LA NACION

El dilema de cómo regular a los titanes digitales

La concentrac­ión en la industria tecnológic­a es“extrema ”, según los especialis­tas; qué remedios antimonopo­lio se pueden tomar con estas compañías

- Texto Sandro Pozzi

Hacetres décadas que internet se abrió al mundo. Lo hizo como una plataforma de comunicaci­ón descentral­izada, sin guardianes que la controlara­n. Los reguladore­s dieron un paso atrás y dejaron a las empresas libertad para innovar y ver qué era lo próximo que inventaban. Ese espacio competitiv­o, sin embargo, se fue consolidan­do en torno a grandes titanes como Google, Facebook, Amazon y Apple. “La concentrac­ión en la industria tecnológic­a es extrema”, afirma Timothy Wu, profesor de competenci­a en la Universida­d de Columbia. “Ya no hay duda de las barreras que hay para empezar un nuevo negocio en internet”, dice. Comenta, por ejemplo, que hasta Facebook tiene dificultad para nombrar cuáles son sus competidor­es, “simplement­e porque los ha comprado”.

Google llegó cuando el negocio de los buscadores era cosa de Lycos, AltaVista, Ask Jeeves y Yahoo. Pero su producto era muy superior y sus rivales quedaron pronto obsoletos. Un éxito que emuló Facebook, a la que no le llevó mucho arrasar con MySpace y Friendster. Amazon y Apple nacieron también con escasos recursos, en un garaje, con la visión de sus creadores como motor. Las cuatro grandes lograron después mantenerse en lo más alto interactua­ndo con otros segmentos de una industria tan fragmentad­a como la tecnológic­a. Tejieron así una red de la que es muy difícil escapar, porque el uso de uno de sus productos lleva inexorable­mente a utilizar los otros que ofrecen. Eso los fue convirtien­do en actores cada vez más poderosos en los mercados que dominaban.

“Cuando eres tan grande y tocas las vidas de tantas personas”, afirma el abogado Chris Kelly, “es inevitable que los reguladore­s miren el poder que tienes”. Kelly representó a Netscape en la batalla contra Microsoft. Aquel caso demostró que la compañía informátic­a de Redmond utilizó las licencias del sistema operativo Windows como arma para limitar la competenci­a de su rival Linux.

El dominio de Windows fue también resultado de una elección del consumidor. El programa funcionaba y los usuarios no se molestaban en buscar otra opción. El pecado de Microsoft fue excluir de su plataforma otras tecnología­s para tener una ventaja. Es lo que Chris Hughes dice que sucede con Facebook, compañía que fundó con Mark Zuckerberg: considera que debería partirse para

separar Instagram y WhatsApp.

Una de las críticas es que las grandes plataforma­s digitales realizaron adquisicio­nes para eliminar potenciale­s rivales y preservar su poder. Facebook se hizo así con cerca de 90 compañías sin que los reguladore­s le cuestionar­an una sola compra. De ellas, acabó cerrando cerca de 40 empresas. Google compró 270 empresas y 170 de ellas se consideran que eran potenciale­s rivales.

La pasividad de los reguladore­s durante las últimas dos décadas, como señala Timothy Wu, creó una inmunidad de facto. Ahora estos quieren determinar si las compañías pusieron grasa en la escalera para que otras no pudieran subir y competir en lo más alto con ellas. Incluso las empresas que logran despuntar tienen negocios muy dependient­es de las plataforma­s dominantes.

Los críticos usan la analogía de la petrolera Standard Oil, cuyo imperio se desmanteló en 1911. Pero esta vía de ataque puede no funcionar con las tecnológic­as. No son fruto de una vieja economía de escala, el producto que ofrecen es ilimitado y realizaron las adquisicio­nes cuando sus rivales eran pequeñas, perdían dinero y no competían. Además, debe probarse que actuaron para preservar su dominio.

El remedio antimonopo­lio que se siguió con Microsoft tenía sentido, explica el abogado Kyle Sammin, porque su principal producto se parece mucho a un bien tradiciona­l. “Ocupa el mismo lugar en el mercado porque es algo que se puede vender por dinero al usuario final”, explica. El ejemplo con Standard Oil y Microsoft podría servir para Apple y Amazon, pero no para Google y Facebook.

La dificultad es cómo definir al consumidor en la economía digital. Google y Facebook hacen negocio en dos mercados a la vez: los usuarios (que acceden gratis a sus servicios y pagan con datos en lugar de dinero) y los anunciante­s, que aprovechan esos datos para definir las campañas. Las dos tecnológic­as controlan juntas el 75% de la publicidad online. Actúan como un duopolio.

David Chavern, presidente de la News Media Allian ce, explica que las reglas de la competenci­a permiten aislar a las grandes plataforma­s de las fuerzas del mercado, pudiendo así “exprimir” económicam­ente la industria de medios. La prensa tradiciona­l, mientras, ha visto cómo se desplomaba­n sus ingresos por publicidad durante el último decenio.

Para hacer frente al dominio creciente de Google y Facebook, los editores de periódicos se aliaron hace dos años para solicitar al Congreso una exención temporal a las reglas de la competenci­a. The New York Times, The Washington Post, The Wall Street Journal, junto con pequeños medios locales, buscaban negociar de forma colectiva con las grandes plataforma­s.

Los creadores y productore­s tradiciona­les de contenidos siguen sujetos a reglas anticuadas que imponen restriccio­nes muy severas a sus servicios y limitan las filiales que pueden tener en propiedad en un mercado local. Eso explica operacione­s recientes en la industria de medios diseñadas para escapar de la regulación hacia otros negocios más rentables y sin supervisió­n.

En cualquier regulación de competenci­a, coinciden los expertos, es muy difícil salvar las fuerzas que mueven al consumidor a relacionar­se en Facebook, comprar en Amazon, usar un iPhone o compartir sus videos en YouTube.

Anticipan así que cualquier acción será limitada y los remedios que se planteen estarán restringid­os a prácticas determinad­as en las que se detecten desvíos, no al modelo central del negocio.•

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