LA NACION

Federer vuelve en Cincinnati, pero sin olvidarse de Wimbledon

El exdefensor, autor de uno de los goles en la final ante alemania, falleció anoche, a los 62 años; el recuerdo de un futbolista que lo dio todo

- Claudio Mauri

Este lunes, a los 62 años, falleció José Luis Brown. El recordado defensor fue uno de los emblemas del selecciona­do argentino campeón del mundo en México 1986, y estaba internado en una clínica de La Plata, afectado en los últimos meses por una enfermedad ne u ro degenerati­va.

Hasta siete futbolista­s de apellido Brown con partidos en el selecciona­do se encuentran en el libro“Quién es quién en las elección argentina ”. A seis de ellos se los puede agrupar en partidos disputados a principios del siglo pasado, entre 1902 y 1916, épocas de clásicos rioplatens­es frente a Uruguay por diferentes copas. Desde Jorge, el más representa­tivo de la familia de inmigrante­s escoceses que tanto influyeron en los albores de nuestro fútbol con la fundación de Alumni, pasando por Carlos, Ernesto, Eliseo, Juan y Alfredo.

Varias décadas hay que avanzar para encontrar al séptimo Brown, José Luis, el “Tata”, que no guarda parentesco con aquellos precursore­s, pero con los que está identifica­do por la pasión. Guiado por su capacidad para convivir con el sufrimient­o sin rendirse dentro de una cancha, se va de la vida habiéndose ganado la eternidad que concede la gloria de haber hecho un gol para ganar la final del Mundial 1986.

No iba a tener un lugar prepondera­nte en el equipo de Carlos Bilardo que conquistó en México el segundo título para nuestro país. Llegaba con una rodilla a la miseria y el titular iba a ser Daniel Passarella, pero el capitán del campeón de 1978 cayó en cama por una intoxicaci­ón y el Tata jugó los siete partidos de la campaña. Fue el líbero de una defensa que tenía por stoppers a Oscar Ruggeri y José Luis Cucciufo.

No estaba llamado a ser un héroe en la final con Alemania porque en una jugada de pelota detenida en contra chocó contra Di et erHoeness y sufrió una lesión en un hombro. Cuando lo atendió el doctor Raúl Madero, lo previno: “Raúl, ni se le ocurra sacarme, eh. Ni loco pienso salir. Estoy bien, ya está”. Del dolor, no podía estirar el brazo, lo tenía recogido. Aplicó el mismo protocolo que en tantas horas de potrero en su Ranchos natal: con un mordiscón le hizo un agujero ala camiseta y metió un dedo para que el brazo no le quedara suelto. Así disputó el segundo tiempo. Antes, a los 23 minutos del primer tiempo, había hecho el primer gol del triunfo por 3 a 2. Un conectar un tiro libre de Jorge Burruchaga, luego de un mal cálculo en la salida del arquero Harald Schumacher. “Era una jugada preparada; Burruchaga le pegaba con comba. Nos posicionáb­amos el Checho (Sergio Batista), el Cabezón (Ruggeri), Valdano y yo, que éramos los más altos. Cuando Burru sacó el centro, di el paso hacia adelante para elevarme y dereojovia Schumacher, que venía juga dí simo. Lo tenía a Diego( M arado na) adelante, así que me apoyé en el él y cabeceé”, recordó una vez en El Gráfico.

Su trayectori­a en el selecciona­do, entre 1983 y 1989, consta de 36 un gol, por cierto emblemátic­o e inolvidabl­e. “El destino y Dios quisieron que fuera en la final. Ese gol me cambió el documento. Desde entonces pasé a ser: Jo sé LuisBrown, el que hizo el gol en la final del mundo”. Lo decía un zaguero que estaba en la madurez de la carrera, camino a los 30 años, que había festejado un bicampeona­to con el Estudiante­s que primero dirigió Carlos Bilardo (Metropolit­ano 1982, cuando por la penúltima fecha hizo de cabeza un gol decisivo en un 1-0 a Vélez) y después Eduardo Manera (Nacional 1983). Pero que al Mundial había llegado en medio de incertidum­bres que superó con fuerza de voluntad. Tres meses antes de la cita en México se quedó sin club, Deportivo Español lo dejaba librea causa de lasde una rodilla que se le inflamaba. Bilardo lo estimuló: “No importa, seguí entrenando con nosotros en la selección”.

El destino también le reservó una infancia con contención familiar en medio de estrechece­s económicas en una familia con un padre que trabaja en un almacén de ramos generales, una madre que aportaba unos pesos más como empleada doméstica y dos hermanos con los que compartía una habitación dividida de la cocina con una tela.

Fanático de Boca –sobre su cama tenía los posters de Roma, Rattín, Madurga y Ángel Rojas–, el cariño por Estudiante­s le surgió durante una excursión por La Plata en la que conoció el estadio. Los primeros años en las inferiores del Pincha le exigían levantarse a las 5.20 para tomar el ómnibus a veces, en otras hacer dedo, y cubrir los 85 kilómetros hasta la capital provincial. A la tarde ayudaba a la economía familiar trabajando en el diario La Palabra, donde componía e imprimía.

Tras formarse en la disciplina Pincha, con 18 años Carlos Bilardo lo hizo debutar en primera división en el Monumental contra River. Cuando el Narigón lo dirigió en su tercera etapa en Estudiante­s, le dio la cinta de capitán a principios de 1982. Tras 15 años de carrera en primera, con tres incursione­s en el exterior (Nacional de Medellín, Brest de Francia y Murcia de España), su último club fue Racing. Sin fútbol, los primeros tiempos le mostraron un vacío. “Estuve muy mal, deprimido, tirado un montón de tiempo en la cama”. Intentó llenar ese hueco con la dirección técnica, función en la que no prosperó porque admitió no tener “cintura política”.

Junto con Nery Pumpido fue ayudante de campo de Carlos Bilardo en Boca en 1996. Más cómodo se sintió como lugartenie­nte de Sergio Batista, que lo sumó a los juveniles y a quien acompañó en el selecciona­do Sub 23 que obtuvo los Juegos Olímpicos de Pekín 2008, con Messi, Agüero, Riquelme y Di María, entre otros. Uno de sus hijos, Juan Ignacio, le salió futbolista, zaguero central como él.

Hasta hace algunos años fue comentaris­ta de Radio Nacional en las transmisio­nes de los partidos del selecciona­do. El deterioro cognitivo y el avance de la enfermedad lo obligaron a recluirse. “Bron, Bron.”, pronunciab­a Bilardo un apellido poco criollo, pero célebre en más de 100 años de historia del fútbol argentino. Tras la pionera familia Brown, en las alturas quedará aquel cabezazo del Tata, salido de un corazón guerrero.

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Antonio montano una imagen imborrable: el festejo de tata Brown en el primer gol ante alemania

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