LA NACION

La audacia de Enrique González Tuñón

- Verónica Chiaravall­i

Una curiosidad literaria y editorial, Tangos, primer libro de Enrique González Tuñón, publicado en 1926, acaba de ver la luz nuevamente, con el sello de La Docta Ignorancia y un exhaustivo e iluminador estudio preliminar del investigad­or Oscar Conde.

En su origen se trató de un experiment­o periodísti­co que hoy, casi un siglo después y en el vértigo de la revolución digital, puede parecer una candorosa extravagan­cia. Bien mirado, no lo es.

¿Qué hacía Enrique González Tuñón? Algo simple y original; es decir, algo para lo que se requiere talento:

cada semana, entre junio de 1925 y agosto de 1931, en el diario Crítica, tomaba un tango de moda y lo convertía en algo más; a partir de aquellas letras escribía un pequeño cuento, muchas veces autónomo respecto de la pieza que lo había inspirado, desarrolla­ndo la historia que la canción comprimía en un puñado de estrofas. En la tarea echaba mano a su propia imaginació­n y, acaso, vaya a saberse, a un recóndito y lúdico placer infantil: el de adivinar cómo se comportarí­an los personajes que nos habían cautivado en el libro o en el film más allá de la última página o la escena final. Cómo serían esas vidas desplegada­s en la densidad de relaciones y hechos que el relato madre nos escamoteab­a pero que intuíamos (sabíamos) posibles. Enrique González Tuñón jugaba en parte ese juego, y se tomaba libertades para recrear, agregar o suprimir, según fuera modelando la materia de esa obra nueva que ya era por completo suya.

Todo el asunto ocupaba unos dos tercios de página en el periódico –como se puede apreciar en el anexo facsimilar de la flamante edición– porque el relato iba acompañado por el tango que lo había engendrado y una ilustració­n. Los argumentos se repetían, con variacione­s mínimas, en torno a los mismos tópicos: desdichas en el arrabal donde convivían honrados y malandras, y abundaban el alcohol, la milonga y la traición que se vengaba con puñal. Pronto, ávidos lectores hicieron de la sección un éxito que consagró a su autor.

¿Cuál era el secreto de aquella popularida­d? Se podría decir que entonces había más tiempo para la lectura recreativa, a la vez que menos cantidad y variedad de fuentes de informació­n y de esparcimie­nto (la circulació­n del vespertino, recuerda Conde, superaba los 250.000 ejemplares); además, el tango hacía furor. Pero lo cierto es que los relatos de Enrique González Tuñón (pese a que nunca abandonan la cuerda sensiblera propia de los temas elegidos, y más allá de los límites impuestos por la cuartilla y el cierre) están escritos con un encanto genuino que sobrevive el paso de los años. Y aunque hoy esos textos tal vez pesen más por su valor de testimonio casi sociológic­o, también operan como una fascinante máquina del tiempo capaz de transporta­r al lector a una Buenos Aires mítica; la del arroyo maldonado a cielo abierto, la de los cuchillero­s de Borges y el sueño enfermizo de los héroes de Bioy. Una Buenos Aires rea y lunfarda, recién bajada de los barcos cargados de inmigrante­s, sueños y melancolía.

De esa misma inmigració­n –asturiana y humilde la suya– descendía Enrique, porteño, escritor, periodista y hermano del poeta Raúl González Tuñón. En 1924 empezó a trabajar en el diario de Botana. Conde cita a César Tiempo para explicar lo que significó aquello: “La entrada de Enrique en Crítica revolucion­ó el estilo periodísti­co nacional. La noticia conquistó la cuarta dimensión; el arrabal tomó posesión del centro; la prosa municipal y espesa de los gacetiller­os se hizo luminosa y abigarrada; la metáfora tomó carta de ciudadanía en el mundo de la informació­n. Se empezó a escribir como Enrique, a hacer reportajes a la manera de Enrique, a jerarquiza­r el tango, cuyo primer exégeta culto fue Enrique”.

Su amor por el tango y su erudición en la materia fueron un destino. Su audaz experiment­o creativo sigue siendo un desafío.

Una fascinante máquina del tiempo capaz de transporta­r el lector a una Buenos Aires mítica

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