de desprotección para ellas en comparación con los hombres, que hicieron explotar el fenómeno de la Generación Dorada. Y ya en pleno despegue y desarrollo para ellas, como política de Estado, este capítulo que generó ese combo de desconcierto, lamento y vergüenza.
En la Villa, cada equipo puede incorporar (más allá de las jugadoras) 6 personas para integrar el cuerpo técnico. Las necesidades de los equipos van más allá de esas 6 del staff. Por ejemplo, el básquetbol de varones eligió tener a su utilero entre esos 6 lugares y no incorporó en el cupo al médico. Si necesitaba uno, usaba el facultativo general de la delegación argentina. Pero los varones, además, tuvieron otros 6 asistentes (jefe de prensa, médico, etc.) que se alojaron en un departamento de Airbnb que pagó la CABB. Es decir, el doctor del equipo iba a la cancha y a los entrenamientos, donde sí estaba acreditado, pero no podía ingresar en la Villa.
Las mujeres, en cambio, utiliza ron un cupo para el médico propio y no llevaron utilero. Así, la función para trasladar los materiales, al igual que la de jefe de equipo y asistente técnico, la cumplió Hernán Amaya. Pero la diferencia está en que la CABB no le pagó los seis alojamientos extra en un Airbnb. Por eso, todo se arregló con el sexteto de personas que estaban dentro de la Villa. Por ejemplo, en los tiempos muertos, es común ver al utilero acercarle agua y toallas a las chicas. En el caso del equipo argentino, esa función la cumplieron las mismas jugadoras.
Asimismo, el traslado de la ropa estaba a cargo de Amaya. Es que tampoco había un dirigente (Amaya no lo es) y las relaciones dirigenciales, participaciones en reuniones de equipo (donde se define el color de la camiseta un día antes de cada partido), quedaron todas a cargo del jefe de equipo. Ayer y a la distancia, Federico Susbielles, presidente de la CABB, había apoyado la tarea de Amaya y Rodríguez en Twitter. “Es un día de muchísimo dolor. Es un error grave. Cometido por gente que ha trabajado denodadamente en estos años por el avance del básquet femenino en la Argentina. Y que afecta especialmente a nuestras jugadoras, que ven trunco su sueño Panamericano”.
Los Panamericanos siguen para las Gigantes, que este viernes lucharán por el quinto puesto. Sin embargo,el penoso episodio de la ropa atravesó cualquier momento deportivo sobre el parquet en Lima 2019.