LA NACION

El síndrome de Diógenes en la mirada de Verdoia

El cineasta estrenó Late el corazón de un perro, una obra con Mónica Antonópulo­s, Diego Gentile y Silvina Sabater

- Juan Pablo Bonino

El síndrome de Diógenes es un trastornod­elcomporta­mientoque se caracteriz­a por el total abandono personal y social, así como por el aislamient­o voluntario en el propio hogar y la acumulació­n en él de grandes cantidades de basura y desperdici­os domésticos. Un tema atractivo y poco explorado por la ficción argentina. Hace algunos años que al director cinematogr­áfico y dramaturgo Franco Verdoia se obsesionó con el tema desde que seguía un programa televisivo sobre personas que padecían síndrome de Diógenes y vivían en una situación de acumulació­n exagerada y enfermiza. “Sentía que ahí había un universo teatral o cinematogr­áfico”, sostiene Verdoia, quien a raíz de su obsesión escribió la obra Late el corazón de un perro, que se acaba de estrenar en el Espacio Callejón y que fue galardonad­a con una mención honorífica del Fondo Nacional de las Artes en 2018.

La pieza invita a reflexiona­r sobre los efectos del paso del tiempo bajo el aura de un humor corrosivo y se pregunta por la forma en que cambian los vínculos cuando también cambia la identidad de las personas. Cuenta con un elenco magnífico de brillo propio compuesto por Mónica Antonópulo­s, Silvina Sabater y Diego Gentile. El universo teatral de la pieza está construido por la tensión entre una madre que vive en una casona atestada de objetos que representa­n su vida y sus recuerdos fijos, y su hija que regresa al pueblo de urgencia debido al inminente derrumbe de la casa. Sin embargo, en medio de ellas está Hernán, que funciona como un mediador, un excompañer­o de jardín de infantes de la hija que jamás salió del pueblo y busca soluciones que no encuentra.

En relación a Ana, la azafata que le toca interpreta­r, Mónica Antonópulo­s describe: “Siento que es esencial esa sensación de exilio, de irse de su pueblo para seguir su sueño o su profesión y dejar a esta madre, esos amigos. Me pregunto cuánto peso hay cuando una sale de la aldea, de la familia, de lo conocido para buscar algo. Pero también creo que es un personaje que está en ese momento en que los hijos se tienen que hacer cargo de los padres y creo que el público también se va a sentir convocado por esa etapa de la adultez”.

Por su parte, Silvina Sabater, quien encarna a Mabel, la madre acumulador­a, reflexiona con precisión sobre las caracterís­ticas de su personaje: “Sus recuerdos están congelados, no están adornados por el paso del tiempo, sino que están enmarcados y los repite igual cada vez. El ser una acumulador­a pasa más por tratar de retener los recuerdos, los sueños, y ella obviamente es una persona que nada de lo que se planteó en su vida lo pudo concretar”, dice con una agudeza reflexiva y el tono de quien ha meditado mucho sobre algo. En cuanto al vínculo entre madre e hija, Sabater desarrolla: “Este encuentro no es esperanzad­or, sino todo lo contrario. Ana, con su presencia, le devuelve todo lo que no fue, todo lo que no pudo ser ni hacer. Entonces este encuentro es tratar de sobrelleva­r esta situación sin hacerse mucho daño, que es algo que no consiguen. No tiene ese costado de reencuentr­o esperanzad­or en ningún momento”, cierra.

En la pieza, Diego Gentile representa a Hernán y es quien busca mediar en la relación entre los otros dos personajes, aunque no cuenta con las herramient­as necesarias para solucionar el conflicto. “Me parece que es un personaje con un techo bajito, es una persona simple. Quedó prendado de una situación que para él fue epifánica en su momento y que de golpe se encuentra con otra mitad de esa situación veinte años después. Hernán no tiene poder de análisis para repregunta­rse frente a esta nueva verdad a la que Ana la está enfrentand­o. Es una persona llana, simple, en el buen sentido de la palabra”, describe el novio desdichado de Relatos salvajes.

En relación con la puesta en escena de la obra es destacable el trabajo del escenógraf­o Alejandro Goldstein. El director, Franco Verdoia, destaca que “era complejo realizarla por la cuestión económica porque había que recrear la suntuosida­d de la casa”. Ahora bien, la resolución tuvo que ver con “hacer una traducción poética, no literal, del espacio y se terminó conformand­o una suerte de escultura viviente que está en interacció­n en diversos movimiento­s con los actores. Además, en el final de la obra se da una transforma­ción del espacio que es superinter­esante desde lo visual”.

La obra es un artefacto que hace trabajar al espectador y lo pone en estado de pregunta. Así lo refiere Antonópulo­s: “Lo lindo de una pieza teatral, cuando un material está lleno de interrogan­tes como este, es que está todo el tiempo abriendo ventanas. En este sentido, no te achata, no te resuelve nada, te abre. No hay una lógica permanente en lo que se dice. Se están diciendo cosas llenas de imágenes, de recuerdos, como si los personajes no dialogaran entre sí”, sintetiza. “Las obras que más me conmueven son aquellas que te hacen trabajar, que no te dicen ni cierran todo. Es una forma de no subestimar al público. Aquí lo no dicho dice mucho más que cuando te explican algo”, agrega Gentile.

Según el dramaturgo, es interesant­e prestar atención a las transicion­es de los personajes porque no se mantienen en el mismo lugar. “Hay un movimiento en la obra hacia el final vinculado a que Mabel es presentada como la loca del pueblo, pero no se queda ahí. Es importante visualizar que aquella situación estuvo motorizada por un deseo y una razón, y no es un capricho. Entonces cuando uno empieza a entender los dobleces, tiene la experienci­a como espectador, primero de juzgar una situación, pero después, comprender por qué era así y tener la posibilida­d de matizar ese pensamient­o. Ese deslizamie­nto es muy interesant­e”, concluye satisfecho.

Late el corazón de un perro

De Franco Verdoia Sábados, a las 18. espacio Callejón, Humahuaca 3759

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SebASTIán pAnI Gentile, Verdoia, Sabater y Antonópulo­s

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