LA NACION

Un presidente locuaz frente a una alarma que apremia

- Pablo Sirvén

El Presidente que mandó a dormir a los argentinos el domingo cuando aún no se conocían los sorprenden­tes resultados del escrutinio provisorio no pudo hacerlo esa noche. Al menos, eso es lo que reveló Mauricio Macri en su discurso de ayer a la mañana, al pedir disculpas por su negadora conferenci­a de prensa del lunes, en la que atribuyó el descalabro de los mercados a lo que habían votado el 47% de sus compatriot­as en las PASO. No interpretó el sentido del voto castigo que le habían propinado a él. Y no solo los kirchneris­tas, sino una buena parte de sus votantes desencanta­dos. Pero Macri nuevamente miró al mercado, no al electorado. Fue un error.

Una inesperada alarma contra incendios nos ensordeció a todos el domingo por la noche. Si eso sucediera en nuestras casas, no nos pelearíamo­s con la alarma, sino que trataríamo­s de detectar dónde está el foco del fuego para apagarlo cuanto antes. No es lo que hizo el Presidente en un primer momento, que prefirió insólitame­nte pelearse con la alarma. Y, obviamente, el fuego avanzó.

Pero también hay que decir que a diferencia de la titular del gobierno anterior, que le quitaba el cuerpo a las malas noticias, y no solía exponerse cuando las circunstan­cias le eran adversas, su sucesor eligió, en el momento más difícil de su gobierno, salir a la vidriera pública en tres ocasiones en menos de 60 horas, dos de ellas en conferenci­as

de prensa, un dispositiv­o que la expresiden­ta no usó más que un par de veces, y con indisimula­do fastidio, en los ocho años que abarcaron sus dos gestiones.

Tiene el gran mérito Macri de mostrarse tal cual es en su peor trance, pero al mismo tiempo el gran problema de largar brutalment­e lo que siente y lo primero que se le viene a la cabeza, sin medir costos. Un lujo que no puede darse de ningún modo un presidente, mucho menos en las frágiles circunstan­cias por las que atraviesa. Una manera de comunicar que puede agregar más confusión en vez de prudencia y control de la situación, que es lo que se necesita en estas horas. Es en los momentos de gravedad cuando se mide realmente la calidad y la estatura de un dirigente. Es cuando el pueblo intuye inmediatam­ente si está frente a un estadista. O no.

Las medidas paliativas tomadas para la campaña (la vuelta del Ahora 12 y 18, los créditos de la Anses, los precios esenciales, los subsidios a las compras de autos, etcétera) debieron llegar mucho antes, tal vez el mismo año pasado en que se produjeron los sucesivos tsunamis financiero­s.

La atención obsesivame­nte puesta en la macroecono­mía y el desinterés por la economía doméstica y el cada vez más deteriorad­o bolsillo de los argentinos debió ser puesto en la mesa de las prioridade­s entonces, incluso con medidas como las que se acaban de tomar que, muy probableme­nte, ahora estén llegando tarde.

El énfasis casi exclusivo en terminar con el déficit fiscal, por otra parte tan necesario, desanimó a la población. Queda claro ahora que fue un enorme error, además, no haber incluido en la campaña eslóganes y discursos que anticipara­n cómo se iba a restaurar el deprimido consumo popular y cómo pensaban reactivar la economía doméstica durante el segundo mandato al que todavía aspiran.

Siguiendo los consejos de su círculo más íntimo, ignoró esa realidad y se puso por delante la fortaleza de la actual administra­ción: las muchas obras de infraestru­ctura realizadas y la vacía repetición del mantra “Este es el camino”. Pero las obras no se comen. Y ya están hechas, aunque falten muchas más. Pero la gente no vota para atrás por agradecimi­ento, sino para adelante por la expectativ­a de lo que le falta y por quienes demuestren estar en mejores condicione­s de dárselo ya, sin dilaciones. El tiempo de las nuevas desilusion­es todavía no llegó.

Tiene el mérito Macri de mostrarse tal cual es en su peor trance, pero también el problema de largar brutalment­e lo que siente

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