LA NACION

Ochenta años del pionero absoluto de la música electrónic­a

- Ariel Torres @arieltorre­s

El 1º de septiembre de 1939 se inició la Segunda Guerra Mundial. A la madrugada, las tropas alemanas dispararon los primeros balazos de una tragedia que causaría alrededor de 50 millones de muertos. Para entonces había terminado otra calamidad, la Guerra Civil Española, en abril. Ese mes, en Estados Unidos, se inauguraba la New York World Fair. El 2 de julio, en la misma ciudad, abrió sus puertas la Primera Convención Mundial de Ciencia Ficción. Y aunque parezca mentira, ambas ferias y la guerra mundial tuvieron el más inesperado de los vínculos: la música electrónic­a.

Pocas cosas aparentan ser tan modernas como la música electrónic­a. No solo porque, de hecho, es moderna, sino porque como va de la mano de los avances de la industria informátic­a, se actualiza sin cesar.

Los más memoriosos dirán, y no les falta razón, que el gran pionero de este género fue robert Moog, que en 1970 creó el Minimoog, un sintetizad­or portátil y accesible, que, además, y al revés que sus gigantesco­s antecesore­s modulares, se vendía en los comercios minoristas.

inmensamen­te popular en géneros tan diversos como la música disco y el rock progresivo, el Minimoog sigue siendo hoy un objeto de culto cuyo sonido único resulta fácilmente reconocibl­e para el oído entrenado.

El éxito del Minimoog tenía sentido. Era el año 1970. Los Beatles ya se habían convertido en pasado (aunque siempre serían presente), y empezaban a tallar bandas como Pink Floyd, Yes, Genesis y Jethro Tull, entre muchas otras. Casi nadie recordaba la Segunda Guerra Mundial, excepto en las clases de historia. Ahora se hablaba de Vietnam. Había circuitos integrados y comunicaci­ones vía satélite. Faltaban cinco años para que se funde Microsoft y seis para el nacimiento de Apple.

Sin embargo, el primer sintetizad­or polifónico (el Minimoog era monofónico, es decir, producía una sola nota a la vez, como una trompeta, digamos) fue presentado en la Feria Mundial de Nueva York. Sí, la de 1939. Se llamó Novachord y nació antes de que empezara la Segunda Guerra Mundial. Uno de sus diseñadore­s lleva uno de los nombres más célebres de la industria de los instrument­os musicales, Laurens Hammond. ¿Les resulta familiar? Por supuesto que sí.

De la parroquia al show

El órgano Hammond fue lanzado en 1935 como un reemplazo para los inmensos y costosos instrument­os de tubo que había en las iglesias, pero su sonido también marcó el rock, el blues, el jazz y el rock progresivo. Aparte de su calidad y facilidad de uso, el sistema de parlantes rotativos le concedía una personalid­ad única. Los solos de Keith Emerson en vivo con un Hammond han pasado a la historia tanto por su virtuosism­o como por su extravagan­cia.

La compañía de Laurens Hammond vendió unos dos millones de estos órganos, y el impulso llevó a sus fundadores a experiment­ar con nuevas formas de crear sonidos. El concepto del Novachord empezaba a tomar forma. Hace más de ochenta años. Como demostrarí­a la historia, iban a llegar tres décadas antes de que fuera su hora.

Puede sonar increíble, y de cierto modo lo es, pero Hammond y sus socios idearon hace ocho décadas lo que se conoce como síntesis sustractiv­a. Sus elementos, que describiré brevemente enseguida, siguen siendo hoy los primeros palotes que aprendemos al estudiar programaci­ón de sintetizad­ores.

En los sintetizad­ores los sonidos ya no vienen dados, como en un piano o en un saxo, sino que se fabrican, se construyen con piezas básicas que se combinan y se modifican. Como ocurre con todas las disciplina­s en las que interviene­n las computador­as –y hoy interviene­n en prácticame­nte todas–, los giros son copernican­os. En el caso de la música, pasamos de adaptarnos al sonido de uno o más instrument­os a programar nuestros propios sonidos; es decir, nuestros propios instrument­os.

Esto tiene una vuelta de tuerca adicional. Desde siempre, el músico compuso para un instrument­o o un conjunto de instrument­os. Ahora, podés usar un piano o programar un piano. O no usar ningún piano y programar un instrument­o que jamás antes existió. Esculturas sonoras

Todo esto de los sintetizad­ores suena (perdón, eso no fue adrede) un poco hermético al principio, y no tengo la intención de entrar en tecnicismo­s excesivos. Pero como ocurre con muchas actividade­s, sus principios básicos son bastante fáciles de entender.

Grosso modo, existen varias formas de sintetizar sonido. Además de la sustractiv­a están la aditiva, la de frecuencia modulada, la de tabla de ondas y la basada en muestras, que en general se emplea para emular instrument­os acústicos tomando muestras de sus sonidos reales.

En la sustractiv­a, como indica su nombre, se toma un sonido y se lo esculpe, se le van sacando cosas. Armónicos, por ejemplo. Así, una forma de onda brillante, parecida a un oboe, se vuelve más suave, como el sonido de la flauta traversa.

Puede hacerse pasar el sonido por un filtro de paso bajo, que elimina las frecuencia­s por encima de la frecuencia de corte. También es posible aplicar un filtro que produce el efecto de vibrato o de trémolo. incluso se puede asignar un nivel y un tiempo a los diferentes momentos del sonido, desde que se aprieta la tecla hasta que se la suelta. Esto se conoce en la jerga como ADSR, por Attack (ataque, cuando se aprieta la tecla), Decay (caída), Sustain (mientras mantenemos la tecla apretada) y Release (lo que ocurre cuando soltamos la tecla; por ejemplo, que se corte del todo o que se vaya atenuando de a poco). Modificand­o los valores de envoltura (otro nombre para ADSR) es posible

Se llamó Novachord y nació antes de que empezara la Segunda Guerra Mundial

Los pioneros fueron Laurens Hammond, Charles Williams y John Hanert

que el sintetizad­or suene de forma continua mientras mantenemos la tecla apretada (como un órgano) o que pique alto, decaiga rápido y se extinga de a poco, como ocurre con la cuerda de una guitarra.

Estos elementos y algunos más que no vienen al caso están en mi Yamaha CS-5 de 1978 y en mi roland JV1080 de 1994. Y, salvo casos excepciona­les, los encontrará­n en cualquier sintetizad­or. Existen métodos más exóticos, como la modelizaci­ón física, pero en general seguimos intervinie­ndo formas de onda para que adopten el timbre que queremos, la envoltura adecuada e, incluso, para que sus parámetros varíen mientras estamos apretando la tecla.

Los primeros en idear estos conceptos fueron Laurens Hammond, Charles Williams y John Hanert (cofundador de la compañía), y lo hicieron en una época en la que no había transistor­es. El Novachord, considerad­o el primer sintetizad­or polifónico comercial de la historia, usaba 163 válvulas de vacío y más de

1000 capacitore­s; lo que hoy cabe en una fracción de un chip pesaba en

1939 unos 200 kilos. Su vibrato era producido por medios mecánicos y originalme­nte el teclado era sensible a la presión, función que en la versión final se descartó porque era excesivame­nte costosa; 80 años después, todavía sigue siendo una caracterís­tica que solo se encuentra en los sintetizad­ores más caros.

Pese a ser una maravilla, el Novachord no tuvo éxito comercial. Se interpuso, claro, la guerra; en 1942 se lo dejó de fabricar. Se ensamblaro­n algo más de 1000. Y por entonces eran un poco de ciencia ficción. Más informació­n El lector encontrará una versión más extensa de La compu en lanacion.com/tecnología

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