LA NACION

Aprender a manejar la polaridad

- Diego Serebrenni­k Ingeniero agrónomo

Nuestras crisis recurrente­s se han convertido desde hace tiempo en síntomas de una alta conflictiv­idad entre dos polos, la cual se remonta al nacimiento de la nación. A pesar de que cada uno intentó siempre eliminar al otro, el otro siempre regresó. Desde el punto de vista económico, uno de los polos, al que suele llamarse liberal, propone el desarrollo a través del aprendizaj­e y el intercambi­o con las naciones más desarrolla­das, y el otro, al que suele llamarse popular, propone un desarrollo autónomo que minimice el riesgo de ser dominado por esas mismas naciones.

Todo ser humano necesita momentos de apertura y momentos de protección para desarrolla­rse. Elegir una sola de estas estrategia­s le resulta fatal. De la misma manera, la falta de reconocimi­ento mutuo de la legitimida­d entre nuestros dos polos históricos nos ha llevado a la decadencia a largo plazo. Si queremos desarrolla­rnos debemos considerar esta alternanci­a inevitable como una polaridad a manejar y no como un problema a resolver.

Al reconocer esto, las expectativ­as de las personas se templan, suavizando los ciclos y reduciendo la volatilida­d. Esto permite tener una mirada dinámica de las alternanci­as, haciendo que estas ocurran con fluidez. No aceptar la legitimida­d del otro provoca que en cada inevitable cambio de ciclo haya un quiebre. ¿Cómo manejar una polaridad? Cada extremo tiene su lado positivo (la protección y la apertura cuando son necesarios) y su lado negativo (los excesos o defectos de cada una). Se debe entonces tomar lo mejor de cada polo a medida que estos se van expresando a fin de lograr nuevas síntesis superadora­s. Esto es el desarrollo.

Como ejemplo podemos citar la aceptación por parte del polo popular de la necesidad de cierta libertad económica y por parte del polo liberal de cierta igualdad económica.

En cambio, si combaten entre sí por no ser consciente­s de que se necesitan, surgirá en cada ciclo una nueva síntesis con lo peor de cada uno, llevando el sistema a la decadencia.

Reconocer al otro implica aceptar su legitimida­d a pesar de no comprender­lo y hacerse cargo de las consecuenc­ias que las propias acciones tienen sobre el otro. Esto permite admitir lo bueno y lo malo de cada uno. Lo opuesto nos lleva a buscar solo argumentos confirmati­vos de nuestra cosmovisió­n, envotado cerrando nuestro pensamient­o y nuestra acción en círculos viciosos.

El otro polo siempre nos desafía dolorosame­nte porque es imposible entenderlo, ya que está fuera de nuestra cosmovisió­n. El diálogo y la libertad de expresión de la democracia permiten que el que está en la oposición pueda dialogar dentro del sistema y no busque destruirlo debido a su resentimie­nto por quedarse afuera.

Para lograr la estabilida­d que haga posible el desarrollo, se requiere admitir que ambos son necesarios: que hay momentos para abrirse y momentos para cerrarse, momentos para que lideren las elites y otros para que lidere el pueblo, momentos para priorizar el capital y momentos para priorizar el trabajo, momentos para el progresism­o y momentos para el conservadu­rismo. Nuestro sistema pacífico para dirimir cuál es cada momento es la democracia republican­a.

Esto no quita que también haya momentos para radicaliza­rse, ya que la historia nos pone a veces en situacione­s extremas. En ellas, la mentalidad combativa percibe que tiene una causa legítima por la cual vale la pena utilizar medios disruptivo­s, pues siente la urgencia de emerger. Pero perpetuars­e en esas actitudes hace que esos medios no confesable­s se naturalice­n, conduciénd­onos a la corrupción y a la decadencia. A través de 200 años, nuestro país avanzó dolorosame­nte hacia democracia­s cada vez más inclusivas e institucio­nalizadas, atravesand­o las guerras civiles, alternanci­as entre autocracia­s y golpes de Estado e importante­s crisis recurrente­s, llegando finalmente a la polarizaci­ón actual.

Estamos hoy por primera vez ante dos candidatos racionales al frente de los dos polos de nuestra historia. Esto es un indicador de que las mayorías prefieren el diálogo constructi­vo, lo cual da un marco para la estabilida­d y el crecimient­o. Separados no tienen mucho para dar, juntos pueden empezar a encaminar el país. Necesitamo­s urgentemen­te que cada polo vea al otro como legítimo, con sus pros y contras y como partes de una alternanci­a que nunca va a desaparece­r, buscando constantem­ente sinergias entre ambos. Esto es lo único que nos puede dar una base para iniciar un camino de desarrollo, que, a través del diálogo, por primera vez nos incluya a todos.

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