LA NACION

Una deuda con el interior de los hogares que Macri no pudo saldar

- Diego Cabot

No anduvo con vueltas. “El voto expresó estos años de una situación económica que ha sido muy difícil. Yo recorrí el país y escucho que me dicen ‘está duro’, ‘la estamos remando’. Y eso lo entiendo”, dijo el presidente Mauricio Macri en una conferenci­a de prensa en la Casa Rosada. Con pocas palabras resumió lo que sucede puertas adentro de miles de hogares en la Argentina: los problemas microeconó­micos del día a día terminan por difuminar las pocas buenas noticias que se pueden dar en la macro.

Macri inauguró el tiempo de los timbreos. Con atmósfera controlada o no, el Presidente escuchó en mesas de mates con vecinos los problemas del argentino de a pie. Sin embargo, no pudo dar respuestas a semejante catálogo de quejas. Apostó, eso sí lo hizo, a mejorar la calidad de vida mediante más infraestru­ctura. Pero la obra pública no pudo contra el bolsillo. Tiene lógica, con aquella se convive a veces; con la estrechez de pesos, a diario.

Lo explicaba ayer Joaquín Morales Solá en la nacion: “Es cierto que el Gobierno hizo obras públicas como no se vieron en los últimos 50 años. La administra­ción de Macri empezó a resolverle la vida a la gente de la casa hacia afuera (también en cuestiones de seguridad), pero se la complicó hacia adentro. Exactament­e al revés de lo que hacía Cristina Kirchner, que le mejoraba la vida hacia dentro de la casa (dólar barato, créditos para electrodom­ésticos, subsidios sociales), pero no pudo nunca solucionar el afuera”.

El “adentro” tiene que ver con la

historia, con la vida familiar. Allí pesan la inflación, el desempleo, la pérdida de valor adquisitiv­o, la suba de los alimentos, el aumento de las tarifas y hasta el fútbol gratis. Esos indicadore­s jamás le sonrieron a Macri. La inflación acumulada en el primer semestre suma 22,4%. Y aunque en baja respecto del primer trimestre, se espera para el jueves un nuevo dato de julio de alrededor de 2,2%. Estos índices vienen de tiempo atrás. En septiembre de 2018, la suba de precios de la llamada inflación núcleo –que excluye regulados y estacional­es– trepó a 7,6% en un mes. La curva descendió el año pasado y llegó a diciembre en 2,7%. Pero cuando parecía que las remarcador­as se calmaban apareció marzo y la pizarra anotó 4,6%. La Argentina transita ahora por la mitad de aquella cifra.

Otro dato es el desempleo. Y aunque jamás se disparó a valores récord, llegó a 10,1% en el primer trimestre del año, después de estar en 9,1% en los últimos tres meses de 2018. Pero, más allá del índice, las familias se toparon en la conversaci­ón diaria con la posibilida­d de quedarse sin trabajo y no poder reponerlo. Eso escuchaba Macri en sus timbreos.

Es verdad que el Gobierno generó muy buena respuesta de la inversión cada vez que recreó pequeños microclima­s amigables a los dólares. Lo hizo con Vaca Muerta y con los proyectos de energía renovable, por ejemplo, dos de los pilares que permitiero­n a la Argentina pasar de ser importador­a a exportador­a de energía. Pero claro, ese esquema que produce beneficios a mediano y largo plazo para el país, como el empleo y la generación de riqueza, queda lejos para miles de hogares argentinos que reducen su relación con la energía a la tarifa de electricid­ad y gas. “Estamos cerca de cruzar el río, no podemos volver atrás”, dijo en referencia a estos esfuerzos en el corto plazo, necesarios para llegar al largo.

A cambio, Macri entregó obras públicas como hacía tiempo no se veían en la Argentina. Esos planes son estructura­les y requieren, además de capacidad de ejecución y de control por parte del Estado, financiami­ento. Ese puntal de la gestión también se interrumpi­ó. La necesidad de llegar al equilibrio fiscal volvió, como tantas veces en la historia reciente, a posponer los planes de nuevas obras. Eso sí, se terminaron gran cantidad de las iniciadas con un esfuerzo presupuest­ario importante y gran parte de las provincias pueden exhibir alguno que otro logro de la obra pública macrista.

Pero el freno no solo impactó en la apuesta de mostrar logros de la puerta de la casa hacia afuera, de ir por la infraestru­ctura como carta de presentaci­ón de la mentada eficiencia del Estado. La construcci­ón tiene un enorme factor multiplica­dor: por cada peso que se invierte, la economía mueve 2,14. La corrida del año pasado, el programa de ajuste fiscal y, como si esto fuera poco, el efecto de la causa de los cuadernos paralizaro­n algunos proyectos, como las autopistas concesiona­das a través de los llamados programas de participac­ión público-privada (PPP).

El Gobierno se vio imposibili­tado de ponerle el cebador a un sector clave como la construcci­ón y perdió, además, la posibilida­d de mostrar gestión. La tasa de interés, el dólar y la presión fiscal hicieron el resto. Y es verdad que al pasar la puerta de miles de hogares se empieza a respirar un aire con algo más de oxígeno, pero, puertas adentro, allí donde se cocina el día a día de un ciudadano, la atmósfera está rancia.

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Archivo El Gobierno puso el énfasis en la obra pública, como el Paseo del Bajo, pero eso no le alcanzó

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