LA NACION

Kyrgios: obesidad, realeza e irreverenc­ia

- Sebastián Torok

Irrita. Enamora. In digna. Sorprende. Encandila. Ofusca. Fragmenta opiniones. NickKyrgi os es todo ello y mucho más. “Está haciéndole daño al deporte ”, publica, con acidez, The Daily Telegraph, un periódico australian­o con 140 años de historia. “Kyrgios es uno de los talentos más puros de este deporte”, pondera Andre Agassi. “Es increíble lo rápido que puede pasar de divertirse tanto a la miseria”, apunta otro exnúmero 1 estadounid­ense como Jim Courier. “Me encanta verlo jugar cuando está motivado. Es capaz de emocionar con su juego y debe entender que a la gente lo que le gusta de él es eso. Cuando no se esfuerza y empieza a ser negativo, no es agradable”, se sincera Andy Murray.

El tenista de 24 años y nacido en Canberra hace equilibrio, constantem­ente, entre sus patéticas groserías y un abanico de recursos técnicos y atléticos que acarician la brillantez. Separando de la discusión a Roger Federer, Rafael Nadal, Novak Djokovic y hasta a Juan Martín del Potro, pocos jugadores generan en el público que consume el deporte de las raquetas tanta expectativ­a como lo hace el “Bad boy” . También son escasos los jugadores que producen tanto desagrado como cuando el actual 27º cruza los límites y bucea, sin compañía ni motivos evidentes, en aguas turbias.

Norlaila, la mamá de Nick, es malaya y se desprendió de sus raíces reales al mudarse a Australia cuando tenía 20 años. Nacida en Gombak, un distrito de Selangor, en Malasia, el primo de su abuelo era el Sultán de Pahang. Ese vínculo de sangre la convertía en Tengku de Pahang, es decir en princesa del populoso estado de Pahang, sin embargo decidió buscar otro destino y abandonar sus orígenes aristocrát­icos. En Australia se graduó de ingeniera informátic­a. Conoció a Giorgos Kyrgios,

un artista y pintor griego, se unieron y tuvieron tres hijos: Christos, que se recibió de abogado; Halimah, que se dedicó al modelaje y a la actuación; y el menor, Nick, cuya infancia estuvo vinculada a distintos deportes, en especial al tenis y al básquetbol. Pero ello no impidió que, de chico, Nick padeciera obesidad; resulta difícil distinguir a Kyrgios en las fotos de aquellos días. Hay profesiona­les que se involucran en la psicología deportiva que entienden que por allí hay que empezar a explorar para interpreta­r ciertas actitudes del tenista que alcanzó el número 13 en 2016.

“Esa obesidad de niño, evidenteme­nte, debe haber marcado una cantidad de situacione­s difíciles que las resolvió como pudo, con angustia interior. Ese aire real de la madre, aunque ella haya querido no sostenerlo, le da una especie de sensación de que no hay límites, de que cualquier cosa se puede. De que él, si quiere, puede ser el rey y no respetar a los reyes que sí respetan las reglas, en especial a Nadal, con quien tiene un encono especial. Me gusta verlo, pero a veces muestra una bajeza espantosa. Tiene la sensibilid­ad y la libertad del artista (por el padre) y el poder de sentirse por arriba de todos (la realeza materna); cuando esas caracterís­ticas se mezclan positivame­nte es imparable. Cuando se mezclan convirtién­dose en rebeldía tardía y soberbia, genera rechazo ”, ilustra Juan José Grande, licenciado en psicología, con experienci­a en la alta competenci­a (en el tenis trabajó, entre otros, con Del Potro y Leo Mayer).

“Kyrgios es un chico que no representa los valores del deporte y quizá necesite alguna suspensión más importante y, en simultáneo, trabajar en la gestión de sus emociones, pero lo veo poco tolerante. Le recomendar­ía hacer terapia, pero es como que se lo recomendar­a al Chino Ríos: imposible. Tiene poca aceptación de la frustració­n, le gusta demasiado llamar la atención con sus comentario­s y actitudes, causando conflictos innecesari­os y reacciona impulsivam­ente ante algunas situacione­s normales que se dan en un deporte donde la química hace que se pase de una emoción a otra en cuestión de segundos, por lo tanto se requiere un equilibrio emocional que Nick no tiene”, describe Pablo Pécora, psicólogo de Gastón Gaudio en el histórico Roland Garros 2004 y, en distintos momentos, de otros tenistas, como Del Potro y el italiano Fabio Fognini.

Seis títulos ATP, unos US$ 8.000.000 en premios, Nº 1 junior en 2013, Kyrgios hizo añicos los pronóstico­s en 2014, cuando recibió un wild card para actuar en Wimbledon y, en la 4a ronda, derrotó a Nadal (era el 1º), anotando 37 aces (en ese momento, el mayor número jamás recibido por el mallorquín) y convirtién­dose en el 1er jugador menor de 20 años (tenía 19) en batir a un líder del ranking en un Grand Slam desde que lo hiciera el propio Rafa ante Federer en Roland Garros 2005. Aquel día, tan prematuro en la carrera de Kyrgios, marcó un antes y un después. Nunca más pasó inadvertid­o. Alternó cimbronazo­s anímicos con lucidez. Quedó expuesto y lo juzgaron (aun hoy lo hacen). Hasta el australian­o Greg Norman, el “Tiburón blanco”, leyenda del golf: “No me importa a nivel individual, pero cuando llevas la bandera de Australia no debés representa­rla como un idiota. Ha dicho cosas estúpidas. No he visto a Nadal, Djokovic o a los grandes golfistas actuar así”.

Independie­nte mente de cómo parece boi cotear se,Kyrgi os enamora en el mercado yen losratingd­eTV .“Al público siempre le gustaron los irreverent­es. Es imposible la comparació­n por lo que ganó cada uno, pero cuando hablamos de las reacciones de Kyrgios son del estilo de McEnroe”, explica Guillermo Ricaldoni, experto en marketing deportivo y director de la agencia We Are Sports.

Y agrega: “La cantidad de sponsors que figuran en su web no están a la altura de su jerarquía. Sólo dos: Yonex y Nike. La primera es su herramient­a de trabajo (raquetas). Y la otra, más allá de que sea su vestimenta, como marca moderna siempre fue a la irreverenc­ia, con lo cual Kyrgios le viene como anillo al dedo. Nadie va a negar su potencial de deportista frente al entretenim­iento. Probableme­nte sea uno de los preferidos en los más jóvenes, que buscan que sus ídolos sean irreverent­es. Igual, que tenga pocas marcas no significa que represente un volumen de negocio bajo. A la gente le atrae porque en el deporte hay determinad­as reglas y él necesita romperlas. Todo el mundo va a verlo para saber qué hará hoy de distinto”.

“Quiero mejorar como persona a través del tenis”, sorprendió hace unas horas, tras consagrars­e en Washington. ¿Lo habrá dicho en serio? Sólo él lo sabe. Lo seguro es que el público estará allí, siempre atento, para comprobarl­o.

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Reuters Kyrgios, amado u odiado, nunca pasa inadvertid­o

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