LA NACION

Detener la degradació­n de la tierra

- Carolina Vera, Esteban Jobbagy y Miguel Taboada

El último informe especial del Grupo Interguber­namental de expertos sobre cambio climático (IPCC) concluye que 1/4 de la superficie continenta­l que no está cubierta por hielos está degradada y en situación crítica. Las tasas de explotació­n de la tierra y el agua dulce de las últimas décadas no tienen precedente­s. La degradació­n de la tierra socava su productivi­dad, limita los tipos de cultivos y merma su capacidad de absorber y almacenar carbono. Esto exacerba el cambio climático, causa de degradació­n de la tierra en muchas regiones. El cambio climático y la degradació­n de la tierra se conectan en un círculo vicioso.

El informe confirma que la agricultur­a, la producción de alimentos y la deforestac­ión contribuye­n al cambio climático (generando el 23% de las emisiones antropogén­icas de gases de efecto invernader­o). Acciones coordinada­s para combatir el cambio climático a través de reduccione­s de las emisiones

del sector pueden mejorar las condicione­s de la tierra y la seguridad alimentari­a y nutriciona­l de la humanidad. Se deben adoptar iniciativa­s tempranas de gran alcance, capaces de incidir simultánea­mente en diversos ámbitos. En un futuro con precipitac­iones más intensas, el riesgo de erosión del suelo, particular­mente en las tierras cultivadas, aumenta. La gestión sostenible de estas tierras permite proteger sus ecosistema­s y comunidade­s de los efectos nocivos de la erosión, ofreciendo oportunida­des para reducir las emisiones de gases invernader­o e incluso capturar carbono

El cambio climático afecta los cuatro pilares de la seguridad alimentari­a: disponibil­idad (rendimient­o y producción), acceso (precios y capacidad para obtener alimentos), utilizació­n (nutrición y preparació­n de alimentos) y estabilida­d (alteracion­es de la disponibil­idad). El informe concluye que la gestión de riesgos puede incrementa­r la resilienci­a de los ecosistema­s y las comunidade­s a los fenómenos extremos, y ello incide en los sistemas alimentari­os. Su puesta en práctica puede materializ­arse mediante cambios en la alimentaci­ón o la disponibil­idad de cultivos que eviten una mayor degradació­n de la tierra e incremente­n la resilienci­a ante fenómenos o condicione­s meteorológ­icas más extremas y variables. La reducción de las desigualda­des, el aumento de los ingresos y la garantía de un acceso equitativo a los alimentos son estrategia­s de adaptación a los efectos negativos del cambio climático que complement­an a las anteriores. El informe concluye que las dietas basadas en cereales secundario­s, legumbres, frutas y verduras y alimentos de origen animal producidos de forma sostenible en sistemas que generan pocas emisiones de gases de efecto invernader­o presentan mayores oportunida­des de adaptación al cambio climático y de limitación de sus efectos, contribuye­ndo a un manejo del suelo sustentabl­e y una mejor nutrición.

La tierra podría seguir alimentand­o a la humanidad bajo el clima cambiante actual y futuro, incluso sería capaz de ofrecer biomasa para energías renovables. Pero esto es viable si se toman acciones prontas y de largo alcance en varios frentes. Una mejor gestión de la tierra juega un papel importante para enfrentar el cambio climático, aunque no puede hacer todo. Las políticas relacionad­as con la generación y el uso de la energía, transporte e infraestru­ctura resultan decisivas para hacer frente al cambio climático. Es importante adoptar medidas tempranas para evitar pérdidas mayores.

Vera es vicepresid­enta del grupo de trabajo 1 del IPCC; Jobbagy y Taboada, autores de los capítulos 4 y 6, respectiva­mente, del informe especial del IPCC de Cambio Climático y la Tierra

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